o creo que sea un proceso corto". Un confeso puigdemontista, con sueldo y cargo de confianza en la Generalitat, asumía ayer con evidentes tintes de resignación la intrincada gestación que le espera al futuro gobierno del 14-F. Solo está seguro de que lo presidirá Pere Aragonès. Es cierto que la holgada mayoría soberanista (ERC, JxCat y CUP, 74 de 135 escaños) serviría para despejar cualquier duda, pero el profundo recelo político y personal que las dos principales fuerzas de este bloque han acumulado en la legislatura de su cohabitación ensucia y distorsiona las vías para un entendimiento, en absoluto próximo. Comienza, por tanto, en Catalunya una batalla de marcado acento ideológico, rodeada de una profunda carga emocional y que dispondrá en Madrid de una terminal en vilo, pendiente de su estabilidad.

Los republicanos tienen en su mano la manija, pero no la pueden manejar tan libremente como les gustaría. Como botón de muestra, en el primer día de resaca ya sienten la presión de Laura Borràs, reacia a que En Comú Podem se incorpore a un pacto de amplio espectro, temerosa posiblemente de que un partido constitucionalista diluya el efecto de la presión soberanista. En realidad, ERC quiere ensanchar este bloque mayoritario para compensar el mal trago que le supone depender del radicalismo de la CUP en la investidura y más adelante. Es simplemente el primero de los muchos escarceos que se agolparán. De hecho, este complicado entendimiento puede endurecerse más si Borràs es finalmente procesada. Su relevo natural en ese caso sería Joan Canadell, el explosivo presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, quien acostumbra a reducir la razón de su existencia sencillamente a ser independentista. "Mejor que siga Borràs", admite cauteloso un diputado socialista.

Desde Waterloo se trabaja en la idea fundamental de que Oriol Junqueras no puede jugar la baza de la mayoría de izquierdas, que siempre estará disponible, porque le saldría muy caro. Por eso JxCat va a presionar al máximo. Empezará recordando que las urnas reflejan una mayoría suficiente para reclamar de inmediato un referéndum. "Escocia va a ir a un segundo referéndum con un respaldo del 47,5%, cuando aquí superamos el 50%", proclama un posconvergente apenado todavía por ese "mordisco de votos del PDeCAT" que les ha impedido ganar la pugna entre soberanistas. El dato entraña mucha carga de profundidad por su repercusión para toda la legislatura, cuya duración nadie se atreve a predecir por sensatez. Un diputado de ERC lo reconocía ayer: "No me quiero ni imaginar cómo estaríamos si fuéramos terceros". Pedro Sánchez, desde luego, también respiró aliviado.

Las secuelas de los explícitos desprecios entre los dos estandartes principales del procès siguen sangrando. Las escenas de desencuentros y descalificaciones rellenarían varios almanaques, según el testimonio contrastado de periodistas a pie de Parlament. Formalmente, ambas formaciones coinciden en la apuesta por el derecho a decidir y en la obtención de la amnistía. A partir de ahí, se repelen sin recato y hasta con palpables gotas de enemistad. En semejante coyuntura, el destino parece que les vuelve a emparejar. Y lo saben. "No hay otra que tragarse más de un sapo porque todos sabemos que no nos dejan otra opción", admiten desde ERC. Es decir, no contemplan la alternativa del PSC. "Es que no nos fiamos de Pedro Sánchez porque el PSOE nunca le va a dejar que llegue hasta donde queremos que llegue", justifica la misma voz republicana.

En el caso del PP, se resisten a tragarse el sapo de su imparable declive en Catalunya. A pesar de disponer de un candidato solvente como Alejandro Fernández -"con otro, posiblemente estarían fuera del Parlament", coinciden varios analistas"-, en Génova miran hacia otro lado, refugiándose en las evasivas ideas peregrinas de Teodoro García Egea. Su manifiesta incapacidad para quedarse con un trozo de la tarta de Ciudadanos ha dirigido los dardos contra Pablo Casado, pero también hacia la particular guerra de familias que agujerea al PP catalán. "Desde la designación de Josep Piqué vamos en picado", reconocía ayer un sufrido votante, incapaz de asumir el sorpasso de Vox. "Resulta que todos aplaudiendo que nos habíamos ido al centro, y luego les dejamos en Catalunya todo el sitio para ellos", añadía con abierta resignación por la incapacidad para articular un discurso "tan regionalista como el de Feijóo, que nos valdría perfectamente". Quizá el problema lo sigan encontrando en esos consultores de cabecera que siguen mitigando la pujanza del soberanismo y que ayer mismo uno de ellos, en público, rebajaba su fuerza a "un 27% del censo electoral".

Para abatimiento, en Ciudadanos. Se agolpan las voces enumerando la catarata de fatídicos errores de Albert Rivera e Inés Arrimadas y que acercan a este partido hacia una vía mortecina, mientras aquel millón de votos de 2017 se reparte entre socialistas, ultraderechistas y una legión de desquiciados abstencionistas. A Ciudadanos le queda el amargo sapo de asumir su irrelevancia.

En el PP lamentan la incapacidad para articular un discurso tan regionalista como el de Feijóo en la Xunta de Galicia

En ERC hay quien no se fía de Pedro Sánchez porque creen que el PSOE no le va a dejar que llegue hasta donde quieren que llegue