En la reciente cumbre antipederastia, cita inédita, el Papa Francisco decidió obligar a partir de ahora al personal de la Santa Sede denunciar de oficio cualquier tipo de abusos hacia menores. Antes, ya expuso su perdón público e impuso una política de tolerancia cero, aunque algunos sociólogos, como Javier Elzo, exigen más pincel que brocha en este tipo de planteamientos y discriminar la gravedad de los delitos y las consecuencias de las penas. Hay que acabar con el silencio y el encubrimiento, rezan también las comunidades cristianas de base. Dichos mensajes, con sus matices y críticas también (unas víctimas creen que el Papa se quedó lejos de sus reivindicaciones y otros opinan que se pasó de frenada y que aceptar la crítica de las víctimas, no supone someterse a su autoridad) quedan muy lejos aún del sermón oficial que predica el Arzobispado de Pamplona y Tudela. Este ha visto cómo en apenas 40 días hasta cuatro sacerdotes navarros -en este serial se informa de la denuncia de un exalumno de Jesuitas que denuncia abusos en 1965, que se suma a la de los Padres Reparadores de Puente (1975-82) y El Puy de Estella (1960-73)- eran señalados por antiguos alumnos como autores de esas conductas deplorables. Lejos de su actual respuesta, que el Arzobispado centra básicamente en que no puede conocer la verdad porque el denunciado ha fallecido y no ahonda en más debates, queda la manera en la que procedió en su día la misma institución ante la controvertida performance del artista Abel Azcona, que silueteó la palabra Pederastia con más de 200 hostias consagradas. Entonces, la Iglesia convocó una misa de reparación entre los fieles e impulsó una denuncia por la ofensa. La causa se archivó pero, precisamente, la actitud proactiva de la Iglesia en aquel caso forma parte de la demanda actual de las víctimas de abusos. Estos exigen denuncias de oficio, perseguir los delitos ocultos, personación en las causas, reparación pública y contribuir con datos a esclarecer la verdad, pues la Diócesis es el canal de información para reconstruir los pasos de aquellos denunciados. A día de hoy, dichas exigencias se erigen al parecer en retos inconquistables para la jerarquía eclesiástica. Mientras, las víctimas van a más y les siguen retratando.

Javier (nombre ficticio) exalumno del colegio diocesano el puy, víctima y testigo

“La Iglesia actúa igual que hace 50 años: si se puede, se tapa. No espero que pidan perdón”

Un nuevo exalumno del Colegio Diocesano Nuestra Señora del Puy de Estella, donde la víctima estudió desde los 10 a los 15 años, avala los testimonios ya referidos sobre las conductas abusivas del padre San JuliánJavier (nombre ficticio) terminó sus estudios en El Puy a principios de los años 70, pero con él cargó una mochila de la que le ha costado desprenderse. Ahora, cree que es el momento de compartir aquel calvario y de solidarizarse con los que han dado el valiente paso de denunciarlo.

¿Qué recuerdo tiene del colegio?

-Recuerdo muchos buenos momentos con amigos, pero también recuerdo el miedo.

¿A qué le tenía miedo?

-Al director, que no perdía oportunidad para meterte mano y tocarte. Tengo el recuerdo de estar en el despacho del padre San Julián y querer escapar.

¿Cuál era la actitud del director en el despacho?

-Sobarte, al menos en mi caso. Con once años no lo entendía y quería pensar que aquello no me estaba pasando. Yo solo sabía que pasaba mucha vergüenza, que quería escapar y borrarlo de mi mente.

¿El padre San Julián llegó a pedirle que no hablara del tema?

-No, pero ahora viéndolo con perspectiva soy consciente de que había una impunidad absoluta. No tenía la necesidad de decirnos nada porque sabía que no hablaríamos.

¿Sabía de otros compañeros que sufrían episodios similares?

-Era consciente de que había más como yo. Es más, me daba cuenta de que había gente más desprotegida que yo. Al menos yo comía y dormía con mi familia, pero los pobres internos estaban totalmente desprotegidos.

¿En aquella época se atrevió a hablar sobre lo que pasaba en el centro?

-Ni media palabra. Por miedo, por vergüenza, por no saber si se lo creerían... Si no fuera por las denuncias recientes, yo no habría dicho nada. Mi mujer sí que sabía algo, pero no lo he hablado prácticamente con nadie. A mis padres, nada. Entonces era diferente, había mucho sentimiento religioso y la figura del sacerdote estaba en la punta de la pirámide.

¿A día de hoy se siente con mayor libertad para hablar sobre ello?

-No mucho, intento hacer como que no ha ocurrido. Pero el que ahora esos chicos se hayan atrevido a hacerlo me ha hecho sacar a la superficie algo que estaba enterrado en un pozo.

