cuando le diagnosticaron la enfermedad, tendida sobre una de las camas de la Unidad de Cuidados Intensivos, le veía a su madre de aquí para allá hecha un manojo de nervios. Aixa Iglesias, que en ningún momento perdió la consciencia, seguía con sus ojos verdes aquel trajín y se lo dijo a las claras. “Ama, estáte tranquila, que esto no va a ser una carga para ti”. Beti todavía se emociona al recordar su aplomo inicial, y la entereza con la que sigue asumiendo la pequeña la enfermedad.

Pero una madre es una madre y, aunque la niña, que cursa quinto de Primaria, diga que la suya se preocupa demasiado, la usurbildarra es capaz de remover Roma con Santiago. En su pueblo ya se ha corrido la voz. Cualquiera lo haría para evitar el sufrimiento de su hija. El dicho de que un perro es la mejor compañía se convierte en este caso en un axioma. La familia necesita un can de alerta médica, un animal que le avise con la suficiente antelación de los niveles de azúcar alterados de la niña. Se llamará Sugar, pero antes de continuar con él hace falta conocer otros detalles.

La estancia en la UCI supuso un punto de inflexión. Lo que era una infancia feliz pasó a convertirse en un ejercicio de constante control. Siete meses han transcurrido del ingreso de Aixa en la Unidad de Cuidados Intensivos. Su aspecto hoy es más que saludable. No hay más que verla cuando descuelga esa tímida sonrisa bajo sus ricitos. Una cinta de pelo despeja su rostro. El problema es que, tras esa apariencia angelical, de no prestar la atención debida a su estado de salud, la calidad de vida de la niña se puede ver seriamente comprometida.

Betisa Carrasco insiste en que no quiere inspirar lástima, que la suya no es una historia dramática. Pero tampoco hace falta que la sangre llegue al río para dejarse ayudar. “Mi hija está bien. Está controlada. Cuando la dejo en Udaberri Ikastola me quedo muy tranquila porque se han involucrado un montón, sobre todo gracias a la implicación de una profesora durante el curso pasado. Se movió como nadie para conocer la enfermedad, y gracias a su esfuerzo el resto del profesorado está sensibilizado”.

Carrasco no tiene más que palabras de gratitud. Incluye al personal del Hospital Universitario Donostia -la pediatra, la endocrina-, y todos esos amigos de Aixa que la ayudan a sobrellevar la enfermedad, y que no dudan en esperar el tiempo que haga falta mientras ella se queda sentada un rato, a veces un poco aturdida, tomando un zumo con el que contrarrestar la repentina bajada de azúcar.

Madre e hija cuentan todo ello mientras la pequeña se deja retratar. La mañana no ha hecho más que despuntar en un parque junto a su casa, huérfano de niños y amigos que están en clase. Ella ha pedido permiso para ausentarse. Tras la sesión de fotos, la pequeña toma las llaves de casa, abre la puerta y se dirige a la sala de estar, donde comienza a hablar de su enfermedad. Aunque un poco cohibida, da muestras de una serenidad impropia de su edad. “Solo sé que meaba y comía mucho. Y que adelgacé, y que por las noches me despertaba para volver a mear y beber más agua”.

Beber y orinar

La verdadera faena de la diabetes tipo 1 es que el cuerpo deja de producir una hormona importante (insulina), que es necesaria para sobrevivir. Por eso hay que reemplazar la falta de esa hormona, y por esa misma razón Aixa debe controlarse mañana, tarde y noche el nivel de azúcar en sangre. El aumento de la sed y la necesidad de orinar con frecuencia viene motivado por el exceso de azúcar que se acumula en el torrente sanguíneo. La glucosa extrae líquido de los tejidos, y el resultado de todo ello es tener sed, beber y orinar más de lo habitual.

El hambre extrema también es un síntoma habitual. Sin la insulina suficiente para trasladar el azúcar a las células, los músculos y los órganos de la usurbildarra se quedan sin energía, lo que le abren el apetito.

Aixa, ya sea en la ikastola, con los amigos o donde sea, lleva una mochila blanca a todas partes. “El día que fui a la pediatra y me pinchó en el dedo me dio 325. A partir de ahí me explicaron la enfermedad que tenía, y esto es lo que me hace falta todos los días”, dice la niña repartiendo sobre la mesa de la sala el contenido de su mochila con el que contrarresta la falta de insulina.

Así, saca un yogur y unas galletitas cero en azúcar, un zumo de piña, unas ampollas de glucosa, y un pequeño estuche negro del que extrae el dispositivo que tiene que pasar por el sensor situado sobre la piel. La niña hace una demostración. El aparato acaba de emitir un pitido. “Mira, ha dado 103”, dice arrodillada en medio de la sala de casa. Todo está en su sitio.

Esa hormona tan importante que no produce su cuerpo es la que necesita su organismo antes de cada comida. “Para eso me pincho con un bolígrafo, y tomo una muestra de sangre que coloco en una tira para saber la cantidad de glucosa que me hace falta”. Se puede decir que todo lo que está en su mano, está bajo control, pero las noches son muy largas, y cuando está dormida el riesgo de una subida o de una bajada de azúcar le puede traer graves consecuencias.

La madre de Aixa, de familia amante de los animales, comenzó a oír ya en el hospital que existían perros de alerta médica, especialmente adiestrados a través de su olfato en la detección de concentraciones elevadas o insuficientes de glucosa. “Nos levantamos tres veces de madrugada para medirle los niveles de azúcar porque es cuando más miedo da. En ese contexto es el que cobra una gran importancia la adquisición de un perro adiestrado para ese fin”. Aixa dice que le llamará Sugar. Su madre ya se ha puesto en contacto con la Fundación Canem, que se ha puesto manos a la obra para encontrar el animal que más se adecue al perfil de la pequeña. “El animal por supuesto que tiene que descansar. La idea es que lo haga cuando Aixa esté en la ikastola, porque en ese momento está bien cuidada. La idea es que esté alerta por las tardes y la noche mientras duerme”, explica la madre.

Solidaridad. El Maratón de Zumba Solidario se celebra mañana en el Polideportivo de Usurbil, entre las 17.00 y las 19.00 horas. La entrada para los adultos es de doce euros, y cinco para los menores.ros de ler

Prevención. Son entrenados para asistir a una persona con una necesidad de tipo médico. Son capaces de avisar de hipo o hiperglucemias con tiempo suficiente (20 minutos) para que la persona pueda tomar las medidas preventivas necesarias.