Angelines Amatriain Jimeno es la madre de David Beriain, el periodista que el 26 de abril de 2021 fue asesinado a los 43 años en Burkina Faso junto al cámara Roberto Fraile mientras grababan un documental sobre la lucha contra la caza furtiva en el país. Este jueves la Universidad de Navarra le entregará a título póstumo el premio Luka Brajnovic. El apasionado reportero de Artajona puso voz a los que no tienen voz y, entre otras muchas lecciones, nos enseñó a no juzgar a nadie; como tampoco lo hace su madre. "David hizo lo que quiso", afirma esta maestra ya jubilada, quien añade que "yo lo quise y lo quiero así y, si volviera a nacer, a pesar de todo el dolor que tengo, he tenido y tendré, le dejaría hacer lo mismo. Ya que lo vas a hacer, hazlo feliz".

Tras casi diez meses sin David. ¿Cómo se encuentra? ¿Cómo es su vida sin él?

-Mi vida sin él es darme cuenta poco a poco de que no está, porque hay veces que no me lo creo, que se me hace imposible que no esté. Tomando conciencia de que esto es irreversible, de que es para siempre y que es así. Tengo momentos muy duros, pero también de una relativa paz y creo que en eso él tiene mucho que ver.

Sí, porque transmitía mucha paz.

-Transmitía mucha paz y cuando por las noches lo cojo, lo miro y lo achucho -refiriéndose a una fotografía-; creo que él no estaría cómodo conmigo si me estuviese viendo llorar. Entonces, bueno, es como si me dijera mamá, adelante, que yo estoy aquí.

"He tenido unos padres, una familia y una mujer que me han querido de la manera más hermosa y más difícil que se puede querer a alguien, que es libre. Aunque eso suponga, en el caso de mis padres o de mi mujer, que pueda llegar una llamada y diga no va a volver

-No, yo no creo que sea nada difícil amar así; ni por asomo. No tengo para nada la sensación de haberme pegado un acto heroico. Creo que soy una madre muy normal que quizá tuvo un hijo que no era muy... iba a decir normal pero no; me lo puso muy fácil. No tengo para nada conciencia de que he hecho algo especial. Él me fue marcando los tiempos y yo los fui viendo normales. Es que tampoco nunca me pidió permiso para ser libre; que esa es otra. No, los hechos se fueron sucediendo y, conforme se fueron sucediendo, yo los fui no admitiendo, porque no tenía tampoco posibilidades de eso, los fui viviendo.

¿Cómo era David como hijo?

-Era un chico muy sensible, a veces difícil de entender, porque te planteaba las cosas muy radicalmente, muy comprometido, muy luchador por lo que él creía y estaba convencido, maduro, y como hijo para mí, de mucha luz. Para mí era mi luz. Si estaba triste, me consolaba; si tenía un problema muy gordo, le quitaba importancia; si estaba triste, me hacía ver que todo eso iba a pasar... También tenía sus altibajos, ¿eh? y grandes. Era una persona a veces fácil y a veces difícil de convivir, porque yo daba importancia a cosas que para él no tenían ninguna. Igual a cómo iba vestido, a que venía muy tarde a los acontecimientos o cuando habíamos quedado, yo me sublevaba...

¿Cuándo nace su pasión por el periodismo?

-Yo he tenido más facilidad para las letras que para las ciencias, he sido lectora y me gustaba bastante redactar; no sé si por ahí le pudo venir. Sé que también influyó mucho en él una profesora que tuvo, María Pilar -la mujer del médico-, que les mandaba una redacción semanal y David ahí ponía alma, vida y corazón. Luego era muy buen lector, y esa inquietud igual un poco radical que tenía hacia el Tercer Mundo; eso le inquietaba mucho. Porque cuando estaba en el Instituto, en COU, no sabía qué iba a hacer. No sabía si iba a tirar por Derecho Económico, si iba a tirar por Teología, pero en plan de ONG y voluntariado, no para nada religioso ni nada de eso, le gustaban mucho las chicas -confiesa entre risas-, pero sí de mucha inquietud. Entonces, yo creo que ahí en el periodismo él vio una vía donde podía satisfacer, de alguna manera, todas esas inquietudes que él tenía.

