En el Congreso, cuando se debate una iniciativa sobre fondos sociales se acaba discutiendo del procés, del doctor Pedro Sánchez vendido a los independentistas y batasunos, o de elecciones ya. En el control semanal al Ejecutivo socialista, cuando se pretenden idear soluciones para el paro o los planes de estudio, la dialéctica se enmaraña con gritos apelando a las cintas de Villarejo, los apoyos bolivarianos o la corrupción del caso Gürtel y los ERE. Cuando se quiere poner en aprietos a la etapa de Aznar -tres ministros ahora mismo en la cárcel- siempre vendrán las bufonadas televisivas de Rufián para distraer el meollo. Y cuando llegan los sondeos, el PSOE aumenta su ventaja.

Se asiste a una reiterativa catarata de ripios manidos que caricaturizan la actual política de baja estofa, cada vez más líquida en búsqueda de ávidos titulares en redes sociales y sin otro propósito que el cortoplacismo. No se esperan mejoras porque todo puede empeorar con el calentamiento del ambiente que se augura en los próximos meses. En este tedioso juego de reproches cada vez más cansinos por sabidos, la izquierda puede acabar con la paciencia de la derecha. El primer examen, en las elecciones autonómicas de Andalucía. Las previsiones -al margen de la cuestionada cocina sociológica de José Félix Tezanos- no auguran en el inicio de la campaña nada bueno para la futura estabilidad del líder popular Pablo Casado.

Con el paso de los días, y pétreo en su propósito de supervivencia, Sánchez se siente seguro cuando mira cómo sus contrarios -a los socialistas solo les preocupa el PP- mastican sus propias amarguras internas. De un lado porque el presidente se ha creado su propia realidad para abstraerse de la pelea diaria y dejar el desgaste para las indecisiones, tropiezos y rectificaciones de varios ministros incluso en la misma mañana. Para ello, nada mejor que garantizarse una agenda internacional que le vaya perfilando, entre la UE y Latinoamérica, un traje de estadista que jamás imaginaron quienes conocen de cerca sus limitaciones. Además, aporta a este propósito un acento ideológico y de claro guiño a su socio preferente, Unidos Podemos. El Gobierno va a apostar políticamente por el futuro que emprende Cuba al tiempo que adormecerá la asistencia que Mariano Rajoy prestaba a la oposición venezolana por el sufrimiento que les ocasiona la dictadura de Maduro. Lo hará sin que nadie, si siquiera el PP, le tosa mientras Asuntos Exteriores siga en manos de Josep Borrell, la única esperanza del unionismo para cuando de verdad se ponga sobre las mesas de Madrid y Barcelona el futuro del independentismo catalán.

No es descartable que Sánchez tenga la sensación de sentarse a esperar los errores de los demás. Ya lo hizo su antecesor y le fue bien hasta que le explotaron las alcantarillas internas. Es evidente que una derrota contundente del PP en Andalucía, incluso la imposibilidad de alcanzar una mayoría junto a Ciudadanos -previsible-, acercaría demasiado al abismo a Casado porque llenaría de intrigas, miedo y mensajes disparatados el camino hacia las autonómicas y europeas de 2019. Pero también Albert Rivera se siente intranquilo porque ve esfumarse en los sondeos la capacidad de ser decisivo que se creyó después de su triunfo en Catalunya, cuando imaginó que el voto andaluz sería la palanca para auparle en unas generales venideras. Espejismo puro, ciencia ficción. La moción de censura ha roto para bastante tiempo los esquemas y aguado los deseos de muchos partidos, demasiados empresarios influyentes, ilusos creadores de opinión y curtidas dirigentes del PSOE.

Tampoco Susana Díaz paradójicamente se escapa del radar de Sánchez. Bien sabe la presidenta andaluza que una victoria apurada menguaría el eco de su voz crítica hasta colocarla en una posición de debilidad cuando exigía sus opciones de gobierno y, sobre todo, cuando descalifique a Teresa Rodríguez como muleta de apoyo. El líder socialista ha inoculado la idea -nadie se va a atrever a llevarle la contraria ahora que llega el tiempo de las candidaturas- de que la conquista del poder vendrá desde el entendimiento de la izquierda. Hasta Pablo Iglesias se ha caído del caballo para abrazar de una vez las teorías del abrazo con los socialistas que Iñigo Errejón defendió hasta ser defenestrado. Por eso ha caído como una bomba el divorcio tan descarnado de Podemos en la plaza pública de Madrid donde la lucha por el poder se ha llevado por delante el debate de las ideas. Eso sí, quizá esta batalla se extienda por otras mareas. Sánchez, impávido, seguirá a lo suyo.