os jueces del contencioso administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Navarra que mediante un Auto autorizaron el pasado día 25 de noviembre la obligación de presentar el certificado sanitario para acceder a los locales públicos pusieron en su resolución que “las medidas acordadas, por los fundamentos expuestos ut supra, suponen una limitación tenue de los derechos fundamentales afectados que, al ser confrontados y atendiendo a su naturaleza teleológica, hacen proporcionada su adopción”. Prestemos atención al adjetivo que escogen, “tenue”, el que argumentaban “ut supra” y que nos conduce a entender la dimensión “teleológica” del caso. Todo es una representación de esa manera tan absurda y genuinamente hispana que tienen nuestros jueces de recrearse en la semántica, de representar mediante la palabra estrujada una pretendida altura jurídica, y que en el fondo constituye una pedantería que sólo se encuentra en los productos de nuestros juzgados. Las jurisdicciones sajonas, en cambio, toman como obligado libro de estilo la simplificación y concreción en la expresión, porque es más objetivable y hace transparente la lógica juzgadora. En el caso que nos ocupa, calificar como “tenue” una violación de derechos fundamentales es en sí una aberración. Porque no hay una graduación en el ámbito de estos derechos, puesto que de lo contrario no serían derechos calificables como fundamentales. Esto de que la limitación sea “tenue” es como aquello de la doncella que se quedó “ligeramente embarazada”. Si hay transgresión de derechos básicos, aún en grado pretendidamente mínimo, no hay sala de lo contencioso que pueda autorizarla ni en su más ínfimo nivel. En descargo de sus señorías, está la constatación de que se les ha endosado la responsabilidad de autorizar medidas sanitarias que, como hemos visto, requerirían de unos criterios armonizadores de carácter general, probablemente una ley orgánica que interpretara los derechos constitucionales. En el País Vasco, los colegas de los jueces navarros que habían dicho que sí, dijeron que no. Hasta que llegó el Tribunal Supremo a desdecirles. ¿Saben más de estas cosas en Madrid, en Pamplona o en Bilbao? Sin una norma básica para la gestión de la pandemia, que nadie sabe por qué no se ha querido hacer, al final se traslada a los togados la carga de ponderar algo que, sinceramente, se les escapa porque nunca lo han tenido que dictaminar ni están preparados para ello. Es gracioso que al final del Auto pidan al Departamento de Salud un “informe sobre la evolución epidemiológica y la efectividad de las medidas acordadas”, como si en la Audiencia fueran expertos en genotipos vitales o coberturas vacunales. Yo les cambiaba de paso la suscripción al Aranzadi por una a The Lancet.

Lo del pasaporte Covid lo probaron en Francia este verano y la única intención que albergaba era la de promover la vacunación de aquellos que libremente habían decidido no pincharse. Porque está fuera de toda duda que un vacunado puede contagiar y ser contagiado, de manera que la incidencia (número de casos nuevos en un determinado periodo de tiempo) no se va a reducir lo suficiente por más que sólo llenen los bares los que exhiban en sus móviles el testimonio de su pauta. Entre los muchos errores cometidos en la gestión de la pandemia, no es el menor el que las autoridades se dejaran llevar por la inconsistencia cuando afirmaban que llegaríamos a disponer de una inmunidad de grupo en el momento en el que el 70% de la población estuviera vacunada. Se ha comprobado falso: aun con ese porcentaje, las infecciones pueden seguir creciendo. Las vacunas son lo mejor que le han pasado a la humanidad en tiempo reciente, y están evitando que con delta o con ómicron se vuelvan a llenar las UCI y tengamos féretros circulando. Pero no sirven para cortar del todo la contagiosidad. Lo que sí es útil para esto es la mascarilla, esa que la ministra de Sanidad, el presidente Sánchez y todo su coro de sandios invitaron a desechar hace unos meses al grito de “las mascarillas dejan paso a las sonrisas”. Al final, se comprueba que la banalidad y el oportunismo más zafio son los que han regido todo este problemón. Primero con lo de la inmunidad colectiva, que no es tal ni nunca debió entenderse como tal. Luego con lo del fin de las mascarillas, que es como pedirle al náufrago que se entretenga haciendo agujeros en su balsa. Y ahora con lo del QR, que no es otra cosa que meternos en el bolsillo un recordatorio de que seguimos amenazados, pero que con descargarse el salvoconducto es bastante.

Las vacunas son lo mejor que le han pasado a la humanidad en tiempo reciente y evitan que se vuelvan a llenar las UCI