Aquella última mirada que le dedicó a su padre Antonino antes de desaparecer para siempre en manos de los nazis le ha perseguido en sus 92 años de vida. Una vida que no ha sido fácil y que ha estado marcada por su huida en plena guerra civil bajo las bombas fascistas en Bilbao, un peregrinaje por varios campos de concentración (Argeles, Gurs y Les Alliers) hasta escapar in extremis de las cámaras de gas alemanas, el retorno a la Navarra franquista como huérfana roja... Lucía Odría Larrion tenía entonces sólo 13 años. Ayer fue recibida por la presidenta Uxue Barkos, ya que el Gobierno de Navarra quería reconocer al máximo nivel su historia de supervivencia y compromiso. Lucía, natural de Estella, vive al igual que su hermana Puy en Vitoria mientras que Alicia, la tercera hermana, reside en Pamplona. Su padre Antonino (un republicano culto y militante) y su hermanastro Josetxo fueron asesinados en el Castillo de Harheim en 1941. Jesús, el hermano pequeño, se libró de morir en la cámara de gas gracias a que sus hermanas lo escondieron en una maleta, pero falleció en Estella en 1947.

Tanto él como las chicas pudieron haber terminado gaseados o falleciendo en Mauthausen, uno de los campos de exterminio más macabros en el que perecieron una veintena de navarros, como conocieron los alumnos del proyecto Gogoan, desarrollado por los institutos Iturrama, Biurdana, Eunate, plaza de la Cruz, Lekarotz y Barañáin, que visitaron el campo en 2005 con motivo del 60º aniversario de su liberación por los aliados.

Hay que retrotraerse a la época de la II Guerra Mundial -con los nazis acosando a los exiliados republicanos, judíos y militantes de la resistencia- para situarse en la piel de Lucía quien, junto a su hija Puy Redondo Odría, compartió ayer -visiblemente emocionada- su experiencia con la presidenta Uxue Barkos y la consejera Ana Ollo. Su relato no fue muy diferente al que hace 18 años a la revista Calle Mayor de Estella y que también ha documentado la investigadora Ana García Santamaría en Antzinako.org en su trabajo sobre el convoy de los 927, el primer tren de deportados civiles que partió de les Alliers el 20 de agosto de 1940. “Nos metieron en vagones como a ganado diciendo que nos llevaban a España, pero mi padre tenía un mapa y enseguida se dio cuenta de que el destino era Austria”, cuenta. Fueron cuatro días de viaje en condiciones inhumanas. “Sin agua ni comida, con paja para animales en el suelo y un cubo para cubrir la necesidades”, recuerda. Al cuarto día, la noche del 23 al 24 de agosto, llegaron a un pequeño pueblo a orillas del Danubio: Mauthausen. Por la tarde, abrieron las puertas de los vagones apresuradamente y oficiales de las SS ordenaron a los hombres bajar... Cuando le hicieron bajar a su padre, Lucía, ayudada por sus hermanas, consiguió alcanzar una rejilla de respiradero y este instante se le quedo grabado, ya que repite incesantemente: “Yo al ver que llevaban a mi padre empecé a chillar como una loca, me subí a las rejas del vagón y por la ventanica empecé a gritar como una loca: papá, papá, papá...!!! Mi padre volvió un instante la mirada y ya no le volví a ver”, recoge en su investigación Ana García.

Después, el convoy inició un recorrido errático, hasta llegar a Hendaia el 1 de septiembre de 1940. Y allí quedó, aparcado en una vía muerta. Solo los lloros de mujeres y niños que habían perdido a su familia rompían el terrible silencio de los abandonados. Las autoridades francesas, en esa época ya subyugadas a Hitler, procedieron a identificarlos y enviarlos a campos y lugares de origen. Los pequeños Odría acabaron en la MECA de Estella, donde empezaría otra odisea como huérfanos rojos... Una vida de película.