¿Cuándo es consciente de que David iba a destacar en el periodismo?

-De que iba a destacar no sé, pero de que iba meter mucho las narices, sí: cuando marchó a Argentina. Cuando se fue, que era un crío, eran las vacaciones del primer curso, que yo pensaba que no se iba a ir, porque me parecía imposible que lo cogiesen, y a la vuelta vino muy tocado. Hasta tal punto que me dijo que no quería seguir estudiando, que se quería volver a Argentina. Yo le dije que no, que primero terminara y que después hiciese lo que le diese la gana, pero que sin formación no iba a ir por el mundo. Vino tremendamente tocado, pero mucho, y entonces sí que creí que ya no había vuelta de hoja en esa inquietud que él iba fomentando. Por supuesto, yo entonces tampoco era capaz de prever hasta dónde se iba a meter. Que ya venía un poco rarito sí -se ríe-, pero hasta dónde no.

Hay quien puede pensar que por su trabajo y sus innumerables viajes, David estaba alejado de Artajona, pero nada más lejos de la realidad. Era el mejor de sus embajadores y exprimía cada minuto que pasaba aquí. ¿Qué significaba su pueblo, sus raíces, su cuadrilla La Putada... para él?

-Todo. David tenía que venir porque necesitaba el Cerco, el aire de Artajona, El Cabo -un bar-, el corral -lugar donde se juntan los amigos-, en definitiva, la cuadrilla. Yo no te voy a decir que no necesitaba la familia, por supuesto que sí, pero la verdad que esas cosas para él eran prioritarias. La hija de Luka Brajnovic, que vino un día en agosto a hacerme una entrevista, me dijo he conocido a muchos corresponsales de guerra y todos se caracterizaban por ser tremendamente desapegados. ¿Cómo es posible que David fuese tan apegado, que tuviese esa necesidad tan imperiosa de volver? Le dije chica, no sé. Yo creo que Artajona tiene un aire un poco especial, que nos agarra -recalca- de una manera especial, pero yo siempre he tenido muy claro, que le tenía que dar raíces y que fuese donde fuese, tenía que estar muy anclado aquí, porque creo que eso también humaniza mucho y es también una cura muy grande de humildad.

De hecho, uno de sus sueños era "contar qué sucede en el mundo desde el Cerco de Artajona".

-Creo que a la larga hubiese sido su vida. O sea, él yo creo que su futuro estaba aquí, quería en un tiempo, cuando igual sus circunstancias, su salud o yo qué sé qué, venir y establecerse aquí. Era uno de sus sueños.

David fue un valiente y no sólo porque entrevistó a guerrilleros, sicarios, talibanes, narcos... sino también porque luchó por hacer un periodismo que consideraba necesario y montar su productora. Me imagino que no fue un trayecto fácil.

-Sí, tuvo que luchar mucho porque ya en esos momentos había ya una crisis muy grande a nivel de periodismo, de trabajo sobre todo. Como dice Adriano -se refiere al socio de David en la productora, en un pódcast que ha hecho la Universidad por el premio-, fue difícil y duro, pero a la vez creo que para David fue muy ilusionante. Yo tampoco he conocido muchos entresijos de eso, porque en principio no los contaba. Él cuando venía aquí no hablaba ni de guerras, ni de conflictos, ni de dónde voy a ir, ni cuándo me vas a volver a ver, ni si me va bien, ni si me va mal. Yo le decía ¿Está bien la economía? Sí mamá, no te preocupes, porque lo veía tantas veces tan despreocupado en ese aspecto, que yo decía menos mal que para pan y patatas ya está Artajona.

