l igual que el volcán de La Palma, justicia y política juegan con fuego. La penúltima entrega del sainete Puigdemont chamusca la perseverancia del Supremo y la obstinación del juez Llarena. Incluso, el propio expresident catalán corre el riesgo de quemarse en el alambre de su teórica inmunidad, sometida peligrosamente al arbitrio de interpretaciones desarmonizadas. Presagios, en suma, nada alentadores para asentar en Catalunya no solo la incipiente mesa de diálogo sino la empinada paz interna de las facciones independentistas. Un permanente foco de tensión apenas comparable al despreciable acto de desobediencia de Vox en el Congreso durante el pleno del pasado martes que retrata la magnanimidad de la democracia incluso hacia sus apóstatas.

Pedro Sánchez camina atado al riesgo. Se las prometía felices con esa foto del diálogo sin Junts, que metía la soga en casa del ahorcado soberanista, cuando Italia va y apresa siquiera unas horas al huidizo Puigdemont, en tránsito hacia el folclore catalán de Alguer. Creía el presidente que su gesto de distensión encarrilaba una negociación presupuestaria más allá de los golpes de efecto reivindicativos propios de estos pulsos. Puro espejismo. Ni que este arresto de quita y pon fuera provocado por una mano negra que quisiera jugar a sus propios intereses. Ahora, ha bastado que un magistrado italiano entienda a su modo la situación jurídica del rebelde más problemático en Catalunya y España para que el sector más desconfiado del soberanismo se empodere en sus reticencias y así la sombra permanente del acuerdo imposible encapote el escenario.

Otra vez la justicia embarra el campo de juego político. Posiblemente nunca dejará de hacerlo porque cree que le asiste la equidad en este tormentoso proceso. En este capítulo del folletín viene a complicar sobremanera el posibilismo de ERC mientras acrecienta las tesis de incredulidad que siempre abandera su rival. Es una quimera concebir una nueva convocatoria de la mesa del diálogo mientras Cerdeña siga sin resolver la insólita situación de su visitante más perturbador a los ojos del resto de tribunales de la Unión Europea. Mucho más plausible resulta imaginarse la agenda diaria de todo un Govern reducida a seguir minuto y resultado de la suerte judicial de Puigdemont y, sobre todo, ir analizando cada paso que dan cada uno de sus socios, ventrílocuos y terminales.

Para fuego devastador en La Palma, donde Sánchez no ha regateado un esfuerzo, propio de quien cuida su imagen y su responsabilidad. Entre la lava de tanta desgracia tuvo que sortear el presidente la molesta imputación de la exministra González Laya que viene influenciada por una malévola intención desde Marruecos. El PP no tardará un segundo en hincar el diente a un espinoso asunto que, sin embargo, puede durar simplemente lo que quiera Rabat. Otra excusa para seguir atizando a un Gobierno que empieza a acusar una cierta desazón. En un contexto de esperanza por la llegada de los fondos europeos se ve sometido a encarar peleas envenenadas de desgaste. En un clima insoportable de tensión política, vienen a atizar el fuego la destructiva polémica del culebrón del precio de la luz, la inesperada rebaja de las previsiones de crecimiento y la exigencia fiscal de pie en pared presupuestario de Unidas Podemos.

Con todo, ni siquiera el sector más hooligan del PP cree que la sangre de las recurrentes exigencias en las Cuentas llegará al río siquiera de su devolución parlamentaria. Ocurre que la derecha provoca tanto pánico en el ánimo de una mayoría solvente que es suficiente para aniquilar sus expectativas y, de rebote, favorecer las pretensiones del PSOE y, con la boca pequeña, hasta de su socio. La mera hipótesis de imaginarse un gobierno de Casado/Ayuso chantajeado a cada momento por ese Vox capaz de quebrantar la autoridad de una Cámara legislativa hiela el espíritu democrático de muchas formaciones. Ahí encontrará siempre Sánchez la principal razón de su supervivencia en el poder. Del resto ya se encargan los propios populares librando sus cuentas pendientes. A unos días de la convención en su plaza talismán de Valencia, es imposible encontrar una línea ni una voz que desgranen cuáles son esas tablas de la ley sobre las que el líder popular sacará a su partido de la oposición. De momento, en el barómetro madrileño solo se escucha el ruido de algunas ausencias sonoras y el incesante boato hacia la figura de su rutilante presidenta. Otros que juegan con fuego.