El Doctor Alberto Murillo falleció el pasado 25 de mayo. Al final ha sido una partida violenta, que no nos permitió despedirnos personalmente, como ambos hubiéramos querido. Mi última conversación con Alberto fue cariñosa y alegre, pero telefónica, algo a lo que no me acostumbro, a pesar del entrenamiento que a todos nos está aportando esta pesadilla de pandemia y sus restricciones.

Conocí a Alberto en la Facultad de Medicina, en los años 70, si bien nuestra relación más estrecha comenzó en los primeros 90, con motivo de la puesta en marcha del Programa de Detección Precoz de cáncer de mama de Navarra, pionero en el estado español; programa del cual él ha sido fundamento y guía durante casi 30 años, desde 1990 hasta hace sólo tres, cuando se jubiló. En nuestros comienzos, compartimos muchas horas de trabajo, bastantes miedos e incertidumbres, conversaciones largas y cortas, también confidencias. Y algunos viajes formativos, intensos, sí, pero también divertidos, por España y por Europa y siempre relacionados con nuestra profesión común. Como radiólogos, ambos fuimos iniciadores en la implantación de la mamografía de cribado en Navarra, colaborando con compañeros de otras especialidades. Disfruté mucho de su compañía, siempre modesta y silenciosa pero a menudo irónica e inteligente.

Alberto ha sido un médico honesto y concienzudo, tenaz y muy responsable, tranquilo pero muy perspicaz. Y sobre todo, muy discreto. Un radiólogo noble que ha sabido ganarse poco a poco, a la chita callando y sin alharacas, el respeto y el cariño de todo este mundillo que abarca el diagnóstico por la imagen en Navarra y en España. También -más aún- de todas las personas que hemos trabajado con él. Inicialmente en el Hospital de Navarra, después en el Hospital de Estella y finalmente, en el Instituto de Salud Pública y Laboral, donde demostró su gran valía en carrera de fondo, alcanzó su madurez profesional y finalmente accedió a la jubilación.

Profesionalmente, Alberto fue una de esas personas a quien nadie ha regalado nada, de las que se ganan su posición con trabajo y perseverancia, nunca con trampas o triquiñuelas. Y como persona, afable, cariñoso y muy familiar. Me consta, porque muchas veces lo comentamos, el amor y el orgullo que sentía por su esposa Mari Carmen y sus hijos, así como la dedicación que les ha prestado durante toda su vida; ya antes, pero sobre todo, después de su jubilación.

Adiós Alberto, descansa en paz, compañero de fatigas, compañero del alma.

*El autor fue compañero de trabajo de Alberto Murillo durante años.