pamplona - El periodista catalán Pere Rusiñol llegó a Pamplona hace unas semanas para participar en un debate sobre la libertad de expresión y lo hizo cargado de leña para echar al fuego y calentar al público: un buen un fajo de ejemplares del último número de Mongolia, la revista satírica en papel que él mismo fundó en 2012 junto al ilustrador argentino Darío Adanti, el crítico cultural Edu Galán y el director de arte Fernando Rapa. La portada de este mes está dedicada a un Martin Luther Quim con aires de president de la Generalitat negro y una contraportada que desconcierta y escandalizaría hasta a mi progresista pero devota madre: la efigie de la Virgen del Pilar bajo una lluvia de decenas de emoticonos de la cacota sonriente de WhatsApp. Y se lee: “Desde 1492 nos cagamos en la Hispanidad, en la Virgen y en todo Dios”. Así es Mongolia, que se ha consolidado en seis años -junto al venerable El Jueves- como la publicación de referencia en usar el humor como “piedra en el zapato del poder” o simplemente molestar. El diario The New York Times les definió como expertos en “destripar los mitos, posturas y privilegios cimentados durante la Transición Española”. Aunque a veces han pagado literalmente cara su irreverencia, el extorero Ortega Cano les denunció por vulnerar su honor y un juzgado les condenó a pagar 40.000 euros, que pusieron en jaque la viabilidad de esta pequeña y socarrona empresa periodística.

Ustedes no escarmientan, en esta contraportada salen otra vez contra todo...

-La religión es una de nuestras especialidades, aquí el catolicismo sigue siendo un poder fáctico con unos privilegios asombrosos e insólitos en cualquier otra democracia occidental y no les gusta lo que hacemos. Por suerte, la blasfemia no es ley en este país. Por mucho que a algunos les gustaría y tiene aliados en la judicatura y la política para asustar. En España hemos tenido una regresión legislativa como la ley Mordaza, pero lo que buscan fundamentalmente es la autocensura. Condenar a la cárcel a una tuitera por un chiste de Carrero Blanco, cuando nosotros hemos hecho muchos chistes sobre esto, es atacar al eslabón débil, señalarla y que la gente tenga miedo. O que no pueda volver a trabajar en algunos medios.

¿Y ustedes no se asustan?

-Nosotros no queremos ir presos, medimos mucho lo que decimos. En nuestro caso, un torero que vive de la farándula y una jueza que hizo una interpretación nula de la ley nos asustó mucho. La censura hoy no es tanto que te cierren la revista sino que no puedas pagar las facturas. En la sociedad en la que estamos la censura se ejerce de una forma más sibilina. Es muy feo un país que cierra periódicos o secuestra ediciones, como ocurrió aquí hace años. Esto ya no lo veremos más. Es impensable en Europa. Pero ahora te quitan de circulación sin que puedas quejarte. Asumir ese tipo de censura nos hizo plantearnos que la primera obligación que tiene una empresa periodística es no ser frágil. Somos una marca y una revista que funciona, un proyecto irreverente, que busca joder al poder y a los poderosos. Ahora tenemos que acompañar esto de una estructura empresarial más sólida. Es que no teníamos ni lo más básico, ni un gerente ni un plan.

Supongo que habéis desarrollado entonces un modelo de negocio exitoso porque ganáis más enemigos que amigos...

-(Risas) Quizás vamos compensando, primero nos compran unos, nos abandonan, luego leen otros?

¿Dependen entonces de lectores desleales?

-No, no, todo lo contrario: tenemos 3.000 suscriptores. Y eso es un milagro y estamos muy agradecidos. Son la base de todo. Vendemos alrededor de 10.000 ejemplares, 7.000 de ellos en kioskos. Queremos un modelo de negocio que no dependa de la publicidad y crear una comunidad de lectores. Pero ni podemos depender de los anunciantes ni tampoco solo de nuestros lectores. El plan se completa con obras de teatro, libros, participación en la tele... Y es muy importante que podamos pagar a nuestros colaboradores o tener un salario digno para poder investigar y molestar. Aunque cuantas más cosas tengamos que hacer para llegar a fin de mes, más lejos estaremos un periodismo digno de este nombre. La precariedad y las malas condiciones de trabajo han comprometido la calidad del periodismo.

Y después de ser redactor jefe en grandes periódicos, ¿Qué hace un chico como tú en un lugar como este? Vamos, ¿por qué fundar una revista satírica?

-Cuando llegó la crisis económica, hace diez años, afectó especialmente al periodismo: No solo hubo muchos despidos, cambió la estructura de propiedad de la mayoría de los medios. A muchos periódicos les pilló con una deuda inasumible que los bancos rescataron en la medida que les interesaba controlarles. Eso pasó con casi todas las grandes cabeceras y grandes grupos multimedia. Sin excepción. Y claro, no es lo mismo deberle dinero a un banco, a que el banco sea tu propietario. Así, las posibilidades de hacer periodismo libre son muy escasas. Entonces muchos consideramos que había llegado el momento en que las mismas personas que trabajábamos en los medios debíamos convertirnos en sus dueños. Esto que puede parecer muy bolchevique, en realidad era la mejor garantía periodística. En ese contexto, nacieron muchos nuevos medios: eldiario.es, infoLibre, La Marea, El Salto, El español, etc. A mi me parecía necesario recuperar la tradición de la sátira. Y que en España había desaparecido. Un género periodístico muy importante, que te permite denunciar, ridiculizar, poner en evidencia al poder. Así nace Mongolia. Nos pareció lo que teníamos que hacer en aquel momento y, bueno, hemos cumplido seis años.

