as guerras producen devastación y destruyen países enteros, pero tras de sí puede aparecer una reconstrucción fructífera. Japón y Alemania perdieron la Segunda Guerra Mundial y hoy son economías poderosas y sociedades respetadas. Con la pandemia ha de ocurrir algo parecido. Seguimos sufriendo su atosigante incidencia y mortalidad, pero solo ocho meses después de declararse ya se están empezando a administrar las primeras vacunas, y llegarán más en los próximos meses. El viernes que viene la Agencia Europea del Medicamento aprobará la que ha desarrollado la colosal empresa norteamericana Pfizer junto con la alemana BioNTech, que era apenas una start-up biotecnológica hace un año. Lo que se ha logrado no solo es un hito científico emocionante, sino algo con trascendencia médica mucho más allá del coronavirus. Esta primera vacuna se ha diseñado con una tecnología completamente nueva, que nunca antes se ha empleado en personas, y el mismísimo Pasteur atestiguaría que no está defraudando. Acostumbrados a traducir innovación por teléfono móvil, se hace menos patente que también en el área de las ciencias empíricas están pasando cosas que nadie hubiera aventurado hace apenas tres o cuatro años. En general, las vacunas se han inventado para manipular inteligentemente nuestro sistema inmunitario, adiestrándolo para que pueda responder ante un agente patógeno cuando se necesite. Es, en cierto modo, un juego de estrategia. Hay que alentar la generación de una respuesta protectora pero sin causar la enfermedad y sin exceder los efectos de la reacción. No siempre se hizo bien. Décadas atrás la única manera de intentarlo consistía en exponer al organismo humano a versiones debilitadas del virus o la bacteria frente a la que se procuraba la inmunización, y las cosas podían fallar. Ocurrió con el caso de la polio, una vacuna de virus atenuado, que se excretaba por las heces, que sobrevivía en las aguas fecales, y que con el paso del tiempo revirtió a la cepa salvaje. Además, si se administraba a individuos inmunodeficientes podía provocar la enfermedad, como ocurrió hasta hace apenas 20 años. Mucho más frecuentes son las reacciones alérgicas frente a vacunas que se han de cultivar en huevo. Los avances que ahora tenemos delante son fruto de investigaciones de la última década, que por fortuna podemos aprovechar inmediatamente ahora que las necesitamos con urgencia. Si esta pandemia hubiera llegado cinco años atrás, habría sido imposible aspirar a disponer de una solución con tanta velocidad. El ejemplo de la vacuna de Pfizer-BioNTech es admirable. Lo que se hace no es debilitar al virus e inocularlo en el humano buscando la ansiada protección. La estrategia consiste en administrar un fragmento del material genético del patógeno (el mRNA, o RNA mensajero) para que nuestras propias células fabriquen una de sus proteínas, que será reconocida como extraña, originará una reacción inmunitaria humoral y celular, y consolidará la ansiada protección. Por decirlo en términos simplones, es como si antes usáramos una cataplasma y hoy pudiéramos emplear un bisturí láser. La técnica no solo es más precisa, sino que va a permitir la elaboración de cantidades industriales de la vacuna sin necesidad de esperar mucho tiempo, porque no requiere cultivos y es más industrializable. Por los datos que ya se han publicado, estamos ante una tasa de efectividad y seguridad realmente asombrosa. La vacuna de la gripe, por poner un ejemplo emblemático en las estrategias de salud pública, hay años que no supera una protección del 60% de los casos. Lo que llega ahora mejora el 90%, y en ausencia de reacciones adversas significativas. Otro aspecto muy llamativo de este tipo de vacuna es que los laboratorios que las han inventado no han necesitado tener ni un solo ejemplar del virus, ha bastado con conocer la secuencia del genoma del SARS-CoV-2, sus 29.903 pares de bases, para elegir el trozo con el que poder emular la fabricación de su proteína principal. Es, en cierto modo, una vacuna que tiene un origen digital, hechas a base del código que está descrito en un artículo.

Lo que va a suponer este momento germinal para la ciencia médica es incalculable. Desarrollos médicos de este tipo, impensables hace pocos años, tienen numerosas aplicaciones en el campo del cáncer o las enfermedades inmunomediadas, muchas de ellas crónicas e invalidantes. Y es solo el principio de una nueva era en la que la ciencia acabará venciendo a nuevas enfermedades, como en unos meses vencerá al coronavirus. Reconstrucción tras la guerra.

Lo que se ha logrado con la vacuna no solo es un hito científico emocionante, sino algo con trascendencia médica mucho más allá del coronavirus

Desarrollos médicos de este tipo, impensables hace poco, tienen numerosas aplicaciones en el campo del cáncer o enfermedades crónicas