CONCIErto de órgano en leyre

Intérprete: Julián Ayesa, al órgano. Programa: obras de J. S. Bach, F. Haendel, Dubois, J. M. Beobide, Bonifacio Iraizoz, Ketelbey, V. Bellini. Programación: ciclo de inauguración del nuevo órgano. Lugar: Monasterio de Leyre. Fecha: 11 de julio de 2014. Público: casi lleno.

El complejo mecanismo de un órgano de tubos se va descubriendo poco a poco, tras varias audiciones; tanto por los propios organistas como por los oyentes. Siempre hay sonidos y registros nuevos. Y obras cumbre de la literatura organística, suenan, también, nuevas en los diversos órganos. Julián Ayesa -el organista titular de la catedral de Pamplona- ha querido, en esta ocasión, descubrirnos, entre otras cosas, el registro de trino de pájaros, tan apropiado en este lugar, donde la leyenda de San Virila -y su éxtasis escuchando a las aves- está tan presente. Este registro -nítido, juguetón y entretenido- sobrevoló la remansada obra de Ketelbey, En el jardín de un monasterio, y, la verdad es que, su evidente plasticidad y fácil evocación, entusiasmó al público. Es lo más anecdótico de un recital que, como todo buen recital de órgano, comenzó con Bach y repasó el repertorio universal, con incursiones en compositores locales. El coral de la cantata 79 de Bach es una sublime presentación del instrumento, también del organista, que debe ejecutar el tema en el pedalier y encajarlo en el virtuoso entramado de las manos en el primer teclado. Le siguió el brillante primer movimiento del concierto para órgano de Haendel. Probada la versatilidad del instrumento para algunas obras del barroco, el In Paradisum de Dubois, abre el órgano al romanticismo -su verdadero ser-. En Dubois se apoderan las manos de los teclados primero y tercero con abundante adorno, y registro sereno en el segundo. José María Beobide y Bonifacio Iraizoz son dos músicos muy ligados a Pamplona -el primero a San Saturnino, el segundo a la catedral- cuya música nos trasmite melodías cosquilleantes y serenas -en el caso del Eco del Valle de Beobide-, y un recorrido espléndido por los teclados, en la Musette de Bonifacio Iraizoz. Hablando de melodías, el recital terminó con el ángel de la melodía, o sea Bellini. Su sonata para órgano es un precioso desfile de temas operísticos que desacralizan un tanto el instrumento, y rebosan de teatralidad con el teclado de abajo como foso de orquesta, sobre el que evoluciona el cantabile.

Fuera de programa, el impresionante ostinato del Magníficat de Echeveste. Y una obra espléndida y desconocida, -interpretada al final de la misa-, la Marcha Triunfal de Eugéne Gigout: un descubrimiento, que hay que volver a escuchar.