¿Le ha causado algún tipo de trauma recordar lo que pasó?

-De pena sí, pero quiero creer que no tengo ningún tipo de secuela psicológica. Lo único que se me ha quedado es el sentimiento de poca simpatía hacia ciertos profesores y religiosos. Eso se te queda grabado a fuego.

¿Por qué ha decidido sacar su historia a la luz?

-Mi objetivo principal era apoyar a las personas que han contado su historia para que nadie más pueda poner en duda lo que pasó.

¿Está dispuesto a interponer una denuncia ante la Policía?

-A denunciarlos penalmente no porque está todo prescrito, yo creo que la labor está en la denuncia social.

¿Qué reacción le merece la respuesta del Arzobispado, que dice que no puede contrastar las versiones porque el padre San Julián falleció hace ya 25 años?

-Tampoco esperaba más de ellos. No esperaba ningún resarcimiento, ni que fueran a pedir perdón, ni nada. Tengo bastante claro lo que dan de sí, sus acciones reflejan lo que son.

¿Le recuerda esta respuesta al manto de silencio que cubrió sus actuaciones?

-La Iglesia actúa igual que hace 50 años: si se puede, se tapa o se niega.

¿Cree que el actuar del padre San Julián era conocido por el resto de religiosos o por la diócesis?

-Sí, todos lo conocían, pero no se hacía ni insinuar jamás.

Como víctima y testigo de aquello, ¿qué reacción cree que sería adecuada para reparar el daño causado y hacer Justicia?

-Justicia no se va a hacer, eso está claro. La manera de reparar es que vaya saliendo a la luz todo lo que ha pasado. Creo que mi testimonio y el de los otros chicos puede ayudar a que otros den el paso y a que piensen que ahora sí les van a escuchar y creer. Le aseguro que no tengo ningún afán de venganza, es más, ahora veo como víctima al propio colegio porque sé que hay gente buenísima dando clase y se ven ensombrecidos.

Juana Azcárate psicóloga especialista en atención a víctimas

“Contarlo permite liberar el peso que se lleva en la mochila”

Juana Azcárate, psicóloga, explica las consecuencias que tiene la lluvia de denuncias en las víctimas de abusos sexuales Juana Azcárate, psicóloga especialista en atención a víctimas de agresión sexual del Instituto de Psicología Jurídica y Forense Psimae, apunta que la lluvia de testimonios que se está dando acerca de los abusos sexuales cometidos por diferentes sacerdotes hace que las víctimas, que cargaban en silencio con el peso de sus historias a la espalda, vuelvan a rememorar lo sucedido, aunque esta vez no se sientan solos.

¿Cuál sería, a su juicio, la razón que lleva a las personas que han sufrido abusos a denunciar tanto tiempo después?

-Influye que estén saliendo muchas noticias al respecto porque están sirviendo para que estas personas dejen de sentirse el bicho raro. Es algo que se lleva siempre dentro y que no se llega a entender pero, al ver que hay gente pasando por lo mismo, les permite quitarse ese peso que se lleva siempre en la mochila.

¿Las víctimas suelen hablarlo en casa o es consecutivo el hecho de que empiecen a comentarlo en la intimidad y después denunciarlo de forma pública?

-Nos encontramos las dos cosas: hay quien decide hacerlo público, y es entonces cuando se lo trasmite a sus allegados; y hay quien solamente lo ha hablado en la intimidad y ha pedido respeto para que eso no salga de ahí, pero que, en un momento dado y por distintas circunstancias, como pueden ser escuchar noticias similares o que les haya tocado relacionarse otra vez con esa persona que abusó de ellos, estas víctimas deciden sacarlo fuera. También hay casos en los que piden ayuda psicológica, aunque no se lo cuenten a nadie más.

Habrá quienes se sientan identificados al leer este tipo de noticias, pero que no se atrevan a dar el paso y sigan viviendo en silencio. ¿Se puede aprender a convivir con un trauma así?

-El trauma siempre esta ahí, pero hay personas que tienen los suficientes recursos personales como para gestionarlo y no necesitar ayuda externa. Otras veces, en cambio, creen que está totalmente superado y con este tipo de noticias se vuelve a reactivar. En esos momentos es cuando unos van a hacerlo público y otros van a pedir ayuda para reajustarse a sí mismos, para que alguien les explique por qué nunca han dicho nada y por qué sienten ahora cosas que creían superadas. Estos últimos normalmente no lo han de contar.

¿Es normal que se produzca, precisamente al ver estas noticias, un efecto cascada en la denuncia?

-Pasa especialmente en estos casos relacionados con la Iglesia, porque es un tema social. La persona que ha cometido los abusos es una figura con autoridad y el saber que alguien se ha atrevido a plantarles cara te anima a contarlo, aunque solo sea para que caiga su status social.

