"Hay mucho rencor en Bosnia, quedan rescoldos que podrían avivarse"
PAMPLONA. ¿Qué le interesó de la noticia sobre el suicidio de Ana Mladic para que prendiera la mecha de una nueva novela?
Fue la historia en sí. El suicidio a los 23 años de la hija del jefe del Ejército serbobosnio durante la guerra y en circunstancias enigmáticas, aunque parece que tenía que ver con la pérdida de la inocencia, con haber descubierto quién era su padre, me pareció que tenía todos los elementos de una tragedia clásica, como si fuera una moderna Ifigenia.
Una muerte que podría haber ablandado a su padre, pero provocó todo lo contrario.
Después del suicidio, y si antes ya era cruel, Ratko Mladic perdió todo control y perpretó la matanza de Srebrenica, donde ejecutaron a ocho mil varones durante cuatro días. Salvaje.
Pero no escribió la novela nada más conocer la noticia.
No. Entonces sabía muy poco de esa guerra y me pareció que tenía que ser alguien de allí quien escribiera esa historia. Así que escribí otra novela, Corazón de Napalm, con la que gané el Premio Biblioteca Breve, y, al terminarla, descubrí que la historia estaba esperándome, así que pensé en estirarla un poco y hacer algo cortito, en dos o tres meses, centrado en el drama familiar. Pasado ese tiempo, comprendí que no sabía nada todavía y también que para contar la tragedia familiar debía enmarcarla en la tragedia colectiva de la última guerra de los Balcanes. Y pensé que eran unos acontecimientos de los que se ha escrito mucho en no ficción, pero poco en ficción, así que quise dar mi versión.
Una versión para la que se ha documentado mucho leyendo y viajando.
Estuve tres años investigando, he leído todo lo que he podido encontrar, muchísimos libros, incluso me hice traducir dos del serbio. Y fui a Serbia, a Croacia, a Bosnia a hablar con gente, teniendo en cuenta que es una guerra reciente de la que solo hace veinte años. ¿Y qué le contaron, qué percepción tienen los serbios de lo que pasó? Para empezar, lo que he descubierto es que, igual que aquí no se puede generalizar al hablar de los catalanes, allí tampoco se puede hacer al hablar de los serbios o los bosnios. Hay serbios y serbios y bosnios y bosnios. De los serbios diría que tienen un sentimiento de hartazgo, un poco como los alemanes años después de la 2ª Guerra Mundial. En esta guerra, ellos fueron los malos y durante un tiempo se convirtieron en los proscritos de Occidente, y hay muchos serbios que desean que se olvide y que dejen de reprocharles la guerra, lo que no es fácil, sobre todo porque es ahora cuando se están celebrando muchos juicios. Lo bueno es que el gobierno actual ha realizado muestras de buena voluntad: ha roto con ese pasado que negaba lo ocurrido, ha capturado a Mladic y a Karadzic, ha reconocido la matanza de Srebrenica y está aspirando a meter a Serbia en la Unión Europea, lo que sería bueno para ellos y para todos.
¿Y en Bosnia?
Allí percibí mucho rencor. En Belgrado apenas vivieron la guerra, solo el bombardeo al final, pero en Bosnia fue muy cruenta. En ese sentido, la paz es un poco ficticia en la medida en que los acuerdos de Dayton fueron un apaño que podría no funcionar, porque para gobernar esa zona tiene que ponerse de acuerdo la Federación Bosnio-Croata con la República Srpska (serbiobosnios), entre enemigos que han estado matándose hace pocos años. Cualquier día puede estallar, todavía hay rescoldos que pueden avivarse. Y la conclusión que yo he sacado de todo esto es que una guerra siempre es una mala solución. Quien cree que con una guerra se arregla algo se equivoca. La guerra solo deja rencor.
En este caso, volviendo a la trama familiar, inquieta mucho la idea de que un asesino puede ser un padre tierno y cariñoso.
Es que las personas en blanco y negro solo existen en las películas de psicópatas y en las malas novelas. Dicen que a Hitler le gustaban los perros... Todos tenemos esa ambigüedad, esas distintas personalidades dentro de una. En el caso de Mladic, él se creía imbuido de una misión histórica y conocía al enemigo al que había que exterminar. Era implacable y con total normalidad ordenaba matar a miles de personas. En cambio, la muerte de su hija le destrozó porque a ella la quería. Tenía muy diferenciados sus afectos de su trabajo. Su trabajo era matar, mientras que en el ámbito familiar era un padre muy amoroso, un marido fiel y un hombre de moral estricta. Me ha gustado mucho investigar esto y ahondar en ello, porque la novela te permite algo que no consiente la crónica periodística, en la que solo caben los hechos. Con la novela puedes profundizar en la naturaleza humana, en el interior de las personas y en sus dualidades, y entender, además, por qué Ana Mladic podía adorar a su padre y por qué descubrir que no era el hombre que creía era algo que la podía destrozar hasta el punto de quitarse la vida.
¿Cómo ha ido articulando la realidad con la ficción?
La muerte de Ana fue un enigma y todo lo que tenemos son rumores, como que cuando estuvo en Moscú recibió una información reveladora y otros que no voy a anticipar ahora, y ni su propio padre sabía qué pasó, aunque no quiso admitir el suicidio porque no la creía capaz de matarse y menos con esa pistola. Así que tenía que decidir si quería dejar la historia como estaba o hacer una novela, que es lo que he hecho. Cuando en una obra se mezclan realidad y ficción, prima la ficción, pero puesto que está basada en hechos reales, todo lo que aparece está contrastado para que la historia tenga verosimilitud.
Dicen que la guerra de los Balcanes avergonzó a Europa, pero quizá solo fue porque la vimos por televisión.
Así es, ahora nos enteramos de todo y el papel de la prensa es muy importante. Si sabemos lo que pasa en Siria es porque hay periodistas que se juegan la vida. Lo que es cierto que en los Balcanes estalla Europa cada dos por tres, lo hizo en la 1ª Guerra Mundial, luego hace veinte años y ahora, ahí está Grecia... Entonces nadie se puso de acuerdo, cada país estaba con un bando, igual que ahora, que no hay manera de unirse, por lo que Europa no deja de ser un mito, cuando las cosas van bien, todo estupendo y, cuando van mal, cada uno mira por lo suyo. Por eso en los Balcanes no quisimos ver que aquello era una guerra y solo mandamos tropas a repartir comida. Y esa pasividad no es inocente, es una pasividad cómplice. Podía haberse parado la guerra y al final se paró, pero nueve años después de que comenzara, cuando la zona estaba devastada. Conviene reflexionar, porque Europa tiene culpa y es cómplice por omisión. Srebrenica se podía haber evitado.
Como escritora, ¿qué ha supuesto este nuevo paso literario?
Creo que es mi mejor novela, es la que me ha dado más trabajo. He estado tres años con ella y de abordar temas más domésticos que conocía bien me he adentrado en terrenos desconocidos que he hecho míos a base de estudiarlos. Ha sido un reto muy grande y espero haber salido airosa.
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