Bruselas - Alemania y Francia lo han dicho públicamente: se busca país que ocupe la tercera posición del Reino Unido en la mesa negociadora de la UE una vez abandone el club comunitario. En este Juego de Tronos cuatro son los países que más papeletas tienen: España, que ya corteja al eje franco-alemán; Polonia, por tamaño pero con la carta de presentación del Artículo 7; Italia, que es tercera economía de la Eurozona pero gobernada por una coalición euroescéptica, y Países Bajos, quien más fuerte está jugando sus cartas.

No son noticia todos los días, pero son frenéticos. Los encuentros entre las capitales europeas para conformar la nueva UE tras la marcha del Reino Unido no cejan. El brexit afectará al transporte, al presupuesto, al comercio, a los ciudadanos, pero también a la propia forma de entender la política en el nuevo bloque comunitario. En este juego de cartas, clave será el reequilibrio de fuerzas en la mesa de negociación.

luces y sombras Es frecuente escuchar en los pasillos de Bruselas que España es más europeísta que Europa. Pero el momentum y vacío que supone el espacio que deja Londres en la Unión ha despertado a la España discreta que tradicionalmente no alza la voz demasiado en la UE para no enfadar al líder de clase. En los últimos años, la maquinaria diplomática española se ha puesto manos a la obra para reposicionar al país y llenar ese hueco. “España no es el país que menos posibilidades tiene ni el que tiene más”, explica Salvador Llaudes, analista del Real Instituto Elcano.

Fuentes gubernamentales confirman conversaciones para que España ocupe este espacio, una idea que tiene buena acogida por parte de Francia y Alemania. Se habla de la creación de un G3 formado por París-Berlín-Madrid. España tiene la ambición, pero también cuenta con varios hándicaps. Se encamina hacia las terceras elecciones en cuatro años, lo que resta a una fuerza política ya mermada por la crisis catalana. Tampoco le ayuda además su pasado de perfil bajo. “El europeísmo español debe ir acompañado de más propuestas y no solo de retórica”, advierte Llaudes.

Plan de choque a la ‘ortodoxia’ La salida de Londres deja huérfanos a los países del norte, tradicionalmente más ortodoxos. Dinamarca, Países Bajos y otros países pequeños, que históricamente se alineaban con el Reino Unido en temas económicos o comerciales, se han dado cuenta de que para contraponer el impulso del eje franco-alemán necesitan tejer nuevas alianzas. Y Ámsterdam ha sido el que ha apostado más fuerte encabezando la creación de la Liga Hanseática junto a Dinamarca, Estonia, Finlandia, Irlanda, Letonia, Lituania y Suecia. Si hasta el momento Copenhague quería bloquear o impulsar una propuesta en Bruselas, dejaba a Londres como portavoz. Con su marcha, los ocho países han unido fuerzas para ser el freno de Francia y Alemania, que también buscan reinventarse como demuestra la reciente firma del Tratado de Aquisgrán. Así, Países Bajos se perfila como la opción más británica en el tablero de la Unión.

Italia se mete en la carrera “Si Italia y España, que son dos países parecidos, fueran más veces de la mano conseguirían más cosas”, apunta el experto en conversación telefónica. Pero en la agenda europeísta las dos potencias sureñas están en las antípodas. El Ejecutivo que conforman el anti-establishment Movimiento 5 Estrellas y la ultraderechista Liga Norte han canalizado la desafección de una sociedad que piensa que está en un club en el que debería tener más poder. Mientras que los Gobiernos españoles, tradicionalmente muy europeístas, no han logrado exportar la simpatía que su sociedad tiene hacia el bloque comunitario a su esfera de influencia en el mismo. Italia y España llevan tiempo echando un pulso para llenar el hueco británico.

La europa dos velocidades Pero si en términos cuantitativos el agujero británico es evidente, lo es menos en aspectos cualitativos. Reino Unido ha sido en muchas ocasiones el principal freno del bloque comunitario para avanzar en aspectos de mayor integración, como la UE de la Seguridad y la Defensa. El adiós de Londres puede suponer el impulso de la Europa de varias velocidades que Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión, imploró en su libro blanco.