Son un ejemplo de solidaridad en la lucha frente al coronavirus. Enfermeras jubiladas que aportan “su granito de arena” poniendo su trabajo y experiencia al servicio del proceso de vacunación. Marisa Oteiza, Puy de Miguel y Marisol Pérez de Landazabal son tres de las más de 30 enfermeras jubiladas que se encuentran vacunando en El Seminario por vocación, por amor a una profesión que les ha acompañado durante toda la vida y a la que no pueden abandonar en plena pandemia.

Tampoco quieren quitarle el puesto de trabajo a nadie. Su único objetivo es ayudar y aligerar la carga laboral en un momento complicado. Entre las bajas, las vacaciones y la OPE de Enfermería, no había personal disponible y Salud tuvo que hacer un llamamiento para que enfermeras jubiladas se incorporaran en diciembre. Y ellas respondieron sin dudarlo.

“Nos sentimos útiles y estamos muy contentas ayudando. Vacunar es algo que hemos hecho toda la vida y no tenemos ningún problema en hacerlo. Es nuestro deber moral”, aseguran.

Marisa OteizaVuelta al trabajo después de cuatro años

Vuelta al trabajo después de cuatro años

Cuatro años. Una Olimpiada o el periodo entre dos elecciones. Ese es el tiempo que estuvo Marisa Oteiza sin trabajar. “Quién me iba a decir a mí que iba a volver ahora después de tanto tiempo. Me llamó el Colegio de Enfermería porque necesitaban ayuda y, por una cuestión moral, no dudé en decir que sí”.

En ningún momento tuvo miedo de infectarse. “A vacunar me apunté sin pensarlo, porque se supone que la gente que viene a El Seminario está sana. Ir a hacer PCRs o así me hubiera costado un poco más. Pero bueno, no creo que pongan a enfermeras jubiladas en esos sitios por el riesgo que habría de jubilarnos para siempre”, bromea.

Marisa Oteiza dejó su puesto en el Hospital a los 60 años y, cuatro más tarde, ha vuelto a ponerse la bata. “El primer día se me hizo un poco duro, pero enseguida nos pusimos las pilas y la experiencia está siendo muy buena. El día a día es muy cañero y me daba un poco de miedo, la verdad. Llegamos a casa muertas, pero merece la pena y estoy contenta. Ha habido un ambiente de trabajo muy majo y eso nos ha ayudado a seguir”.

Marisa está vacunando en El Seminario, donde comparte línea con su hermana Rosario. Son una familia que lleva la profesión en la sangre. De los seis hermanos, cuatro son enfermeras, tres de ellas jubiladas y una todavía en activo. “Mi hermana y yo, que somos vecinas, lo hablamos y tuvimos claro que queríamos colaborar. Estuvimos desde diciembre las dos y en enero nos han vuelto a llamar. Como habíamos estado a gusto, hemos decidido volver”, explica.

La enfermera ha estado vacunando estos últimos meses, aunque ya se ofreció para colaborar desde que estalló la pandemia. “Cuando empezó todo, ya le dije a mi antigua supervisora que, si querían, me apuntaba. Pero no hizo falta. Ahora que nos han vuelto a llamar sí que hemos podido ayudar y vemos que es muy necesario porque las compañeras están con mucha carga de trabajo. Debe haber muchas enfermeras preparando la OPE y no hay gente disponible”.

Puy de Miguel“Llevamos toda la vida vacunando”

“Llevamos toda la vida vacunando”

Puy de Miguel tiene 66 años y una amplia experiencia en el ámbito de la Enfermería. Trabajó en el ambulatorio de Estella dos años, 32 en el Centro de Salud de la Txantrea y se jubiló en el de Huarte, donde estuvo cuatro años. Después de pasar dos años jubilada, ha vuelto a trabajar tras responder a la petición del Colegio de Enfermería.

“Me apunté y me llamaron. Es una labor que nosotras podemos hacer y es un deber moral. Siempre hemos trabajado de enfermeras y ahora que hace falta precisamente nuestro perfil profesional creo que es obligado que, las y los que puedan, ayuden. Hay personas que no pueden por salud, por edad o por lo que sea, pero las que estamos un poco más libres o podemos hacerlo venimos con muchísimo gusto. La técnica de vacunación la hemos hecho toda la vida y no tenemos ningún problema”.

La pamplonesa reconoce que las jornadas laborales en El Seminario son duras. “Es un continuo de gente entrando y no te da tiempo más que a hacer los registros informáticos y poner la vacuna. Acabas reventada. Sobre todo, es muy difícil con los niños porque a veces vienen un poco asustados y tienes que hacer mucho más esfuerzo que con los adultos, que ya saben a lo que van. Eso sí, hay que intentar no hacer una vacunación a la fuerza con los pequeños porque eso luego va a dar problemas cuando sean mayores. Hay que dedicar unos minutos más para intentar hacer una vacunación lo menos agresiva posible”.

