hace ya demasiado tiempo que la política propiamente dicha, la acción de gobierno para mejorar las condiciones de vida de la sociedad, quedó reducida a mera competición electoral con el objetivo de alcanzar el poder. Los grandes partidos disputan esa carrera con dos objetivos fundamentales: satisfacer los intereses de sus patrocinadores y distribuir cargos públicos entre su gente. Ejercer el poder, por tanto, tiene menos que ver con las ideologías y con el servicio a la sociedad que con la ambición y el clientelismo. Para ello hay que correr el riesgo de medirse en las elecciones, con un efecto inevitable de tensión y estrés que llega a límites de paroxismo.

Estamos en un momento de catarata electoral que viene precedida de una muy prolongada contienda previa entre los que tanto se juegan en generales, autonómicas, europeas y municipales. El ramalazo frívolo y la falta de creatividad que contamina a algunos de los grandes partidos, hace temer que echen mano del mismo discurso para cualquiera que sea el ámbito electoral en disputa. Y como el mensaje se reduce cada vez más a descalificar al adversario, no habrá que esperar grandes declaraciones de principios ni planteamientos programáticos.

En una defensa basada en el ataque, llama la atención que se use como arma arrojadiza de campaña la imputación de nerviosismo y ansiedad a los partidos rivales. “Están nerviosos”, es la acusación que se reprochan mutuamente como supuesta prueba para hacer constar al futuro votante que el adversario flojea. Como ya se dijo, lo que los grandes partidos se juegan en unas elecciones es de demasiada envergadura como para no estar nerviosos. Pero de ahí a utilizar el nerviosismo ajeno como arma electoral va un trecho por el que, inevitablemente, todos ellos transitan

La incertidumbre es razón más que suficiente para inquietar a los que apuestan fuerte en las elecciones. Una incertidumbre que se acrecienta ante la evidencia de que se acabó aquella placidez de las mayorías absolutas reservadas a dos. Una incertidumbre que obliga a la necesidad de pactos inéditos en los que nadie se fía de nadie, y hace bien. Una incertidumbre alborotada por nuevas corrientes y nuevas alianzas de efectos inciertos. Hay tanto en juego, es tan decisivo el resultado para los dirigentes, que además de las embestidas habituales en las que todo vale, hasta la mentira y la maledicencia, en esta ocasión se ha introducido la imputación del nerviosismo como ofensa al rival.

A estas alturas, la derecha extrema y la extrema derecha saben que si van unidas dan miedo y el miedo paraliza voluntades. Las distintas izquierdas saben que si van dispersas dan pena y la pena inhibe las adhesiones. Y tras unas elecciones múltiples como las que nos esperan, todos saben que perder es el ostracismo. Estar nerviosos, por tanto, no es ningún desprestigio sino una consecuencia lógica de que en la actual forma de hacer política haya tanto que ganar y tanto que perder.

Pero como la imputación de ese estado generalizado de nervios se utiliza como arma de desgaste del adversario, basta un ligero recorrido por los estados de ánimo de los contendientes para comprobar que en todos cunde el estado de ansiedad. Basta una nueva entrega de sondeo electoral para poner de los nervios a los dirigentes de los partidos menos favorecidos. Un estado de ánimo que también afecta a los más aplaudidos por la demoscopia, que no se fían de ese previo morir de éxito y temen la desmovilización. Nervios en el PSOE de Sánchez por el posible boicot del PSOE de Díaz. Nervios en el PP por la reiteradamente anunciada pérdida de votos. Nervios en Ciudadanos por el riesgo de pactar con la extrema derecha. Nervios en Unidas Podemos por las consecuencias de tanta crisis interna. Nervios en los partidos independentistas catalanes por la respuesta de un nuevo 155 a su huida hacia adelante. Solo Vox, desde su arrogancia, su fascismo y su disparatada marcha atrás en el tiempo parece inmune, inconsciente más bien, ante unas elecciones que estaría dispuesto a suprimir y en las que no tiene nada que perder.

Y aquí en casa, nervios en el PNV por el acoso implacable de la oposición ansiosa de cobrarse más piezas. Nervios en EH Bildu que no avanza en su rivalidad por la hegemonía nacionalista. Nervios en la derecha navarra porque si les sale mal la alianza con PP y Cs quedará en la marginalidad. Nervios en los partidos del cambio, porque sería muy duro cortar en seco un proyecto de futuro muy valioso para Nafarroa.

Nervios lógicos, que no pueden servir de arma arrojadiza contra el adversario porque el nerviosismo electoral es patrimonio de todos.