ierto es que las cosas de la política no sólo ocurren en Madrid, y que habitualmente se concede una excesiva atención y pretensión de relevancia a lo que acontece en la capital. Pero también, que hay asuntos que tienen por escenario principal la ribera del Manzanares, y que en no pocos momentos fraguan claves que pueden condicionar bastante más cosas. Es lo que está ocurriendo con el enfrentamiento, ya indisimulado, entre lo que representa la presidenta regional Ayuso y la autoridad que quiere imponer la dirección nacional de su partido. Por resumirlo: la primera quiere que se convoque cuanto antes un congreso que le permita presidir también su organización política, lo que es norma tácita en el PP (el presidente territorial es candidato autonómico, que me lo digan a mí) o en el propio PSOE (ocurre igual con el secretario general de cada federación). Una lógica que la dirección nacional del PP quiere anular en el caso de la región que acoge a la capital. Sobre las razones que justifican este enfrentamiento hay tantas cábalas como desorientación. Muchos comentarios, privados y públicos -es el tema favorito para las columnas de los digitales de esta semana-, pero poca luz sobre la causa por la que los populares están dando este espectáculo y, como muchos dicen, pegándose un tiro en el pie. Yo siempre he creído que las causas más simples son las más probables, tal que enseña Ockham. En este caso, parece evidente que Ayuso constituye una enmienda a la totalidad de lo que representa la estrategia que en Génova creen, pardillos ellos, que les llevará a Moncloa. Y no pueden permitir que la joven presidenta comience a ser vista prácticamente como un ídolo pop, en franco contraste con la carencia de sexapil político de los Casado y García Egea. Por poner un ejemplo deportivo, Ayuso es la tenista que sube a la red a disputar el partido, que se mueve rápido, que intuye dónde coloca la bola, y la que gana los puntos decisivos, como demostró en mayo. Los geneoveses están acochinados en el fondo de la pista, devolviendo como pueden, manteniendo la figura y planchada la camiseta, pero, aunque no lo sepan, a merced permanente de su rival. Además, Ayuso supo identificar en las pasadas elecciones regionales que su oponente no era ni Gabilondo ni siquiera Iglesias, sino el propio Sánchez, el mismo al que sus mayores no saben hincar el diente. Su "Socialismo o libertad" y su cercanía a la realidad civil hizo palidecer toda la amanerada política de oposición de los de Casado. Ante el mismo adversario, muy distinta ejecutoria. Eso es lo que no soportan en la central del partido. Consecuencia: hagamos de la Comunidad de Madrid un territorio de excepción política, en el que la que gana las elecciones y tiene claro cómo desarrollar un proyecto político referencial no sea la que en realidad ejerza dentro de la organización. Pongamos sordina a este imprevisto fenómeno político. Añadamos grafito al reactor nuclear, porque no nos podemos permitir que genere tanta energía. Busquemos un espantapájaros para que presida el PP madrileño, y que en la Puerta del Sol sepan que han de someterse a la inconmensurable estrategia de lo que hay al otro lado de Gran Vía.

Las huestes de Casado están convencidas de que indefectiblemente llegarán al Gobierno en cuanto haya elecciones, que serán en otoño del 22 o en enero del 24. Para ello, basta esperar que caiga la fruta del árbol, sin moverse demasiado, e intentando no espantar a lo que consideran es el electorado más de izquierdas. De ahí que Cuca y Maroto se empeñen, día tras otro, en hablar de un PP feminista y ecosostenible, porque ellos lo dicen. Cuando Sánchez constituyó el gobierno que Rubalcaba bautizó como Frankestein, pensaron que como no podía salir bien volverían a ser demandados como la solución al desaguisado. Llegó la pandemia y su impacto social y económico, lo que hizo acrecentar esas esperanzas. Este diseño estratégico preconfigurado consiste en presentar al PP como puerto seguro, y para eso sobra cualquier exceso. No se enteran de nada. Casado sigue siendo un líder endeble, que no ha encontrado una ejecutoria que interese lo más mínimo, con esa media sonrisa con la que anuncia que España está en quiebra, o con el aluvión de asuntos que mezcla desordenadamente en cada intervención, sin fijeza alguna. Engañados por el incienso de las encuestas -que son mero entretenimiento mediático-, se permiten el penoso espectáculo de lo de Madrid. En Vox, felices. Y en Moncloa, más.

Ayuso es una enmienda a la totalidad de lo que representa la estrategia que en Génova creen, pardillos ellos, que les llevará a Moncloa

A los responsables de este suicidio colectivo les sobra cuajo para mirar a los ojos a sus descendientes sin dejar de llenarse los bolsillos