PAMPLONA.- ¿Qué suponen diez años para un proyecto como este y qué balance hace?

-La política científica-tecnológica no es para impacientes. Requiere largo plazo y continuidad en las políticas. Diez años es muy poco tiempo, y por supuesto que a Nanogune le queda un desafío grande por delante y requerirá décadas completar su potencial, pero es admirable lo que ha conseguido en este tiempo y así lo ha señalado el presidente del comité asesor, sir John Pendry, y el Premio Nobel de Física, Jean Marie Lehn, que estarán el miércoles con nosotros en la celebración del décimo aniversario del CIC Nanogune.

Dice que diez años son pocos. ¿Podríamos calificar de primeros brotes lo obtenido?

-No, no. Son mucho más que brotes. Es una realidad muy seria. Hoy Nanogune está en el mapa mundial de la ciencia y la tecnología. Yo el jueves daba una conferencia en Alicante, el otro día estaba en Inglaterra..., y la gente me hablaba de Nanogune. Algunas de sus contribuciones han sido fuentes de trabajo para muchos laboratorios del mundo. La aportación de Nanogune a la ciencia se refleja en las 17.000 citas de los 800 artículos publicados. También se han creado cinco empresas, como Graphenea, y hay contratos con compañías internacionales, con firmas como Intel, de Estados Unidos, que nos ha elegido para uno de sus proyectos. Al decir que diez años son pocos, me refería sobre todo a la incidencia de la ciencia y tecnología en el sistema productivo. Ahora bien, todo el mundo corre mucho y hoy en día el desafío es internacional. E incluso para seguir estando en esta posición hará falta un gran esfuerzo. Pero tenemos mimbres, incluso para mejorar, como son el talento y la continuidad de las políticas de las instituciones. Solo hay que mantener esas condiciones.

A alguien como usted no se les escaparán los excelentes datos de recaudación registrados en la CAV.

-A mí no, y espero que a Txema Pitarke (director general del CIC Nanogune) tampoco. Es el momento (bromea)... Pero en el largo plazo, hay que andar con pies de plomo. Como se dice: paso de buey, ojo de halcón, diente de lobo y cara de bobo. Porque en ciencia y tecnología la continuidad es mucho mejor que los atracones. Es preferible comer bien todos los días que atracarse uno y pasar hambre otros. Pero, desde luego, con estos datos económicos, ninguna buena idea debe quedarse sin financiación. Aún así, no hay que dar pasos que luego te hagan estar todo el tiempo buscando proyectos, es decir, concentrado en los medios, en vez de en desarrollar los fines.

¿Cree que el dimensionamiento de Nanogune es el adecuado o hay que dar más pasos?

-Eso ya no me corresponde a mí, sino a Txema Pitarke y la nueva junta. Cuando hicimos este edificio, pensé que íbamos a tardar muchos años en llenarlo, pero lo hemos hecho, y de forma eficiente. Es decir, es mucho más importante para Nanogune, la calidad que la cantidad. Txema Pitarke lo tiene muy claro y tampoco quiere un centro muy grande.

¿Tiene miedo de que se pierda ese rumbo?

-Yo no tengo ni la mínima duda de que se va a mantener la apuesta por la calidad y la continuidad a largo plazo de los apoyos de las instituciones. Hay que apostar por la industria del futuro y no tanto, aunque también, por la del presente. Hay que aprovechar las oportunidades, pero el CIC no puede olvidar cuál fue su misión, para qué fue creado y cómo se ha hecho tan bien para llegar a este punto.

La ciencia es apertura y cooperación. ¿Cómo vive los brotes de proteccionismo que afloran en el planeta? ¿Le preocupan?

-La ciencia es internacional en sus valores y también exige colaboración. La globalización en ciencia ocurrió hace siglos. En el siglo XVII, Newton y Leibniz, aunque estaban enfrentados, enseguida sabían el uno de los artículos del otro. Así como un laboratorio de tecnología o una planta industrial pueden ser exportadas a Irlanda, la Universidad de Cambridge no se exporta. Está enraizada geográficamente. Y yo creo que es importante para el País Vasco tener instituciones de vanguardia enraizadas geográficamente. Abierta a todo el mundo, pero sin olvidar las raíces. Porque eso es lo que permite, precisamente, ser atractivo para el talento mundial y crea unas condiciones de relaciones personales, sociales, que favorece la discusión, la creatividad y la innovación. Por eso la colaboración es esencial.

¿No teme al proteccionismo entonces?

-Bueno... no me gusta. Pero la ciencia la hacen las personas y, mientras las personas tengan inquietudes, seguirán colaborando. Es muy difícil que Trump ponga aranceles a las ideas.

¿Entonces tampoco le preocupa el brexit

-Bueno... Por el brexit, en la investigación, sí estoy un poco preocupado porque Inglaterra tiene unos centros espléndidos, que se beneficiaban muchísimo de Europa y también Europa de ellos e igual eso se resiente. Las universidades británicas son de las mejores, sino las mejores del mundo, y obviamente es malo. Sin embargo, algunos de los genios que colaboran con Nanogune eran partidarios del brexit y otros no. Pero yo creo que el brexit es malo para la ciencia europea y la circulación de ideas y personas en Europa.