Puy de Miguel comenzó a trabajar el 2 de diciembre en el Centro de Salud de Ermitagaña y pasó a mediados de ese mes a El Seminario. Ella no tuvo ninguna duda en ofrecerse. “Desde el principio de la pandemia, ya había dicho que, si hacía falta, podía ayudar. Ellos tenían su organización y no hizo falta que nos llamaran. Contrataron, como es lógico, a la gente que estaba en el paro. Lo que pasa es que ahora hay diferentes circunstancias: mucha gente de baja, vacaciones y personas preparando la OPE porque es la oportunidad de su vida y ha habido problemas para encontrar personal”.

“Pero la intención no es quitarle el trabajo a nadie. Estamos para echar una mano y para cubrir esta necesidad tan grande que hay. No es nuestro momento de trabajar, sino el de otras personas más jóvenes. Pero, si piden ayuda, la tenemos que dar. No podemos quedarnos en casa”.

Además, explica que tampoco necesitan el trabajo por una cuestión económica. “Tenemos nuestra pensión y nuestra vida hecha. Lo hacemos por voluntad y porque tenemos que arrimar el hombro en un momento en el que se nos va de las manos. Es muy difícil de gestionar la pandemia y, por muchos palos que les den, creo que los dirigentes están saliendo al paso de las circunstancias. Ahora, solo queda que la población que aún no se ha vacunado se vacune y que hagamos un esfuerzo entre todos para poder salir por fin de esto”.

Marisol Pérez de Landazabal“Estoy muy contenta porque me siento útil”

“Estoy muy contenta porque me siento útil”

Marisol Pérez de Landazabal trabajó 25 años en quirófano y otros 10 en Administración, donde se ocupó de conseguir el aprovisionamiento y el material necesario para los centros sanitarios durante la pandemia, “una labor muy dura”. Tiene 63 años y tan solo ha estado dos meses jubilada: terminó su contrato en octubre y en enero ha vuelto para vacunar en El Seminario. “Estoy muy contenta porque me siento útil y veo que mi trabajo sirve para avanzar un poquito en esta lucha frente al covid”, explica.

Tras un breve descanso de apenas dos meses, no ha tenido dificultades para retomar el ritmo de trabajo. “No me ha costado nada volver. Lo más complicado ha sido el programa informático. Para nosotras es más complicado registrar las vacunas que pinchar, que no tiene nada del otro mundo”.

Aun así, reconoce que el ritmo de vacunación es muy alto y que tienen mucha carga de trabajo. “Es un no parar. Un día salí a tomar un café, vi que la cola llegaba hasta la carretera y ni me lo bebí. Pero estamos bien. La semana que viene quieren aumentar el ritmo de 4.000 a 5.000 dosis al día, así que veremos qué tal. Cada persona podemos poner entre 300 y 400 vacunas al día y es muy intenso. Eso sí, esta semana han empezado a mandar estudiantes de Enfermería que estaban haciendo la rotación en Atención Primaria y es una ayuda que se agradece muchísimo”.

“Ojalá se vacune todo el mundo porque es fundamental. Si queremos que los servicios sanitarios estén otra vez despejados para poder atender al resto de patologías, tenemos que incidir en la vacunación. Que todo el mundo esté protegido y no tenga que llegar al hospital. Si no, el sistema sanitario se va a colapsar de una manera tremenda y durante bastante tiempo con esta nueva variante”, reflexiona.

Marisol Pérez de Landazabal se enteró de que había enfermeras vacunando por casualidad. “La persona que me vacunó en diciembre era un enfermero jubilado al que conocía. Le pregunté y me dijo que me apuntara porque hacía falta gente. Y dije: este mes que puedo, me apunto. Con las oposiciones, la gente se ha desconectado y no hay ninguna persona libre en la lista de contratación. Si no lo hacemos nosotros, este trabajo se quedaría sin hacer y hace mucha falta. Teníamos que echar una mano y a mí no me ha costado nada”.

“Económicamente no me hace falta, pero la Enfermería es una vocación, no es un trabajo”, continúa. “Si haces falta, si alguien te necesita, lo tienes que hacer. Yo he sido voluntaria más veces. He estado colaborando en Afganistán o en Bolivia en mis vacaciones. Nacemos enfermeras. Si alguien te pide ayuda, ni te lo piensas. Vas y lo haces”.

Por último, alaba la actitud de las personas que acuden a vacunarse. “Me emociona el agradecimiento de la gente. Una niña me dio un dibujo de ella vacunándose con una enfermera al lado y ponía gracias. Fue un amor”.