- La Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Navarra ha condenado a 6 años y 8 meses de prisión, confirmando así una sentencia condenatoria del Juzgado de lo Penal número 5, a un vecino de Pamplona, nacido en Ecuador y de nacionalidad hondureña, por el maltrato habitual y el acoso continuo que ejerció sobre su expareja, con la que tan solo mantuvo 7 meses de relación, 5 de ellos de convivencia. En la sentencia se determinan 3 años y 8 meses de prisión por malos tratos y otros dos años por acoso y se le impone una indemnización de 6.000 euros por los daños morales causados a la víctima. El tribunal le sustituye las penas de cárcel por la expulsión del territorio español durante diez años.

En la resolución consta que el acusado mantuvo una relación sentimental con la víctima durante siete meses en Pamplona, hasta que en noviembre de 2019 se terminó dicha relación. Desde el inicio de la misma, recoge la sentencia ahora avalada por la Audiencia, el acusado "fruto de sus celos obsesivos, imponía su autoridad y criterio, usando para ello la violencia tanto psicológica como física como forma de terner controlada y sometida a la víctima".

Así, ejemplifica, esperaba a la víctima fuera de los trabajos para controlarla, le recriminaba que hubiera estado con otros hombres cuando salía tarde y le insultaba. Cuando ella iba por la calle debía mirar de frente, ya que de lo contrario el acusado le reprochaba haber mirado a algún hombre, "la llamaba zorra y le agarraba del pelo al llegar a casa como represalia". Asimismo la aisló al impedirle relacionarse con sus amistadas. Igualmente, tenía que estar presente cuando ella hablaba con sus familiares y amistades para controlar el contenido de las conversaciones y le revisaba el teléfono móvil llegándole a bloquear contactos que no aprobaba.

También le llegaba a oler la ropa interior para conocer si había estado con alguna otra persona y se enfadaba si la mujer usaba determinadas prendas de vestir. En caso de que no le prestara la atención que debía, "le daba tortazos, la empujaba, le cogía y de los brazos y del cabello y llegó a tirarla al suelo y arrastrarla". Ella nunca tuvo la intenció de denunciarle y no acudió al médico por las agresiones físicas, pero por el contrario el procesado habló mal de la víctima en sus trabajos lo que provocó que perdiera un empleo y que tuviera incluso que dejar de ir a una Iglesia que frecuentaba.

La sentencia desgrana que el 23 de noviembre de 2019, estando el acusado con la víctima y una amiga de esta, ocurrió que él se molestó porque no le daba la mano, por lo que cuando la amiga no miraba, el acusado le lanzaba miradas enfadado a su pareja, la llamó puta y le dio un bofetón en la mejilla.

Esa misma tarde, como el acusado seguía molesto, no regresó a casa en el mismo autobús porque seguía molesto, se disculpó en el domilio familiar con la víctima y esta le dijo que se había pasado de los límites y que la relación se acababa. Ello motivó que él la cogiera del pelo y la llevara agarrada desde la habitación hasta la cocina.

Una vez finalizada la relación, no terminó la pesadilla sino que comenzó otra. La víctima empezó a recibir innumerables llamadas del acusado, que le envió múltitud de mensajes y audios, y pese a la manifestación expresa de la víctima para que le dejara en paz, teniendo incluso que bloquearle en el móvil, el encausado comenzó a llamarle desde números desconocidos. Al no poder contactar con ella, se presenté en los lugares que frecuentaba (trabaja, casas de amigos...) y la persiguió. Así hasta que un día se subió a la misma villavesa y la siguió hasta un portal tratando de besarla.

Otro día se presentó en su lugar de trabajo y le dijo a su jefe que le iba a pedir matrimonio. En otra ocasión, le envió una fotografía de ella de espaldas haciéndole ver que la tenía controlada. También contacto con una amiga de la víctima para que le hiciera llegar un regalo por su cumpleaños. Al no conseguirlo, buscó a la víctima hasta que la encontró el 13 de enero de 2020. Pese a que la víctima, le pidió que le dejara en paz, el acusado la persiguió para darle el regalo y pedirle otra oportunidad.

En una última ocasión, la mujer sacó el teléfono estando delante el acusado, este se lo quitó de las manos y comenzó a revisárselo hasta percatarse de que una persona estaba llamando a la policía, momentó en que se lo entregó y se marchó. Este último incidente le hizo ser consciente a la víctima, según recuerda la sentencia, de que no iba a parar, por lo que denunció los hechos y se dictó una orden de protección en su favor que posibilitó el fin del atosigamiento. Después de lo sucedido, la víctima ha requerido tratamiento psicológico, ha vivido con miedo y ha determinado que se sienta permanentemente vigilada, acudiendo a todos los lugares con alguna amiga y nunca sola.