poco más de un año de las elecciones municipales y autónomicas, las miradas están puestas en Andalucía. Allí se decide el próximo 19 de junio no solo el Gobierno regional, también el marco de juego para los últimos meses de legislatura. Andalucía es el síntoma de un clima político marcado por la salida de la pandemia y la incertidumbre económica que genera la guerra en Ucrania. Aires de cambio de ciclo que han dejado una derecha envalentonada y una izquierda a la defensiva. El estado de ánimo de unos y otros va a depender mucho de lo que ocurra en el sur de España.

El Gobierno de Sánchez ha sobrevivido relativamente bien a la gestión de la pandemia, pero la crisis económica es otra cosa. Los indicadores no son malos, las previsiones de crecimiento siguen siendo positivas y los datos de empleo mejoran. Y sin embargo la situación en la calle se puede complicar en cualquier momento, sobre todo si la crisis energética se agrava con la llegada del otoño.

Hay además indicios de agotamiento en el Consejo de Ministros, que tiene en la descomposición del espacio de Podemos su evidencia más relevante. Pero no la única. En el PSOE hay dudas y no acaba de afinar un mensaje acorde con la nueva realidad social y económica. Y hay con fusión en sus aliados, desconfiados por el espionaje de un Gobierno al que se sienten forzados a sostener para evitar el acceso de la ultraderecha al poder. La mayoría de la investidura no ofrece muchas garantías para el futuro.

Así que la derecha tiene motivos para afrontar con optimismo el nuevo ciclo electoral. Se siente segura y se sabe impune. Ayuso exhibe su poder en Madrid mientras Feijóo despega en las expectativas electorales en el CIS desde su calculada ambigüedad. Protegido por una corriente mediática que esconde los audios que relatan la corruptela política y policial que sostuvo al PP en el poder mientras jalea el ostentoso ongi etorri al rey emérito, a sus delitos fiscales prescritos, a su fraude regularizado y a su dinero en paraísos fiscales.

Muestra de la euforia que recorre las filas del PP y de Vox, que dan ya por descontada una victoria electoral que antes tienen que confirmar en las urnas. En las que se debe resolver también el equilibrio de poder entre un PP que quiere gobernar en solitario y una extrema derecha que confía en consolidar su presencia en gobiernos de coalición. La derecha tiene su propia batalla.

Andalucía es el termómetro de la nueva realidad política. Ya lo fue en 2018, cuando la irrupción de Vox facilitó al PSOE la capitalización del voto de izquierdas en las municipales y autonómicas de unos meses después. Y puede ser determinante ahora si la extrema derecha logra romper la dinámica de bloques y capta votos en ámbitos tradicionales del PSOE. Sobre todo en el ámbito rural, donde el sector primario evidencia un descontento creciente respaldado por colectivos como los transportistas o los cazadores.

De andalucía a navarra+

Una realidad a la que no es ajena Navarra, que con sus matices y su realidad propia, también se va a ver afectada por lo que ocurra en Andalucía. No se puede hacer una lectura directa, mucho menos a un año de las elecciones. Pero algunas realidades sociológicas se asemejan bastante a las que se pueden encontrar en el sur peninsular, y hay tendencias que sí pueden ser equiparables.

Un escenario que no deberían subestimar ni el Gobierno foral ni los partidos que lo apoyan, más preocupados por solventar sus discrepancias internas que por ofrecer una visión compartida de lo que va a ser su legado de estos cuatro años. Hoy por hoy no hay una alternativa real en Navarra, pero el contexto puede no ser tan favorable a partir de septiembre si la corriente de fondo que llevó a Chivite al Gobierno cambia de dirección.

Sorprenden por ello algunas dinámicas que se han visto en las últimas semanas en el Palacio de Navarra. Y que han propiciado una división del voto en el Parlamento que ha devuelto el protagonismo a la derecha justo cuando más debilitada se encontraba. Un error de cálculo por parte del PSN, que lejos de ganar centralidad no ha hecho sino acrecentar la desconfianza de sus socios. Pero especialmente de Geroa Bai, que ha acabado legitimando el baile de mayorías que tanto ha criticado a su socio de Gobierno.

La buena noticia para ambos es que queda margen para enmendar errores y consolidar la alianza, aunque hará falta mayor cohesión pública de la que han mostrado hasta ahora. Así se asume en el seno del Gobierno, donde se ha optado por intentar desenredar los nudos que corrían el riesgo de hacer descarrilar la legislatura. Las diferencias siguen ahí y serán evidentes también en el futuro. Pero la espiral de confrontación de los últimos meses parece que ha quedado aparcada. Al menos de momento.

No es un hecho menor para una mayoría de gobierno que, según subrayaba esta semana la propia presidenta, aspira a reeditar la experiencia tras las próximas elecciones. La derecha sigue fracturada en Navarra, sin alianzas claras y lejos de las expectativas que sí tiene en el resto del Estado. Pero la política son ciclos y Andalucía puede precipitar algunos cambios de tendencia.

Andalucía es el termómetro de una nueva realidad política que tiene a la derecha envalentonada y a la izquierda a la defensiva

La mayoría que sostiene al Gobierno foral no debería subestimar el cambio de ciclo que asoma en el Estado