¿Qué lleva a las víctimas a denunciar estos hechos?

-Al igual que con los abusos por parte de la Iglesia, esto pasa con todas las figuras de autoridad, como familiares, profesores o entrenadores, a los que has admirado y a los que tienes asociados unos valores sociales muy importantes. En ese sentido, las víctimas sí que ofrecen su caso para que se conozca, aunque no quieran ser identificados. Así, sienten que han aportado su granito de arena a la causa y esto les ayuda, y a su vez no se sienten expuestos.

Alguno de los denunciantes nos comentaba que, precisamente, lo que le llevó a dar el paso adelante fue el haber cambiado de psicóloga y que la nueva especialista le recomendara denunciar lo sucedido como paso liberador.

-En la mayoría de los casos, sí, pero no todo el mundo es capaz de dar ese paso. Por eso siempre hay casos que se quedan en el tintero.

¿Cree que el perdón, en este caso por parte de una institución como puede ser la Iglesia, puede ayudar a las víctimas?

-No tengo claro que sea suficiente para algunas personas, pero hays muchos a quienes les podría ayudar. No olvidemos que quienes cometen los abusos son personas concretas, y ese perdón solo por parte de la institución por haberlo tapado puede que a muchos les parezca insuficiente e incluso les vaya a generar más rabia, porque no se lo van a terminar de creer.

Fermín exalumno del colegio Seminario Padres Reparadores de puente la reina, víctima y testigo

“No me podía permitir estar malo e ir a la enfermería, ya sabía lo que me tocaba”

Otro exalumno del Colegio Padres Reparadores de Puente la Reina entre 1979 y 1981 respalda la versión de otro compañero y narra los abusos del hermano BasilioLa denuncia de un exalumno del Colegio Padres Reparadores de Puente la Reina-Gares, que sufrió abusos sexuales del hermano Basilio García en los 80 (antes, su puesto en la Enfermería lo ocupaba otro denunciado por abusos, Juan Manuel Senosiáin, ambos fallecidos), ha servido como motor para que otras víctimas saquen a la luz una historia que ha estado enterrada durante décadas. Fermín, de 51 años, es uno de los exalumnos denunciantes en público de lo que hizo el enfermero durante su estancia en el centro.

¿Cuándo empezó a estudiar en el Colegio Seminario de los Padres Reparadores?

-Ingresé en 1979 con doce años y estuve en sexto y séptimo. Después tenía la opción de seguir en otro colegio de la Orden en Venta de Baños (Palencia), pero decidí regresar a Pamplona porque no era buen estudiante y no quería seguir allí. Ni ellos me querían a mí, ni yo les quería a ellos.

¿Cómo terminó estudiando en aquel centro como interno?

-Éramos bastante revoltosos, salimos torcidos y nuestros aitas creían que lo mejor era que estuviéramos internos. Éramos unos 300 alumnos, muchos internos de Navarra, Soria, Gipuzkoa, Álava y La Rioja. A las clases también venían muchos alumnos de Puente, aunque estos no se quedaban internos sino que volvían a casa.

¿Ha contado alguna vez su historia?

-A los aitas nunca les he dicho nada del tema de los abusos, de que nos tocaban. Lo saben mi mujer y los amigos más íntimos, aunque a mí nunca me ha supuesto ningún trauma hablar de ello. A mí solo me ocurrió un episodio muy puntual con el hermano Basilio García. Yo no recuerdo si conocí al padre Senosiáin del que ha hablado otro compañero. El padre Basilio se encargaba de lavar la ropa, daba clase a modo de suplente cuando faltaba algún profesor y, por lo general, dormía en la Enfermería, que estaba junto a nuestras habitaciones.

¿Cómo fue el episodio que le ocurrió?

-Una noche me puse malo de las tripas y tuve que ir a la Enfermería. Tenía unos 12 años. Entonces, el padre Basilio nos decía que nos quedásemos a dormir allá y a lo largo de la noche se metía con nosotros en la misma cama. En mi caso empezó a tocarme y también quería que yo le tocara a él, pero fue entonces cuando pegué un salto, me reboté y volví a la habitación con el resto de mis compañeros. Desde entonces no me permitía ponerme malo porque sabía lo que tocaba.

¿Era conocido entre los alumnos del centro lo que sucedía?

-La actitud del padre Basilio era vox populi. Unos días después de que me pasara el problema de la Enfermería, estaba en el recreo con un amigo de Pamplona y le conté lo que me había pasado. Me miró de frente y me dijo: “A ti también te ha pasado, ¿no?”. Fue ahí cuando entendí que ya se hablaba del tema.