Probablemente por desconocimiento, pero la nanotecnología es algo que me cuesta visibilizar...

-También cuesta visibilizar cómo se transmite la información genética. La biología funciona a escala nano. No hay que asustarse.

Quiero decir que al estar ante cosas que el ser humano no puede ver, esto abre paso a una mayor automatización. ¿Ve a la sociedad preparada para el cambio que se avecina?

-Esos problemas los ha habido siempre. Hace 100 años y pico con el ferrocarril había gente que alertaba del peligro de ir en tren, porque nos íbamos a quedar ciegos con la velocidad. Cuando entró la automatización, los computadores, se anunciaba que el empleo sería destruido y tampoco ha ocurrido, porque cada vez que se cerraba una ventana, se abría otra. Ahora están ocurriendo cambios, tecnologías disruptivas basadas en la ciencia básica y que pueden cambiar la forma de trabajar, de enseñar, de producir, de relacionarnos. La cultura, en una palabra. La inteligencia artificial, por ejemplo, hará que muchos trabajos no tengan sentido. Entonces habrá que encontrar empleos que sean más intensivos en conocimiento. La sociedad tendrá que estar preparada para cuidar a los que se queden atrás.

¿No cree que el conocimiento científico está en plena ebullición y los cambios que se atisban pueden ser mayores que los ya vividos?

-Nunca se sabe. Cada vez que se hacen proyecciones del futuro, uno se equivoca. Pero sí es verdad que cada avance en lo desconocido muchas veces encierra en sí una amenaza. Y vamos a vivir en una época y ética de incertidumbres. Es posible que el triunfo de la ciencia y la tecnología que ha habido en el siglo XX, no haya ido acompañado por un triunfo ético equivalente. De hecho, hay 700 millones de personas en pobreza extrema y eso nos debe avergonzar como sociedad. Pero, sin embargo, en el año 1800, el 90% de la población del mundo vivía en pobreza extrema. O sea, hay que relativizar. Esto quiere decir que no todo es ciencia y tecnología; ni conocimiento. Y que el comportamiento puede ser muy importante. Pero, fíjate, otra tecnología disruptiva: la producción de alimentos artificiales. En estos momentos, Nanogune acoge a una empresa que crea carne artificial. En 2013 se hizo una hamburguesa artificial y costó 315.000 dólares -unos 276.300 euros-. ¡Se la comieron! Pero en 2016 ya costó solo 11 dólares -9,65 euros-. Y esto puede tener consecuencias tremendas para el medio ambiente; puedes tener menos vacas, menos residuos, menos agua para alimentarlas. O sea, que también hay ventajas.

¿Tiene límites la ciencia?

-Los tiene, absolutos y relativos. Por ejemplo, hay zonas del espacio-tiempo a las que nunca podremos acceder ni conocer. Y luego hay límites éticos, porque no todo lo que es posible es deseable.

Póngame ejemplos de aplicación práctica de la nanotecnología. ¿Está ya en nuestras vidas? ¿Dónde?

-En los móviles hay nanotecnología, en bicis, raquetas de tenis, gafas de sol... Las partículas de óxido de titanio están en los cosméticos y hoy se están probando, no todavía oficialmente, pero sí de forma experimental, nanopartículas de óxido de silicio cubiertas de oro para producir unas excitaciones colectivas de los electrones que destruyen a tumores. La nanotecnología está en todas partes, pero como decía Heinrich Rohrer, Premio Nobel de Física en 1986 y que fue miembro del comité asesor de Nanogune, el gran desafío de la nanotecnología no está en un dispositivo o gadget concreto, sino en saber colocar una estructura nanométrica, con precisión atómica, en un sitio concreto (animado o inanimado) para una función determinada. Puede ser en un chip, que contiene transistores que ya están en siete nanómetros -un nanómetro es una millonésima parte de un milímetro-. O puede ser esta nanopartícula de óxido de silicio y oro en el cáncer de mama, irradiarla con infrarrojos para que queme el tumor y solo el tumor. Ahí tienes un ejemplo.

Algo impensable hace unos años...

-La química María Vallet Regí, premio Jaime I de Investigación Básica 2018, hablará de esto en una de las charlas que tendrán lugar el miércoles por la tarde, se lo recomiendo a todo el mundo. Y luego hay otra conferencia que va a dar el premio Nobel de Química en 1987, Jean Marie Lehn, que también es del comité asesor de Nanogune. Esas charlas están abiertas a la ciudad, como las visitas guiadas que vamos a hacer para que la gente sepa qué es Nanogune.

¿No cree que hay un distanciamiento de la sociedad respecto a la ciencia?

-Precisamente, para intentar reducir en lo posible ese gap hace falta contribuir a crear una sociedad científicamente informada y eso hace que los científicos tengan que explicar y hacer divulgación. Una sociedad científicamente informada es menos susceptible de manipulación por grupos de presión y más capaz de tomar las decisiones correctas y Nanogune también ha tomado muy en serio el tema de la comunicación científica.