a Nochevieja volvió a medio gas a Pamplona. Retornó porque hubo gente por las calles y también regresaron los disfraces tras un año en el que el toque de queda imposibilitó todo. Y a medio gas porque el cierre de bares a la 1 de la mañana empañó la celebración y dejó un ambiente enrarecido, algo desangelado por no tener locales en los que bailar y beber. Un quiero y no puedo. Esa era la sensación en la última noche del añó.

Con las uvas aún llegando al estómago, muchos pamploneses quisieron demostrar su poderío en materia de petardos para recibir al 2022. Cuatro grados marcaba el termómetro. Aunque pocas veces el frío ha supuesto un impedimento a los jóvenes para salir en Nochevieja y sumarse a la tradición que comenzó por un concurso de disfraces organizado por la emisora Radio Paraíso en 1982 en una fiesta en el frontón Labrit.

El cruce de la calle de San Nicolás con Comedias era el único punto caliente cuando se acercaba la hora del cierra de la hostelería. Dos bares abiertos. Uno de ellos tranquilo y el otro, a rebosar de franceses veinteañeros disfrazados.

De Biarritz llegó Thibaud, que conocía Pamplona por San Fermín y debutó en Nochevieja como Tortuga Ninja. Mathisse, de Pau, se estrenó de mecánico. Llevaban todo el día por la ciudad y tras el cierre no tenían más plan que ir a su apartamento.

Thomas vino a Pamplona con sus doce amigos de Baiona buscando la fiesta que no iban a tener en su ciudad. Destacaba del resto de sus compatriotas porque lucía una camisa rosa inmaculada. Había truco: se le había roto el disfraz y se tuvo que cambiar. Al mismo tiempo sonaba la Marsellesa. La resistencia francesa aún no abandonaba San Nicolás, pero en veinte minutos la Policía les desvió hacia la Plaza del Castillo.

Ahí, hacia las dos menos cuarto, empezó a haber algo de ambiente, pero con poco disfraz aún. Algunos pusieron el altavoz y formaron grupo, aunque los agentes no tardaron en cortarles el rollo. Se instalaron ahí y poco botellón se pudo hacer. También se dedicaron a recordar que la mascarilla es obligatoria al aire libre si no hay distancia de seguridad.

Por la zona del Archivo y Navarrería, ni rastro de gente. Paseando por las calles del Casco Viejo, se repetía la escena: joven con bolsas llamando al telefonillo para subir a un piso.

Avanzaba la noche y cada vez se veían más disfraces en la Plaza del Castillo. Izaskun, Maialen y Natalia acudieron de vikingas. "Se echaba de menos ver el ambiente. Al menos queremos disfrutar de poder salir", comentaba una. Charly, un argentino de la Pampa afincado en Pamplona desde 2018, recordaba su primera Nochevieja: "Fue hermosa. Hoy algo pasa, pero no es lo esperado". Este año se presentó ataviado de un gorro de brujo con sus compañeros de piso.

Las piratas Ana Blasco, Lucía Jiménez, Andrea Hualde y María Nuin llegaron con cero expectativas al centro de Pamplona. "No quería quedarme en casa", comentaba María. "Una vueltilla y a casa. Aunque si cae una bajera no la rechazamos", decía Andrea. Con la excusa de recuperar la tradición, Cecilia Aragón y Aitana Sáez cogieron lo primero que vieron por casa y salieron "a ver el ambiente, pero con las precauciones necesarias llevando mascarilla".

Aparte de los clásicos como los presos, pijamas de animales o los SWAT, también hubo espacio para la actualidad cinéfila. María Sainz de Murieta, Sara Torrens y Chantal Iriarte, de 16 años, quisieron estrenarse en su primera Nochevieja representando el multiverso de la nueva película de Spiderman. Aseguraban que esperaban menos ambiente teniendo en cuenta las restricciones.

Rápidas y parlanchinas aparecieron Lucía Yoldi, Leyre Chamorro, Cristina Alli, María Echauri, Paula de la Peña, Marta Alfonso y Carmen Calonge. Sus disfraces de Rayo McQueen eran inconfundibles: jersey y mallas rojo, ojos grandes y gorras de Rust-Eze. A lo que añadieron sus nombres en las matrículas. "Venimos a disfrutar con la gente y a ver disfraces, pero con cuidado", aseguraban las pamplonesas de 17 años en su primera Nochevieja.

De los disfraces más elaborados que se vieron por el centro de Pamplona, corrieron a cargo de ocho chicos veteranos en las calles en fin de año. Sergio Armendáriz, tridente en mano, era Aquaman. Alejandro de la Calle y Alejandro Troncoso emularon una enfermedad que causó la mayor pandemia de la historia. No, no eran el covid. En la noche del viernes, estos dos jóvenes fueron la Peste Negra.

Sus amigos César Viguria, Miguel Lacunza, Carlos Marco y Miguel Cebellán recibían a Álvaro Zubiaur al grito de 'Shalom' —saludo hebreo-. Los cinco formaban una cuadrilla de judíos. Sus gorros gigantes se veían a kilómetros . Los hicieron hace un mes con un círculo de poliespán y cartón forrado con piel negra y con unas trenzas colgando. "Se sale igual, aunque sea a enseñar el disfraz", señalaban.

Un grupo de cinco jóvenes de Vilafranca del Penedès bebía en la Plaza del Castillo buscando fiesta. Tienen la tradición de viajar a una ciudad en fin de año y tocaba Pamplona. Claro que en sus planes no entraba el cierre de bares, pero decidieron venir. Hasta habían comprado su disfraz ochentero. Lo dejaron en el apartamento.

Cuando dejaron de llegar cuadrillas a eso de las tres, comenzó a bajar gente hacia la calle Chapitela. ¿Su destino? El Caballo Blanco. Unos cuantos chavales formaron un botellón que transcurrió sin incidentes.

Las demás calles del Casco Viejo de Pamplona estaban desiertas. Un par de grupos bebían tranquilos en San Francisco. También se escuchaban gritos en la Taconera. En algunos pisos se veían luces de fiesta. La música se escapaba por el balcón. "Marado, Marado, nació la Mano de Dios", se oía en una casa en San Saturnino. Cerca de ahí, en un primero, una mujer pedía: "¡Pon una ranchera!".

Poco más hubo en una noche de sabor agridulce. Se podía salir, pero había que buscarse la vida para ello. El que quiso fiesta la encontró. La Nochevieja completa, con la gente disfrazada en los bares hasta altas horas de la noche, tendrá que esperar otro año más.