Bucarest - Ningún rumano nacido en democracia puede imaginarse un racionamiento de alimentos, ser detenido por protestar contra el Gobierno o no poder viajar al extranjero. Lo que hoy es impensable, era corriente en la Rumanía de hace 30 años, cuando el coraje de miles de personas acabó con el totalitarismo comunista en el país balcánico.

En la Navidad de 1989, una sublevación ciudadana apoyada por el Ejército puso fin al reino de miseria de Nicolae y Elena Ceausescu culminando el derribo del Telón de Acero. Aquellos revolucionarios anónimos relatan ahora cómo vivieron esos días de tanques y barricadas en las calles de Bucarest. Todo empezó el 16 de diciembre, cinco semanas después de la caída del Muro de Berlín, en Timisoara (oeste), con una concentración en apoyo a un pastor local de origen magiar y represaliado. En pocos días se transformó en una protesta inédita que recogía la frustración acumulada durante décadas de represión y penurias.

El régimen, uno de los más represivos y paranoicos del bloque soviético, respondió matando a tiros a decenas de personas. Sin embargo, el baño de sangre no tuvo el efecto esperado por la cúpula comunista. La protesta se extendió a otras grandes ciudades y llegó a Bucarest el 21 de diciembre. Ese día, el propio Ceausescu, quien asumió el poder absoluto en 1965, había convocado un gran acto de adhesión, y la masa, habitualmente obediente, se alborotó en medio de su discurso. El dictador tuvo que retirarse del balcón del Comité Central del Partido Comunista Rumano (PCR) tras pedir en vano silencio con gesto incrédulo, momentos recogidos incluso por la televisión oficial rumana.

Acto seguido, los tanques tomaron una Bucarest gris y sin coches, pero las protestas continuaron en su principal arteria, donde enseguida llegó Radu Filipescu, un ingeniero que tenía entonces 32 años. Filipescu había estado en la cárcel por repartir manifiestos subversivos. Agentes de la temida Securitate, la policía secreta, le seguían día y noche a todas partes. "La gente estaba concentrada en la plaza Romana, cara a cara con los soldados y la Securitate", recuerda.

"Quería gritar yo también, pero no me salían las palabras", cuenta. "Comenzaba en voz baja: abajo Ceausescu, abajo Ceausescu, abajo Ceausescu, abajo el comunismo, pero en un momento dado podías gritar con todas tus fuerzas". Fue una catarsis, "una liberación total".

Cerca de Romana está la plaza de la Universidad. Allí, a los pies del hotel Intercontinental, los manifestantes levantaron una barricada para protegerse de los uniformados. Uno de estos manifestantes era Mihai Alexe, un electricista del metro capitalino. "Nada más oír que habían reventado el mitin de Ceausescu vine con unos compañeros de trabajo", recuerda. Antes de medianoche comenzaron las detenciones. "¿Qué quieres? ¿capitalismo?", le decía uno de los agentes mientras le pegaba.

Alexe, de hoy 51 años de edad, acabó desfigurado y con "el ojo fuera de órbita" en la prisión de Jilava, al sur de Bucarest, donde también fue a parar Nicoleta Giurcanu. A sus 14 años, había acudido a la plaza de la Universidad con su padre y hermano. Entre gritos de "libertad" y el zumbido de las balas, la familia fue obligada por agentes que les encañonaban a marchar a "paso ligero" y "con la barbilla en el pecho" hacia una comisaría. "La calle hervía, era una especie de caza del manifestante", cuenta 30 Giurcanu años después.

Huida Con las prisiones y los depósitos de cadáveres llenos, y ante la irrupción de manifestantes en el edificio, Nicolae y Elena Ceausescu huyeron del Comité Central en helicóptero el 22 de diciembre en medio del júbilo general. "Entré en el edificio por una ventana", relata Doru Maries, que entonces era futbolista profesional. Tras comprobar que la guardia de Ceausescu no ofrecía resistencia, se asomó a la azotea y divisó a la multitud que gritaba "libertad, libertad". Cubría por completo el asfalto hasta donde le alcanzaba la vista. "Parecía que me elevaba hacia el cielo", recuerda a sus 57 años.

El helicóptero de los Ceausescu tuvo que aterrizar cerca de Targoviste, a unos 80 kilómetros al noroeste de Bucarest. Allí fueron detenidos por una unidad del Ejército que acababa de unirse a la sublevación. Mientras, en la sede de la televisión empezaron a congregarse revolucionarios para proclamar su victoria en directo. Allí entró en escena el hombre que lideraría la transición como nuevo presidente de Rumanía, Ion Iliescu.

"Hizo un discurso muy prometedor y propuso que nos reuniéramos todos a las 17.00 en el Comité Central", recuerda Gelu Voican Voiculescu, quien estaba presente en la reunión y que sería después viceprimer ministro. Iliescu, crítico de Ceausescu, veterano militante comunista y uno de los miembros más respetados del PCR, salió por la tarde al balcón del Comité Central en Bucarest. "El proceso es irreversible", proclamó acompañado del jefe del Estado Mayor del Ejército. "¡El Ejército está con nosotros!", coreaba la multitud.

Ejecución El día de Navidad los Ceausescu fueron juzgados en un cuarto desolado de la base de Targoviste en la que estaban presos. El fiscal del proceso sumarísimo fue Dan Voinea, de entonces 39 años. "La figura jurídica fue delitos contra la humanidad, para los que la pena era la sentencia de muerte", recuerda. "Para que no se disparara más y no muriera más gente, Ceausescu debía ser eliminado", explica el exfiscal militar. "Les pusieron junto a un muro y los soldados abrieron fuego", relata sobre la ejecución que presenció.

"Creo que Elena se desmayó porque dispararon contra ella cuando ya había caído, y a Nicolae le dispararon primero en los tobillos porque saltó hacia arriba y cayó doblándose hacia atrás". "Después del anuncio de su muerte no murió nadie más en Rumanía", afirma Voican.

"El proceso fue muy defectuoso desde un punto de vista jurídico, si se quiere, pero las garantías procesales fueron respetadas", sostiene Voican, quien representó al CFSN en el juicio. Entre el 16 y 25 de diciembre murieron más de 1.100 personas en Rumanía, en su mayoría jóvenes que habían salido a luchar por un futuro libre y próspero.