n movimiento inesperado se coló en la campaña electoral de las elecciones forales y municipales de 2011 y dio origen a lo que conocemos como el 15-M. Fue impulsado por la denominada plataforma Democracia real ya, que convocó, justo hoy hace diez años, manifestaciones en unas 50 localidades del Estado. Las protestas tuvieron un respaldo desigual, pero por encima de lo esperado.

La llamada respondía al descontento ciudadano provocado por la crisis económica de 2008, que llevó aparejados recortes sociales sin precedentes y un rescate a los bancos.

Un año antes de todo esto, el 12 de mayo de 2010, el presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, había anunciado el ajuste económico más impopular de la democracia. Su intervención en el Congreso de los Diputados, que ha quedado grabada en la memoria de muchos de nosotros, fue una enmienda a la totalidad del programa con el que había ganado las elecciones dos años antes y un hachazo a los bolsillos del conjunto de la ciudadanía.

De golpe y porrazo, y previa llamada de Barak Obama exigiéndole contención del disparado déficit, Zapatero redujo un 5% el salario de los funcionarios, congeló las pensiones excepto las mínimas, recortó el gasto para dependencia y anunció que los nacidos antes del 1 de enero de 2011 serían los últimos que llegarían con los 2.500 euros del cheque-bebé bajo el brazo.

En otras palabras; cinco millones de pensionistas, 2,8 millones de funcionarios, cientos de miles de ancianos necesitados de asistencia y los 400.000 nuevos padres de 2011 sufrieron directamente las consecuencias del recorte. También se vio afectado el conjunto de la población con una subida de dos puntos del IVA, que lo elevó hasta el 18%.

Tampoco se libraron de los recortes las constructoras, que perdieron un negocio de 6.000 millones de euros en obra pública, en tanto que los países en vías de desarrollo dejaron de recibir unos 600 millones de euros de la cooperación española.

Un brutal tijeretazo que contribuyó a ser el caldo de cultivo de la gran indignación y el descrédito hacia las instituciones públicas y los políticos.

"No nos representan", fue uno los lemas que se popularizó cuando algunos de los más de 20.000 manifestantes decidieron acampar esa noche en la madrileña Puerta del Sol, con la intención de estar allí hasta la jornada electoral del 22 de mayo de 2011. Y allí permanecieron, pese a que la policía llegó a desalojarles la madrugada del martes 17 de mayo.

Los ecos del 15-M no tardaron en llegar a Pamplona, que ese mismo domingo 15 de mayo ya acogió una manifestación en sus calles, dos días antes de que una treintena de jóvenes se concentrara en la plaza del Ayuntamiento.

Los autodenominados "indignados" -nombre que surgió de un panfleto de Stéphane Hessel publicado en España un par de meses antes, titulado ¡Indignaos!- volvieron a tomar la plaza al día siguiente. Pero ya no eran 30, sino 200. Y algunos de ellos siguieron el ejemplo de la Puerta del Sol y decidieron acampar.

El goteo de indignados que se sumaban a la protesta era incesante hasta el punto de que la plaza Consistorial se quedó pequeña, por lo que el viernes, 20 de mayo, las aproximadamente tres mil personas concentradas optaron por trasladarse a la Plaza del Castillo.

Las asambleas se sucedieron y en ellas se aprobó el manifiesto Democracia Real ¡Ya!, impulsado por la plataforma con este mismo nombre, y que era compartido en otros puntos del Estado con especial protagonismo de los que se cocía en la Puerta del Sol. En este texto se hablaba de "los derechos de la gente a la vivienda, el trabajo, la cultura, la educación y la participación política".

"Si nos unimos, esto podemos cambiarlo", se leía en el manifiesto, que precisaba que en torno a este movimiento había "personas diferentes, unas más progresistas y otras más conservadoras", todas ellas "indignadas" y con el objetivo común de "construir una sociedad mejor".

Faltaban solo dos días para las elecciones, pero de lo que se hablaba era del ya bautizado 15-M, que acaparaba portadas incluso de la prensa internacional.

Sin embargo, la indignación no se reflejó en las urnas. UPN y PSN, que perdió tres escaños al pasar de 12 a 9 por los efectos del agostazo de 2007- formaron un efímero gobierno de coalición, tras unas elecciones marcadas en Navarra por el regreso de la izquierda abertzale a las instituciones. Lo hizo bajo la marca de Bildu y logró siete parlamentarios, uno menos que Nafarroa Bai, reducida a Aralar, PNV e independientes tras la marcha de EA y Batzarre, que habían dejado la coalición unos meses antes.

Las elecciones, no obstante, fueron un punto y seguido para el 15-M, que se mantuvo activo a través de asambleas y acampada en la Plaza del Castillo hasta su disolución con la llegada de los Sanfermines.

"El 15-M tuvo éxito porque no tenía memoria, porque no tenía líderes, porque no tenía programa y porque no tenía estructura y fracasó porque no tenía memoria, porque no tenía líderes, porque no tenía programa y porque no tenía estructura", llegó a decir el dirigente de Podemos Juan Carlos Monedero.

Lo cierto es que el nacimiento de la formación morada no puede separarse de este movimiento, y ambos han contribuido a que el mapa político e institucional, tanto en Navarra como en el Estado, sea hoy distinto del que había hace diez años cuando los indignados tomaron las calles.