¿Le contaba todos los riesgos o peligros o le protegía de algún modo? ¿Usted qué le decía?

-Al principio de las historias, cuando marchó a Afganistán o a la guerra de Irak, cuando vino le pregunté chico, cuéntame cosas, qué pasa en esos sitios... Y me dijo de esto no vamos a hablar nunca, esto no es nada de cotilleo, ni es nada de lo que tú vas a presumir, ni te vas a lamentar. No me preguntes nada porque no voy a contestar. Yo soy un privilegiado porque llevo billete de ida y vuelta y los demás se quedan. Esto no es un asunto que te concierna. Cuando se marchaba, antes me decía voy a ir a Colombia, voy a ir con las FARC o voy a ir a donde sea. Si iba a estar un tiempo incomunicado por su seguridad sí me avisaba. Entonces, yo las cosas las sabía a posteriori. Así, cuando echaban los documentales, sobre todo de Clandestino, la gente me decía ¿Y los ves? Claro que sí los veo, más ancha que alta. Ya está de vuelta. Por ejemplo mis hermanas había momentos que no podían seguir viéndolo y yo, con bastante inconsciencia por mi parte, los veía más ancha que alta.

Y esa lucha por llegar siempre a la verdad le llevó a viajar a Burkina Faso. ¿Cómo recuerda ese viaje?

-De ese viaje no recuerdo nada. Él había venido de Colombia y no había podido realizar el trabajo, que por lo visto era con los narcos, porque no habían salido los contactos y encima Roberto se había pillado la covid. Entonces, se vinieron e iban a volver otra vez cuando los contactos llamaran que ya estaba la cosa fijada. En ese intervalo de tiempo, marcharon a Burkina Faso porque pensaban hacer lo de la caza furtiva y se fueron, pensando en volver a primeros de mayo. Cuando él marchó me llamó de París, porque hacían escala, y nos despedimos. Incluso le dije a Roberto cuídale mucho a David y Roberto me contestó Y el a mí, que yo tengo chicos. Eso fue lo último que hablé. Luego, nos whatsappeábamos. La emboscada ocurrió el lunes 26 y yo el viernes fue la última vez que me comuniqué con él, porque el sábado quise hablar por whatsapp y ya sé que no llegó.

¿De ese fatídico 26 de abril qué saben?

-Nada. Sabemos lo que sabe todo el mundo, que hubo una emboscada, que creen que los abatieron entonces, que si no los abatieron inminentemente el que resultó herido muy grave fue Roberto y estos no se quisieron ir. Pero luego volvieron, claro, no quisieron dejar rastro, y los remataron. Luego sí que un día en verano nos citó la juez del distrito de Artajona, que está en Larraga, y nos entregó unos documentos, que yo la verdad es que aún no los he leído, y ahí se debe de describir un poco lo que fue, pero muy grosso modo.

Sorprende la ausencia de rencor, de odio... en las declaraciones que ha hecho siempre la familia.

-Yo eso lo tuve muy claro porque mira, igual voy a decir una burrada, creo que todo el mundo tiene derecho a ir por el mundo libremente, sin que ocurra nada, sin que atenten contra su vida. Es un derecho de la humanidad, pero también creo que hay lugares donde ese derecho que yo lo puedo tener como persona europea, como persona que tengo unas garantías, aunque luego no se cumplan, ellos no las tienen para nada. Entonces, si te pones en el otro lado, de las agresiones, de las injusticias, del hambre..., igual porque eso me lo inculcó mucho David, pues yo no voy a justificar, cómo voy a justificar que lo mataran, pero tampoco voy a odiar; nunca. Si ya no he odiado y no he querido... yo creo que nunca lo haré, porque sé que en el paquete de mi hijo iba esa posibilidad y que, aunque con el corazón no lo haya admitido nunca, con la razón sí -se emociona-. Entonces, pienso que él tenía razón cuando decía que un día podía no volver -lloramos juntas-.