¿Ha tenido conocimiento, tiempo después, de que otros compañeros sufrieran situaciones similares?

-Años después me junté con un conocido que es más joven que yo y empezamos a hablar del colegio. Me contó que, aunque él no hubiera sufrido aquello, había oído comentarios de varios compañeros en la misma línea. No era ningún secreto.

Pese a que se conocía, no se ha hecho nada hasta ahora.

-Es más, este amigo estuvo interno en el colegio un año después de que yo me saliera, y me contó que en ese curso, en 1982, sus compañeros escribieron una carta al director, que por aquel entonces era el padre Urbina, casi amotinándose ante lo que ocurría. No conozco los términos exactos, pero por lo que me contaron ese mismo año el padre Basilio fue trasladado a otro colegio y ya no regresó a Puente la Reina. En mi año no denunciamos lo que pasaba. No dijimos nada, porque si nosotros decíamos arre, ellos decían so, y la respuesta era ganarte una hostia, una torta, un capón o una paliza.

¿Vivió algún otro episodio similar con otros profesores?

-No tengo conocimiento de que el resto cometiera hechos parecidos. Pero recuerdo que en una ocasión me escapé de misa y me escondí en el despacho del director y me encontré un montón de revistas pornográficas.

¿Lo ocurrido le ha supuesto algún tipo de trauma?

-No me cuesta hablar de ello. Era una putada ponerse enfermo y pasar por aquello, pero tampoco había forma de denunciarlo. Aquellos eran otros tiempos donde no se podía hablar ni de sexo en casa, como para hablar de si un cura te metía mano. Por eso es importante hacerlo ahora, porque lo que ocurrió se tiene que saber y la Iglesia tiene que dar la cara.

¿Qué le parece el silencio que acompaña a este tipo de casos?

-La Orden y el Arzobispado tienen que decir todo lo que saben. A mí personalmente me da igual que me pidan perdón, pero al menos debe saberse lo que había y cortarse de raíz. Los curas han tenido un coto en el que hacían lo que querían. Al recordar el tema no puedo evitar ponerme de mala hostia y al menos tienen que avergonzarse por lo que hicieron”.

“Un día me lesioné y Senosiáin se aprovechó al darme un masaje”

Un vecino de Tierra Estella, exalumno de Reparadores de 1975-78, contó a su mujer los abusos al publicarse la noticiaEste vecino de Tierra Estella prefiere por su familia resguardarse en la cautela porque la sucesión de acontecimientos que ha narrado en las últimas semanas hacen recomendable que el tránsito de aquel recuerdo se vaya asimilando con pausa. Un día, al abrir este periódico, se encontró con que Guillermo, con quien había coincidido en el colegio de los Padres Reparadores de Puente la Reina, narraba en una denuncia pública los abusos cometidos sobre él y sobre su hermano por el padre Juan Manuel Senosiáin. Y él no se pudo quitar de la cabeza que pasó por algo similar, en un episodio puntual, sin mayor trascendencia, pero que no se le olvidará en la vida. Lo calló entonces. No se lo contó a nadie. Y, de hecho, nada de esto había hablado ni con su mujer hasta que leyó el periódico aquel día. Ahora, 41 años después, lo revive así.

“Estuve en los Padres Reparadores de Puente la Reina entre 1975 y 1978. Éramos más de 350 estudiantes y lo primero que recuerdo, como anécdota, es que nos dieron una semana de vacaciones cuando murió Franco. Apenas llevaba un par de meses allí como alumno interno. Al poco tiempo de aquello, todavía en el primer curso, sufrí un tirón en la ingle mientras jugaba a fútbol. Me dolía bastante la lesión. Y entonces acudí a la Enfermería, donde estaba el padre Senosiáin. Y allí, este hombre me tumbó en la camilla y me empezó a hacer un masaje en la pierna. Pero no terminó en la pierna. Terminó cogiéndome el pene para masturbarme. Y me escapé corriendo. Recuerdo que él me decía: ¿adónde vas, que no he terminado? A partir de entonces, hice motivos para que me expulsaran casi a diario, hacía trastadas adrede, robaba tabaco... Pero no me echaban. Lo de Senosiáin nunca lo hablé con nadie, éramos unos críos y nadie nos iba a creer. Eso sí, no volví a jugar para no volver a la enfermería. Aquellos curas daban muchos palos y teníamos mucho miedo. Pero estoy convencidísimo de que ha habido muchos más casos porque, a la noche, solíamos pasar casi todos por la enfermería. Por suerte, lo tenía muy olvidado pero al ver vuestra publicación, se lo conté a mi mujer. Ha sido la primera vez que lo he hablado. Y me llamó más gente que conozco y que estudió luego allí para preguntarme si me creía todo aquello: Ni lo dudéis, les respondí”.