e leído el libro de Cayetana Álvarez de Toledo, el que sacude estos días las costuras del PP. Es un relato impecablemente escrito que combina reflexiones atemporales, la crónica de las vicisitudes políticas de la autora en los últimos años, y algunos retazos biográficos entreverados. Yo a Cayetana le tengo mucho aprecio personal y político, fruto de los más de tres años en los que ocupamos escaños colindantes y hubo oportunidad de comentar bastantes cosas. Pero muy al margen de las afinidades, lo que me venía a la cabeza en medio del escándalo -¡una diputada glosando con finura de cirujano la ejecutoria de su propia organización!- era que nuestra pueril democracia sigue sin reflexionar sobre dos de los problemas más importantes que tiene. El primero es el del papel de la política en la sociedad; si ha de tener límites o debemos dejar que se apodere de todos los espacios. El segundo, el del papel de las personas en la política; si cabe la disidencia, la opinión libre, si merita el talento, o en cambio todo debe basarse en la disciplinada militancia lanar. Desaparecería mucha podredumbre si bajáramos hasta esos cimientos y pudiéramos convenir una manera más limpia y moderna en que la política se pudiera desenvolver. Escandaliza que Cayetana cuente el chusquero acoso al que le sometió Teodoro, o se atreva a describir con palabras impresas lo que muchos perciben y cuchichean sobre la insustancialidad de Casado, o reivindique que la política no se hace con frasecitas de oportunidad para imbéciles, sino que tiene un requerimiento intelectual que tan frecuentemente es repudiado. En el libro hay más alabanzas a compañeros que opiniones despectivas, y la constatación de que si algo no es propio de la autora es el prejuicio clasista. Pero los cagapoquito de Génova ven en él un molino de viento al que tomar por gigantesco antagonista. Más les valdría entenderlo como revulsivo.

Una cosa que parece no calibrar el PP es que el poder no se hereda, sino que hay que ganarlo. El mayor argumento de autoridad que están exhibiendo es que las encuestas les mantienen al alza, por encima del PSOE, aunque a la postre obligados a pactar con Vox. La foto puede ser plausible, pero también puede devenir en espejismo. Hay un fenómeno en relación con los de Abascal que no se está valorando lo suficiente. En el espectro de la derecha opera en ocasiones el voto útil. En las segundas elecciones de 2019 el PP subió y Ciudadanos casi desaparece por efecto de este mecanismo, el de los votantes que a lo mejor no estaban muy conformes con Casado pero pensaron que había que concentrar ahí. El voto útil significa que se renuncia a elegir la opción preferida, la más platónica, en favor de una segunda, un second best al que se recurre coyunturalmente y con intención táctica. Hoy, en una gran parte del electorado anida la idea de que al PP le asiste la virtud de la moderación y que dispone de cuadros suficientes, pero que por sí son incapaces de afrontar medidas que constituyen el núcleo de interés de millones de personas. Por ejemplo, en relación con las leyes de género, la corrección de los profundos desajustes económicos, la terrorífica fiscalidad que Montoro glorificó, o la tolerancia hacia los independentismos. Es en ese momento cuando se mira a Vox, que será el corrector factual, el que sólo facilitará un gobierno que cumpla con todo aquello que tienden a relativizar los de Casado. De manera que en las encuestas está agazapada una variable que forzosamente no puede aparecer en ellas: la decisión de última hora de millones de votantes de arriesgarse a repetir lo de Mariano, o poner sobre el tapete el auténtico incentivo para que algunas cosas cambien de verdad. Esta es la nueva lectura del voto útil que muchos estarán haciendo, pero que no aflora en la sociometría, de manera que como tal fenómeno no puede percibirse en la vecindad ni autolimitarse. No es fácil aventurar nada, pero tal vez no sea tan descabellado pensar no sólo que los de Abascal están infraponderados en los sondeos, sino que tienen a su alcance el sorpaso. El PP está poniendo todo de su parte para que esto ocurra, entretenidos como están con la ejecutoria de Teodoro el de la testosterona y Pablo el de no se sabe qué. Para completar el cuadro, vuelven a aparecer en escena Mayor Oreja y María San Gil, santa María San Gil, una de las personas más oscuras y al tiempo sobrevaloradas que han pululado por escenarios y emisoras. Qué querrán, es todavía una incógnita. Lo que no está en duda es que reaparecen conscientes del barullo.

No es fácil aventurar nada, pero tal vez no sea tan descabellado pensar que los de Abascal tienen a su alcance el sorpaso al PP

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