Mongolia tiene también una sección de información “seria”. ¿Cómo son esos contenidos?

-Mucha gente sigue Mongolia por esta parte, se llama Reality News y yo me encargo de organizarla. Tenemos el reto de acostumbrar a nuestros lectores a que no sólo somos chistes y la aspiración es que esta sección sea considerada sin duda por la calidad e interés de sus informaciones. No hemos inventado nada. Algunos de nuestros referentes internacionales como la revista francesa Le Canard Enchaîné, que tiene más de cien años de historia, es conocida por el humor pero también por sus investigaciones exclusivas, que han hecho dimitir a ministros y gobiernos.

No le parece peligrosa esa mezcla de géneros. Un estudio de la tele británica BBC detallaba que hoy en día el 86% de su audiencia tiene dificultades para distinguir entre noticias reales o bulos en internet...

-En nuestro medio separamos radicalmente y visualmente las secciones. Indicamos: “a partir de aquí, si se ríe es cosa suya”. Y es difícil que haya confusión porque nuestra parte salvaje es tan salvaje que nadie puede imaginar que sea información. También hay un riesgo hoy en día sobre quién define qué es una fake new (término anglosajón para describir una noticia falsa o información fabricada a demanda).

Explíquese.

-Habría que definir qué es una fake new porque para mi decir que las pensiones públicas no tienen futuro es un bulo, porque dependerá de cómo se hagan y se planteen. Si lo dices así, sin argumentación, para mi es una ‘fake news’. Así que no puede ser que quienes han estado acostumbrados a tener el monopolio de la verdad sean también quienes definan qué es una noticia veraz y cuál no, porque ellos también generan noticias falsas pero de matriz ideológica.

Profesionalmente, ¿el hecho de no escribir ya para un periódico tradicional ha afectado a su credibilidad en algunos círculos o ambientes?

-Las personas y fuentes con las que yo trataba cuando estaba en El País o en Público me siguen valorando igual. Soy de la vieja escuela y aunque ahora me veas aquí algo zarrapastroso con mi camiseta y vaqueros...

Bueno, que yo no he insinuado nada sobre el aspecto...

-No, no, lo digo yo (risas). Yo me pongo el traje, la corbata y voy a comidas, reuniones y saraos en los que quizás no me apetece estar pero yo considero que hay que estar.

¿Existe todavía ese periodismo de corrillos y apegado al poder?

-Se puede hacer muy buen periodismo sin ir a esos saraos, sin duda. Pero hay un tipo de información muy vinculada a las elites económicas, empresariales y políticas de este país que si

queremos explicar cómo funciona su mundo y cómo se toman decisiones, tienes que ir y hacerlo con sus reglas.

Esto no quiere decir que hagamos periodismo para las elites, pero de la misma manera que un minero se pone un traje para ir a la mina, yo me pongo el traje para acceder a un tipo de fuentes, personas y situaciones. El problema es cuando te captura esa gente. Hay un viejo precepto periodístico que dice: “¡Cuántos langostinos hay que tragar para poder llevar a casa un plato de lentejas!”. Claro, si te gusta mucho comer langostinos y siempre vas a querer estar con quien te los paga, se te olvida cuál es tu función.

¿Ha cambiado en esto de alguna manera su forma de hacer periodismo?

-Básicamente hago lo de siempre, pero con total libertad y con un medio que en el contexto histórico en el que estamos aportaba la voluntad de ensanchar los espacios de libertad de expresión.

De hecho, en 2013, al poco de nacer, el Club Internacional de Prensa les concedió el galardón por su defensa de la libertad y los valores humanos.

-Sí, aquello nos sorprendió mucho. Y coincidió con que llevábamos aquella portada muy bestia de la infanta Cristina con el lema “hija de puta”. Yo pensaba: “Uf, nos van a quitar el premio”. Y no. De hecho, nos entregó el premio el presidente de la Audiencia Nacional, Ángel Juanes, y también el presidente del Congreso de los Diputados, Jesús Posada. Esto es una muestra de que la realidad es más compleja de lo que creemos. Hay un riesgo de simplificar y pensar que los malos son muy malos. Pero yo creo que si la gente inteligente, sea de izquierdas o de derechas, entiende que la sátira en sí misma es un valor esencial de la democracia, entonces provoca esas sorpresas. La sátira es un buen indicador de calidad democrática, pero esto exige una cierta fineza de pensamiento, abandonar la brocha gorda. La sátira es lo contrario al rebaño.

No obstante, parece que vivimos tiempos de hipersensibilidad y ultracorrección política...

-Hay algunos lectores que se ofenden cuando no les dicen lo que quieren escuchar. Qué duda cabe que hay una situación de ultracorrección política que limita, que es asfixiante. Pero no estamos aquí para decir lo que quiere escuchar el público. No hemos nacido para ser esclavos ni siquiera de nuestros lectores. Hemos nacido para ser libres.

Vamos, que vais a seguir haciendo lo que os dé la gana...

-Para nosotros es clave el lugar en el que te sitúas al formular esas mofas. El contexto es lo más importante. Reírse del catolicismo y de la jerarquía eclesiástica en España que es un país nacionalcatólico es una cosa, reírse de un católico en Arabia Saudí, donde a lo mejor le matan o es perseguido, es inapropiado. Aunque sea el mismo chiste. Lo importante no es el chiste sino dónde te sitúas. En un país donde el poder se ríe de la gente hace falta gente que se ría del poder.