pedro Sánchez empieza desafiante. Solo un presidente amante del riesgo es capaz de proponer como presidente del Senado sin negociación previa a un candidato que ni siquiera es senador. Solo un político lejos de la mayoría desoye ostensiblemente las exigencias empresariales para que lidere un gobierno sin turbulencias. Sólo un dirigente retador siembra de minas el camino de la derecha para dinamitar su consenso. El líder del PSOE se ha acostumbrado a vivir en el filo de la navaja. De momento, la legislatura empieza con emociones fuertes porque, sobre todo, despejan incertidumbres y proyectan claras intenciones, siquiera de arranque.

Sánchez sabe que los sondeos del CIS valoran sus gestos de mano abierta con Catalunya y las urnas, también. Por eso no se le ha ocurrido gesto más explícito y consecuente que proponer a su gurú catalanista Miquel Iceta para presidir esa fallida Cámara de las autonomías que se llama Senado. Justo ahora que el desafío territorial amenaza con más fuerza como asignatura de referencia en el nuevo curso que se inicia. Pero lo ha hecho a pecho descubierto, propio de su arrojo, como si pretendiera incitar a los demás a que se atrevan a llevarle la contraria. Y se puede resbalar. Como mínimo, durante varios días va a sufrir el vértigo de la incertidumbre porque el mundo soberanista venderá muy caro esos votos que son necesarios para convertir en senador a un parlamentario catalán que, desde luego, no deja indiferente a nadie.

Con la candidatura de un defensor del diálogo con el independentismo y del indulto a los inculpados en el procès, Sánchez ha puesto en un brete al soberanismo catalán. Por las mismas razones, paradójicamente, Iceta también irrita hasta el histerismo a Ciudadanos y al PP. Representan las dos caras antagónicas de un mismo problema sin resolver al que se acaban de añadir unas gotas de salsa picante por medio de una propuesta tan sorprendente como intencionada. El calado que entraña esta candidatura envía un nítido mensaje. Por eso, un hipotético rechazo del bloque independentista abofetearía al presidente por su evidente error al no haber propiciado una negociación previa, pero si lo hacen podrían pillarse los dedos por haber despreciado un sincero gesto de buena voluntad. Eso sí, el veto a Iceta supondría un pésimo presagio para los tiempos tan convulsos que se avecinan en el laberíntico conflicto catalán sobre todo a partir de la sentencia del juez Marchena.

Nunca como ahora se aprecia en toda su extensión su acierto del adelanto electoral. La recuperación del voto y la ilusión socialista han venido a coincidir con el espectacular descalabro electoral y económico de un PP, cuyo alcance final nadie se atreve a prever en medio de tantos desánimo y desafecto social. Hace apenas mes y medio era impensable que un desayuno informativo en Madrid con la participación de Pablo Casado pudiera acumular tantas sillas vacías en más de diez mesas como ocurrió el pasado miércoles. Las expectativas para este partido son desalentadoras más allá de que consiga una tímida recuperación el 26-M ya que la pérdida de poder se antoja cruel. Una fotografía que contrasta con la moral creciente en Ciudadanos, donde aún se escuchan las carcajadas por esa petición de Casado para requerir su abstención en la investidura de Sánchez. Albert Rivera se creció al escucharlo porque así alienta sus expectativas de abanderar el liderazgo efectivo de una oposición implacable allá donde no pacte con el PSOE.

Sánchez sí que sabe a qué juega y les espera a todos. El presidente se siente dominador del escenario y con bastante razón. Al proyectar esa imagen de acercamiento a Pablo Iglesias en el sofá de La Moncloa, que es mucho más táctica y efectista que deseada, sabe que está ensanchando de inmediato su respaldo por la izquierda. Lo hace en el arranque de otra campaña electoral que le dará alegrías que jamás soñó apenas hace un año. Es verdad que no son los mejores momentos para la serenidad en la familia socialista por el mazazo que supone el revés personal de Alfredo Pérez Rubalcaba, pero las expectativas que augura el sondeo controlado por José Félix Tezanos llenan Ferraz de optimismo. Con este guiño muy puntual a Unidas Podemos consolida la confianza de su propio granero -“Con Rivera, no”- al tiempo que muerde mucho voto útil en la desestructurada coalición de izquierdas. Dos pájaros de un tiro. Así llega a su convicción de vencedor. Un estado anímico suficiente para arriesgarse con Iceta en medio del polvorín soberanista.