“S i algo he tenido en mi vida, que ha sido dura, ha sido la suerte de poder vivirla desde prismas muy diferentes”. Xabier Arzalluz (Azkoitia, 1932) fue el gran presidente del EBB del PNV en la segunda mitad del siglo XX. Y mucho más que eso. Una trayectoria vital de 86 años de la que se podrían extraer incluso varias vidas. Todas ellas abertzales.

“En mi pueblo habría más de un 10% de religiosos, curas?”. Los orígenes de Arzalluz se sitúan en la Azkoitia de la Guerra Civil. En un ambiente nacionalcatólico “muy levítico”. Seis de los siete hermanos Arzalluz Antia pasaron por el seminario. El último de ellos, Xabier, por el de Oña (Burgos). De allí, a Zaragoza, donde impartió clases de lengua y literatura española, mientras se matriculaba en la Facultad de Filosofía y Letras y en la de Derecho. La carrera de Teología la concluiría en Fráncfort. Aquella ciudad alemana tenía poco que ver con Azkoitia y con Durango, adonde su familia, carlista, se trasladó cuando él tenía 11 años.

En el corazón de Europa se gestaron dos decisiones que marcarían su vida. “Tener la oportunidad de vivir un tipo de sociedad muy ajena a ese mundo de aquí, me permitió verme desde fuera”. Otra visión de sí mismo. En torno a la treintena, aquel jesuita acudía a minas a estar con mineros. “Lo mismo después, que estuve entre leprosos. He procurado ver la vida no con esa curiosidad del novelista que quiere plasmarla, sino para ver qué es la vida, que tiene muchas variantes”.

Un novelista trazaría varias. Entre finales de los 60 y comienzos de los 70 colgó el hábito. “Fue un proceso gradual que afortunadamente no me dejó ningún trauma y sí grandes beneficios”. Había regresado de Alemania cuando en la Universidad de Deusto conoció a Begoña Loroño, su esposa y con quien formaría una familia con tres hijos.

La segunda gran decisión que tomó en la Alemania federal, donde ayudaba a emigrantes españoles, fue afiliarse al PNV. Tenía 36 años y se sentía “muy libre y viviendo la vida”. Aquel agosto de 1968, ETA acababa de cometer su primer asesinato planificado. “Pedí la afiliación cuando vi en la televisión alemana que ETA había matado al inspector Manzanas”, declaró Arzalluz en 1990.

Ante el paso que dio ETA, él dio el suyo. “Creí que tenía una responsabilidad. Me afilié porque vi por dónde iban las cosas y me parecía un camino imposible. Me metí en política porque vi muy claro cuál no era el camino”. En octubre de 1969 regresó a Madrid, donde Juan de Ajuriaguerra le pidió que volviera a Euskadi para que impulsara la revista Alderdi con Martin Ugalde. No solo eso: Ajuriaguerra quería que aquel europeísta germanohablante representara al PNV en los foros internacionales.

Ya en Euskadi, 1971 fue un año clave en la trayectoria de Arzalluz. Además de casarse, puso en marcha el bufete de abogados con Santiago Eire Taboada y Javier Chalbaud, y regresó a la universidad a impartir Derecho Político. El que después sería consejero de Interior del Gobierno vasco Luis Mari Retolaza lo propuso para entrar en el Bizkai Buru Batzar y poco después, en el EBB. Entraba de lleno en una política de la que muy pocos años antes se veía “muy alejado”.

Fue elegido diputado por Gipuzkoa en 1977 para redactar y aprobar la constitución española una vez muerto Franco. Después formó parte del grupo que negoció el Estatuto de Gernika. Sin pelos en la lengua cuando no había que tenerlos y guardando la ropa “cuando el daño que se podía hacer era mayor que el bien”. Un dirigente que concebía la libertad no solo como la “libertad de decir las cosas, sino de asumir las consecuencias”. De ahí sus intervenciones más polémicas y también las más sosegadas. “Siempre he sido aficionado a la historia y, de alguna manera, me fue entrando la idea de que la historia se puede conocer o se puede hacer. Eso es la política”, declaró en el documental del año pasado que recoge su legado.

Hizo política siempre con la misma sigla, la del PNV, que vivió una escisión a mediados de los 80. “Un frenazo tremendo”, definió Arzalluz -que dejó de ser presidente del EBB entre mayo de 1984 y febrero de 1986- aquel proceso que dividió “al nacionalismo a todos los niveles a casi a la mitad. Afortunadamente, salió relativamente pronto” tras el Congreso de Zestoa. Fue “lo peor que le pasó al PNV y al nacionalismo desde su fundación”. Con Arzalluz al frente, la formación necesitó poco tiempo para recuperarse.

“Muy cercano” Uxune Retolaza, hija de Luis Mari, fue testigo de excepción esos años. “En mi caso se mezcla lo personal y lo profesional”, describía ayer la también secretaria de Arzalluz en estas décadas. “Cuando ponía cara seria la gente podía tenerle miedo, pero era una persona muy cercana, siempre queriendo ayudar?”. Retolaza acumula “un montón de anécdotas” que definían a Arzalluz. En una de ellas, y a pesar de su apariencia, “se acercaron en un bar dos jóvenes que venían de Bretaña, algo había pasado allá, pasaron por Bilbao camino a África y pidieron algo de dinero. Les dio todo lo que llevaba encima”.

“Leía mucho, tanto prensa de aquí como extranjera, y era capaz de anticipar lo que podía pasar”, define Retolaza sobre un líder que “nunca ha cambiado su forma de pensar por lo que pudieran decir en Madrid. Siempre decía, uy, si en Madrid me pasan la mano por la loma, algo debo de estar haciendo mal aquí; lo que tengo que hacer lo tengo que hacer por mi pueblo. Era absolutamente abertzale”.

“La gente verá lo que ha hecho por este pueblo y qué cosas se hicieron en la época de la Transición tanto por Xabier y otras personas. Si no hubiese habido políticos de esa talla, estaríamos muy mal”, confía Retolaza, que lanza un último elogio a Arzalluz: “Un grandísimo político. No creo que hayamos tenido o vayamos a tener a nadie igual”.

Casi 25 años de liderazgo de un partido como el PNV hasta su retirada en 2004 -con ETA aún asesinando- son suficientes para que unos críticos le achaquen los pactos de gobernabilidad Madrid con el PSOE de Felipe González y el PP de José María Aznar; y otros le censuren por Lizarra-Garazi o por el Pacto de Barcelona en defensa de un Estado plurinacional. Pasos de una trayectoria guiada por una misma brújula, la que dejó en el documental que quiso recoger su legado: “El PNV es un partido soberanista, y va a crear un Estado Vasco. Eso es irrenunciable, digan lo que digan. Otra cosa es cuándo y cómo; eso ya lo verá el PNV”.