Se encuentran en cifras récord en la atención psicológica a menores como víctimas de situaciones de violencia. ¿Se ha llegado al techo?

-Lo cierto es que lo más destacado del año 2021 es que estamos en cifras récord de atención a menores, pero también a adultos, en todo tipo de intervenciones, ya sea en programas pautados o en actuaciones de urgencia. Y este año vamos a más. Vivimos en una sociedad que ahora mismo está cogida con hilos. En cuanto a lo menores, lo más característico es que más del 60% de las intervenciones se deben a violencia sexual. Es lo que más nos llega. Son chicas, y también chicos, con una franja de edad por lo general de entre los 10 y los 14 años. Es lo más habitual entre los agresores atacar a menores de esas edades, cuando se inicia el desarrollo de los cuerpos y áun no tienen esa fuerza para negarse. Ahí es cuando el victimario utiliza más la intimidación y el engaño para atacar.

En ese tipo de violencia sexual se produce también el fenómeno generalizado de que los agresores sexuales forman parte del entorno familiar o cercano de los menores.

-Sí, por lo general el victimario pertenece al entorno cercano a la víctima. Creo que hay dos ejes centrales que dominan en este tipo de violencia: por un lado, hay un mayor consumo de pornografía con menores y eso lo están viendo muchos adultos y lo están asociando a la gente más cercana, reproducen esta pedofilia; y, por otro lado, cada vez como sociedad so-mos más intolerantes a ciertas conductas que no se denunciaban directamente. Hoy en día no se quita importancia a cualquier tocamiento o conducta que antes se pasaba por alto. Creo que cada vez hay una menor cifra oculta de este tipo de delitos. El iceberg va emergiendo y nos vamos acercando a datos que son más cercanos a los reales. Tampoco perdería de vista la parte de la educación psicosexual, y vuelvo a lo de antes, porque los adolescentes son grandes consumidores de pornografía. En el trabajo de intervención que hacemos con agresores sexuales se demuestra que se sienten cada vez más atraídos por la pedofilia.

Vemos por tanto un doble trauma. En el menor y en su propia familia que es víctima doble de los hechos.

-En efecto existe un grandísimo trauma familiar. Quien se supone que te tiene que proteger te hace daño. ¿Como puede ser que quien me quiera me haga esto? Es una pregunta frecuente que se hacen. Y muchos de esos menores se sienten culpables por haber roto la familia por haber contado esto. Está muy presente ese sentimiento de culpa, porque ven que se activa un proceso judicial y policial y el niño y la niña se preguntan, pero qué he hecho para que se rompa mi familia. Eso hay que trabajarlo para darle la vuelta.

¿Cómo se actúa en terapia con una víctima menor de edad?

-La variabilidad es enorme en el tratamiento de los menores, va a depender mucho de la gravedad del episodio, del tiempo en el que se han prolongado las agresiones, si ha habido más de un episodio, de qué intensidad ha sido, qué relación tiene el menor con el victimario, si es un familiar cercano o un desconocido... Todos esos factores influyen. Muchas veces, con niñas y niños de 6 y 7 años que nos llegan, es muy difícil hacer una exploración y aún más con niños más pequeños. Hay que buscar juegos para intentar que ellos nos cuenten cómo han vivido aquello. El trabajo va enfocado a la parte del trauma y a tratar de recuperar la normalidad que se tenía antes. Pero también va a haber situaciones en las que igual no hay que hacer nada porque no hay un trauma evidente.

Esas víctimas, por su corta edad, pueden experimentar ese trauma más tarde y por lo tanto ¿seguir necesitando ayuda con el paso de los años?

-Podemos terminar la intervención cuando son niños, pero siempre dejamos la ventana abierta a que contacten con nosotros si sucede algo en la adolescencia que les devuelve ese trauma, por ejemplo cuando empiezan a tener relaciones y vuelven a surgir estos traumas dormidos y latentes. Es importante dejar un espacio que pueden ser varios años para retomar la consulta. Hay un tipo de trastorno de estrés postraumático que se llama demorado. Por ejemplo, los adultos que fueron hace décadas niños y niñas víctimas de abusos en la Iglesia. Lo son porque en sus edades adultas se han reactivado un trauma después de llevar una vida normal.

Con un trabajo como el que realizan, ¿una víctima que haya sufrido violencia de cualquier tipo a una edad temprana se puede recuperar?

-Se puede recuperar, pero la herida está ahí y van a ser cicatrices del alma. Me veo la cicatriz, el recuerdo siempre va a estar presente. No se puede conseguir que la persona viva como si nunca hubiera sucedido, pero se puede llegar a tener una vida lo más normalizada posible. Ese es el mayor reto que tenemos los terapeutas. Tenemos que crear recursos o conseguir que los encuentren ellos para que en el día a día ese recuerdo me haga el menor daño posible. Hay que hablarlo mucho con las personas cercanas y las parejas les van a ayudar a entender y a relacionarse.