Roglic y Evenepoel compiten en la intimidad. Amantes. Lo suyo es un vis a vis salvaje y urgente. Nada de intermediarios ni diplomacia. Van tan rápido que no tienen tiempo para reflexionar. Activo Evenepoel, reactivo Roglic. Los dos unidos, gemelos, hasta que Evenepoel cortó el cordón umbilical que les unía en la rampa que daba a la corona de La Molina. Roglic se desprendió, desgajado por el belga y su aspecto de culturista, un nudo repleto de músculos.

Evenepoel se colocó la montaña sobre los hombros y difuminó a Roglic, sin el empuje de los esprints en los que había sometido al belga y que le sirven para ondear en el liderato. Evenepoel, desatado, festejó su logro a treinta metros de la línea de meta. Demasiado pronto. Soltó los brazos al cielo y pintó el cielo con el arcoíris, aunque ganó con el maillot del mejor joven.

El belga ha madurado. Se ha hecho mayor, pero ese gesto, el de la ceremonia de la celebración, le costó el liderato. Roglic, que no sabe de rendiciones, continuó pedaleando y empató en La Molina. Se dejó dos segundos con Evenepoel, pero es primero aunque ambos marcan el mismo crono. Pelean por la misma onza de gloria a dentelladas. El puestómetro –Roglic fue mejor que Evenepoel en las jornadas precedentes– sitúa al esloveno en la peana de la Volta.

Landa cede ante Ciccone

Le empuja con saña Evenepoel, una fuerza de la naturaleza. Un pulso de poder a poder en la Volta. Por detrás, Ciccone, tercero en meta, tomó algo de distancia con Mikel Landa, sexto en La Molina y que continúa cuarto en la general, a 25 segundos del podio, a 44 de Roglic y Evenepoel, que cohabitan en el mismo segundo.

Cicatrizado el Coll del Coubet, Van Gils, Guillaume Martin y Carapaz, los últimos supervivientes de la fuga, supuraban esfuerzo en el Port de la Creueta, donde se atosigó más de uno. La antesala a los grandes desmayos esperaban en el foyer de La Molina, (12 km con un 4,3% de desnivel) donde se representaría la gran obra de la Volta, un prefacio del Giro. Martin, el filósofo, se ató al estoicismo. Vació casi todo el botellín. Le dio el trago final con el gaznate seco y se entregó a la realidad junto a Van Gils y Carapaz.

A ritmo en La Molina

El grupo les tachó en el portal del puerto, tendido, pastoreado por los porteadores de Evenepoel. Roglic se instaló en el retrovisor del belga. Ciccone y Landa seguían la misma línea. Cuentas de un rosario unidas por el hilo de la general. Nadie se agitaba, pendientes los unos y atentos los otros. El paso cuartelero de Van Wilder no deshilachaba a los mejores, que revoloteaban juntos entre pinos formidables, casas estupendas con tejados de pizarra y asfalto de autopista ciclable.

En ese ecosistema, nada hacía presagiar la meteórica irrupción de Evenepoel. En La Molina, el belga encontró la pista de despegue ideal para su caballaje. A Evenepoel le empuja una turbina repleta de vatios de ambición. Es una central nuclear. Su ataque, a más de cuatro kilómetros de la cima, fue un desgarro. Solo Roglic, otro ciclista luminoso, fue capaz de agarrar la estela del campeón del mundo, el ciclista de todos los colores. Para el resto fue un fundido a negro. Landa, Ciccone o Almeida se plegaron.

Evenepoel, con determinación

Encogieron los hombros e hincaron la barbilla en la cremallera de la impotencia. Mirada gacha. Nada que ver con el altivo y orgulloso Evenepoel, un puño de músculos, un proyectil. Roglic, el formidable, se refugió en la silueta del belga, que solo perdió la estampa para pedir un relevo con el codo. El esloveno, al límite, no respondió a la invitación en un terreno de escasa pendiente pero que Evenepoel convirtió en un martirio. Allí fue dejando sin aire al esloveno.

Era el belga un martillo pilón, profunda la pedalada, un bulldozer. Roglic era su sombra hasta que el campeón del mundo retrató el gesto de derrota del esloveno. Tras ellos, un puñado de aire. Ciccone se ató a Marc Soler para rastrear a los dos fenómenos. No les alcanzó para pegarse a ellos. Tampoco a Landa, que continúa cuarto, pero cedió tiempo respecto al italiano, tercero, a 13 segundos. En otro lugar discuten acaloradamente Roglic y Evenepoel, hechos un nudo. Evenepoel estruja a Roglic.