ste lunes se cumplen dos años desde que el Gobierno de Sánchez decretara el Estado de Alarma. Dos años de pandemia, restricciones y crisis sanitaria que la guerra en Ucrania ha eclipsado de forma abrupta y radical. Crisis sobre crisis, y un conflicto bélico en plena Europa de consecuencias económicas imprevisibles, pero que se empiezan a sentir ya en la puerta de casa.

Hay una preocupación evidente en el Gobierno de Navarra por lo que pueda venir en las próximas semanas. Nadie oculta la dificultad de momento. Ni la presidenta ("la guerra va a tener un impacto muy negativo"), ni su portavoz ("esta situación va a durar tiempo") ni el consejero de Desarrollo Económico ("la incertidumbre es máxima"). Solo la titular de Hacienda matiza que Navarra no está tan expuesta como otras regiones, preocupada porque el alarmismo excesivo acabe haciendo la profecía autocumplida.

Todos siguen la línea trazada por Pedro Sánchez, que anuncia "tiempos duros". Y todos señalan a una misma persona: al presidente ruso, Vladimir Putin. Hay un esfuerzo evidente por preparar a la población para lo que pueda pasar, pero también para que quede claro desde el principio dónde está el origen del problema. Quizá ahora parezca innecesario, pero en unos meses tal vez haya que recordar a quién hay que responsabilizar de las penurias del día a día.

Porque, más allá del drama humanitario que deja la crueldad de la guerra, los efectos de la invasión de Ucrania se notan ya en la cartera. El precio de la gasolina sube casi cada hora, algunas empresas anuncian regulaciones de empleo por falta de suministros o por el coste energético, y la factura del gas empieza a dar los primeros sustos. Va todo demasiado deprisa, y queda por ver cómo responde al nuevo shock una sociedad que empezaba a soñar con el final de la pandemia. La crisis va a afectar además a sectores muy diversos, y algunos anuncian ya las primeras movilizaciones.

No está claro qué va pasar a partir de ahora. Dependerá de muchos factores. De lo que dure la guerra y de cómo acabe. De que la UE participe en el acuerdo final o se mantengan las sanciones a Rusia en todos los ámbitos, que son muchos -prácticamente todos menos la compra de gas y petróleo-. Y de las decisiones que tome la propia Unión Europea, que intenta aprovechar la crisis para avanzar en la transición energética, romper la dependencia del gas ruso y afianzar una política exterior común, incluido algo parecido a una fuerza militar propia.

Será en cualquier caso un proceso largo que ya no tiene marcha atrás. La guerra en Ucrania ha acelerado un proceso soterrado desde hace tiempo, y que la pandemia ya puso en relieve. Un reequilibrio del poder mundial con China y los EEUU como actores principales en una lucha tecnológica y comercial en la que Europa y Rusia no dejan de tener un rol subalterno. Y en la que la UE definitivamente ha acabado de tomar partido del lado norteamericano. La transición está en marcha y, como todas las anteriores, también dejará víctimas colaterales. Y no es difícil imaginar quiénes van a ser.

Todas las crisis traen además novedades en el lenguaje. Si en 2008 aprendimos de déficit, deuda y prima de riesgo, y si la pandemia nos enseñó qué son el confinamiento, un test de antígenos o el estado de alarma, ahora toca familiarizarse con el término estanflación. Una mezcla entre recesión económica e inflación que, en términos coloquiales, significa la tormenta perfecta.

Es la versión pesimista de la crisis que asoma en el horizonte. Una caída de la economía mezclada con un aumento sostenido de los precios en un contexto de deuda pública elevada, escasez de materias primas y unos tipos de interés al alza Una hipótesis de la que los gobiernos prefieren no hablar, pero que puede hacerse cotidiana si la espiral apocalíptica no para de crecer.

No es ese todavía el escenario, y es posible que no lo llegue a ser si las medias paliativas -la UE ha aprobado desvincular el precio del gas y el de la electricidad- mitigan el coste de la energía y la guerra se resuelve más pronto que tarde. Es en lo que confía el Gobierno de Navarra, que asume que su margen de actuación es escaso, y que limita su reacción a la atención humanitaria de los refugiados y a una ronda de contactos con los agentes políticos y sociales más simbólica que ejecutiva. Entre otras cuestiones porque el presupuesto, que se ha exprimido al máximo en año preelectoral, ofrece pocas alternativas que no pasen por un reajuste del gasto. Así que todo queda a expensas de lo que se decida en la cumbre europea de estos días y de la posterior conferencia de presidentes, donde se marcarán las líneas generales de una respuesta que atenderá a los ritmos y los objetivos que marque Europa.

Demasiadas incertidumbres para el Ejecutivo de Chivite, que encara además votaciones importantes en el Parlamento. La ley del Convenio, la de Cambio Climático, los planes de euskera y de convivencia o el futuro del profesorado de religión van a medir el grado de cohesión del Gobierno en un momento clave de la legislatura. Y aunque ninguna votación es determinante por sí misma, todas juntas pueden acabar desestabilizando un barco en el que se ha empezado a pensar en las elecciones demasiado pronto. Pero la tormenta es seria, y no va dejar espacio para frivolidades.

El Gobierno de Navarra asume que su margen de actuación es limitado y centra su respuesta en la atención a los refugiados

Las autoridades han decidido ya que Putin es el único responsable de esta crisis. Por lo que pueda pasar