ecía Amaia Olcoz hace 365 días que lo que más le importaba era recuperar los objetos que tenían valor sentimental. "Las demás cosas son eso, tan solo cosas", rezumaba horas después de quedarse sin casa. Era 8 de julio y la tafallesa acababa de llegar a su ciudad natal, acompañada de sus dos hijos y su marido, tras quince años viviendo en Sevilla. Tan solo llevaban tres días viviendo en la ciudad del Cidacos cuando el río se desató, arrasó con lo que encontró por su paso y tiró abajo su hogar. Ahora, cuando se cumple un año de la catástrofe de la Zona Media, Amaia y su familia se confiesan felices, más fuertes que nunca y sin ningún miedo. Lo hacen desde su nueva casa, rehabilitada por completo, y que sigue emplazada en la misma parcela que se inundó aquel día.

La familia Olcoz estuvo seis meses sin poder volver a su hogar. Desde julio hasta diciembre alquilaron un pequeño piso en el que cobijarse mientras reconstruían su vivienda. El inmueble que se destruyó, cercano al cauce del río, solo pudo salvar la estructura de la planta baja y el frontón del jardín durante las inundaciones. "No hemos tenido ni un día libre desde la riada", confiesa Amaia. "Hemos aprendido de todo para poder arreglar la casa y hemos tenido mucha ayuda por parte de los vecinos y los obreros, que trabajaron sin saber cuándo iban a cobrar", recuerda. Pues fue también en diciembre cuando recibieron el dinero del Consorcio de Compensación de Seguros, una ayuda que tan solo llegó a cubrir el 25% de los daños que había sufrido la finca. El Consorcio lo declaró como un inmueble infrasegurado, es decir, tenía un valor superior a la cantidad asegurada, por lo que la indemnización fue menor a su valor real.

Aunque la situación era muy complicada en ningún momento se plantearon abandonar Tafalla y regresar a la capital andaluza. "Llevaba cuatro años contando los días para venir a vivir aquí, es la casa en la que he pasado mucha parte de mi infancia, tiene un valor sentimental muy grande para mí", relata Amaia, quien reconoce que fue precisamente el trabajo de rehabilitación de la casa "lo que me salvó durante esos meses". "Nos decían que estábamos locos, que el río podía volver a llevarse la casa por delante, pero mi pensamiento fue que o me agarraba a arreglarla, o me moría", esboza. Amaia se revela más fuerte que hace un año. "Ya lo perdimos todo, ya no tenemos nada más que perder, ahora sé que podemos salir de cualquier situación y superarlo", reconoce.

"Hemos aprendido a ser supervivientes, nos quedamos sin nada y tuvimos que empezar de cero", concreta Olcoz y apunta que tuvo que empezar a trabajar en una fábrica, "trabajo que nunca había hecho pero que nos ayudó a salir adelante". "La riada nos quitó la tranquilidad durante un tiempo, pero lo tenemos superado", asevera.

Dos días después de las inundaciones el río devolvió parte de los recuerdos del matrimonio. El agua, que se había llevado las cajas de la mudanza que se amontonaban en la casa, trajo de vuelta su álbum de boda. "Apareció a un kilómetro de nuestra casa, totalmente irrecuperable", recuerda Nacho Sánchez, el marido de Amaia. A pesar de la fuerza de la riada el libro, destrozado por el agua y el fango, conserva todavía algunas imágenes en las que se adivinan momentos familiares. Recuperaron sus recuerdos gracias a un vecino de Tafalla, que encontró el álbum y reconoció a la pareja en una instantánea del día de la boda. Facebook hizo el resto. "Ha aparecido en el río este álbum de fotos, lo hemos dejado en el portal 19 de la Avenida de Sangüesa, creemos que es de Amaia Olcoz, está deteriorado, pero€", leía la publicación de otra vecina, que adjuntaba una fotografía, casi intacta, de la pareja vestida de novios. Las páginas, pegadas las unas a las otras, todavía custodian la reminiscencia de otros años más jóvenes.

"A día de hoy siguen apareciendo cosas por el río", esgrime Nacho. En una de las batidas que hicieron por el río apareció el vestido de la boda. También destrozado. También recuperado. Durante los días de este verano las visitas de los hijos al río han traído más descubrimientos de las cosas que no pudo llevarse el Cidacos. La puerta del frigorífico, una fuente del jardín, la puerta de la caseta. "De vez en cuando miras al río y descubres que hay cosas tuyas", añade Amaia. A su casa llegó la segunda ola de la riada, la parcela se convirtió en la desembocadura del meandro y de ahí el agua se volvió a incorporar al río, con todo lo que agarró en el camino.

"A nivel personal aprendes a valorar quienes están contigo en todo", asiente Amaia. Durante aquellos días también se pulsó la solidaridad de los tafalleses, quienes respondieron en auzolan para ayudar a sus compañeros de trabajo, de calles y de fiestas. El auzolan se ha dilatado en el tiempo y se ha convertido en un lema para Tafalla y sus vecinos, que no dejaron de apoyar a todos los afectados. "Acabábamos de venir, los niños no conocían a nadie y aún así todos los chavales del pueblo les han acogido y les han ayudado en todo", reconoce.

Aquel fatídico 8 de junio de 2019, el número 24 de la calle Martínez de Espronceda se llevó quizás la peor parte de la riada. El día en el que el agua despedazó la tranquilidad tafallesa, también se llevó por delante parte de la fachada trasera de este edificio. La fuerza que llevaba el río al desbordarse topó con una de sus paredes, la rompió y dejó un socavón que obligó a desalojar a sus vecinos. En total, seis familias tuvieron que abandonar hace un año su casa y todavía no han vuelto.

La semana pasada comenzaron las obras para arreglar y reforzar el inmueble, edificado sobre el cauce del Cidacos, para que los pisos puedan volver a ser habitables. "Tras mucha espera por fin han empezado a arreglarlo", suspira Alberto Urdiciain, presidente de la comunidad de vecinos. Según apunta, la tardanza se ha debido a muchos factores, ajenos a las familias que vivían ahí. "Principalmente fue porque el proceso con el Consorcio es muy lento y costoso, porque hay que ponerse de acuerdo con los proyectos de reforma que se van a hacer", explica Urdiciain y agrega que se presentaron varias ideas, por ambas partes, hasta que se llegó a un acuerdo. Después vino la pandemia, cuando las obras iban a comenzar al fin la crisis sanitaria paralizó la actividad y, con ello, el comienzo de la rehabilitación. En concreto, las tareas que se van a realizar en el número 24 tienen como objetivo reforzar la parte que da al río, con la inserción de pivotes y la construcción de un muro de hormigón para que el río no vuelva a tirar la pared. "Hemos vivido este año como hemos podido, cada uno se ha tenido que buscar la vida, buscar un sitio donde vivir durante un año", confiesa Uridiciain. Además, por el momento, siguen sin fecha de regreso, pues no saben cuánto se podrán alargar las obras.

Aunque entre los vecinos sí hay miedo a que algo parecido vuelva a pasar también confían en que el refuerzo que se va a hacer con las obras sea eficaz y no vuelva a destrozarse el edificio. "Con estas medidas es casi imposible que vuelva a pasar, pero bueno, somos conscientes de que es una zona inundable, si viene la misma cantidad de agua, se volverá a inundar", concluyó Urdiciain.