a Guerra de los Siete Años (1756-1763) y la Guerra Colonial Franco-británica (1754-1763) son dos conflictos considerados por muchos autores como una única contienda de nueve años, una primera guerra mundial que se luchó en los cinco continentes.

La Paz de París de 1763 trazó un nuevo mapa del mundo. Tal como afirmó el primer ministro británico William Pitt el viejo, “Canadá se ganó en Silesia”: el reino de Francia cedió a Gran Bretaña los territorios del alto y bajo Canadá, renunció a sus derechos sobre las tierras al este del río Mississippi (excepto los alrededores de Nueva Orleans), las vastas áreas del “territorio indio” al oeste de los montes Apalaches y, perdió varios puertos en el Caribe. Francia fue en definitiva expulsada del Nuevo Mundo y perdió casi todas sus posesiones en la India, y Cabo Bretón y Senegambia en África. El imperio castellano cedió a Gran Bretaña el territorio de La Florida y sus colonias al este y sureste del Mississippi. El territorio adquirido por Gran Bretaña era tan vasto que nadie sabía con precisión cuántos millones de millas cuadradas abarcaba y menos aún cuantas personas lo habitaban... pero era al menos un área del tamaño de Europa.

Cuando todos, incluido el propio Benjamin Franklin, celebraban el mayor triunfo militar de la historia del Reino Unido, George Greenville, secretario del Despacho Universal de Hacienda y Comercio (Chancellor of the Exchequer), observó que aquello era una catástrofe, y una maldición. Traducida al castellano como Pintura de la Inglaterra (1781), la memoria de Grenville al rey y a las dos cámaras del parlamento británico predijo el ocaso del imperio.

En su conjunto la obra era un balance de costes y beneficios: Grenville calculó el precio de la guerra y dedujo que no era posible recuperar la inversión. Las adquisiciones territoriales y materiales nunca producirían los beneficios necesarios para sufragar las pérdidas generadas por la conquista; la defensa de dichas plazas no era posible sin una ulterior y asfixiante inversión; la localización de los nuevos enclaves no ofrecía ventajas geoestratégicas y, no era posible crear redes comerciales que garantizaran la financiación de “la siguiente guerra”. En su opinión, la victoria militar de 1763 era lo peor que podía haberle ocurrido al erario público.

Varios ejemplos

Y dio varios ejemplos. La conquista y posesión de La Habana en agosto de 1762 no había supuesto ningún beneficio para el Reino Unido. Según el análisis de Grenville, bajo dominio castellano, los galeones españoles que transportaban sus bienes entre el Caribe y la Península Ibérica eran presa de los corsarios ingleses, que se hacían con fenomenales botines sin desgastar el tesoro público. Esos mismos productos eran posteriormente comercializados en la propia Habana u otros puertos del Caribe a mayor precio. La metrópoli mantenía el monopolio de la comercialización de los productos con sus colonias, por lo que los productos ingleses se vendían en el mercado negro, con un mayor margen de beneficio. La captura de la ciudad rompió este esquema: Suspendió el interesante curso transatlántico entre América y Castilla, de modo que los galeones dejaron de ser un botín para los corsarios, y los productos británicos bajaron de precio. Además, el erario público tenía que soportar una costosa guarnición y proteger a sus buques mercantes de la acción de corsarios enemigos. Estos factores recomendaron al gobierno británico restituir La Habana a sus antiguos dueños en 1763. Otro ejemplo. La pequeña isla de Guadalupe producía 6 millones de libras esterlinas al año en azúcar mientras que las enormes posesiones de Canadá eran inmensamente caras de mantener. Pero el gobierno antepuso la ganancia territorial al presupuesto.

La única vía de evitar una catástrofe y sanear el tesoro público era la imposición de nuevos impuestos en las colonias y, paralelamente, programar el comercio con las mismas. Y subrayó que esto sólo era posible mediante la concesión de un sistema de representatividad de los colonos en la Cámara de los Comunes. Greenville planteó su tesis en 1768, cinco años antes del estallido de la guerra de independencia de los Estados Unidos. Como había predicho, las pérdidas económicas y la falta de recursos inclinaron la balanza en favor de los insurrectos.

Desde 1763 son muchos los principios, intereses, ideologías y credos que se han estrellado contra el principio de Grenville.

Un combatiente en Afganistán costaba entre 530 y 1.370 dólares al día al pueblo estadounidense. Pero los gastos fluctúan y, según el informe del Centro de Evaluaciones Estratégicas y Presupuestarias, en 2014 el precio por hombre en el teatro de operaciones se disparó hasta 5.753 dólares al día. Se estima que las guerras posteriores al 11 de septiembre supusieron un gasto de 8.000 millones de dólares y causaron la muerte de alrededor de 900.000 personas y el desplazamiento de 38 millones en Afganistán, Irak, Libia, Pakistán, Siria, Somalia y Yemen.

Asombrosamente caras

Las aventuras militares son asombrosamente caras pero las desventuras son astronómicamente costosas y contribuyen -entre muchos otros factores- al incremento de la deuda pública, que en Estados Unidos aumentó un 297% entre 2000 y 2019. En 2022 la deuda asciende a 30,2 billones de dólares, aproximadamente el 100% del PIB. Este es el saldo cero de la guerra global contra el terrorismo de George W. Bush.

Hoy es Putin quien se ha empeñado en demostrar empíricamente el principio de Grenville y cada cráter en suelo de Ucrania es un agujero en el presupuesto de la Federación rusa. Según diversas estimaciones, un tanque ruso T-90 cuesta unos 3,7 millones y un T72 casi 1 millón de dólares. Un helicóptero Kamov Ka-52M cuesta alrededor de 15 millones de dólares. Una hora de vuelo de un avión de guerra cuesta al menos 12.000 dólares. La Federación ha desplegado un ejército de unos 130.000 hombres y 1.200 tanques en varios sectores a lo largo de la frontera con Ucrania. La guerra en Afganistán costó al erario público norteamericano en torno a $300 millones al día durante veinte años y esta guerra no va a ser más barata. En virtud de la dimensión que está adquiriendo la movilización militar en Ucrania, el costo diario de la guerra superará con creces aquella cifra. Solo las pérdidas directas de la guerra han costado a Rusia más de 4.000 millones hasta la fecha.

Renaud Foucart, profesor de la Universidad de Lancaster, afirma que antes de la invasión el pronóstico para la economía rusa era un crecimiento del 2%. Hoy, las más generosas estimaciones sugieren una caída del 7% para el próximo año. Otros predicen desplomes de hasta el 15%. Después de dos guerras en Chechenia, Rusia invierte hasta 3.800 millones de dólares anuales para mantener la ocupación del país. La población de Ucrania es unas cuarenta veces mayor que la de Chechenia. Y los muertos no volverán.

No es posible ganar una guerra y cada batalla es un retroceso para la humanidad. Grenville demostró que una guerra siempre se pierde, y que son los pueblos y sus sociedades las que padecen y costean las conquistas territoriales. Tras miles de años aplicando lamentables principios de ingeniería política, la humanidad debería saberlo. Es posible que se trate de una realidad que el ser humano no sabe aprender. l

Las aventuras militares son asombrosamente caras pero las desventuras también son astronómicamente costosas