PAMPLONA - El actor asturiano encarna al padre de Teresa e Inés, dos jóvenes intrépidas que, saltándose lo establecido, han decidido con quién se quieren casar y se han entregado a sus enamorados. Sin embargo, estos no opinan igual y solo se aprovechan de ellas antes de que les toque volver a la guerra. Llenas de rabia, las dos mujeres burladas optan por convertirse en bandoleras y vengarse de los hombres a sangre y espada.
¿Cómo se involucró en este montaje?
-Básicamente, por dos razones. Una de ellas es que tenía muchas ganas de conocer a Carmen Portaceli, con la que nunca había trabajado y de la que tenía muy buenas referencias. Eso me animó mucho a tomar la decisión. Y, junto a eso, coincidió que yo había hecho unas lecturas con el Teatro de la Abadía para el 300 aniversario de la fundación de la Real Academia, y, en el trabajo previo a ese proyecto, investigamos mucho sobre nuestros clásicos. A mí me correspondió la lírica de Góngora y en ese proceso, que duró varios meses, me entró el gusanillo de volver al escenario con el teatro barroco, que lo había interrumpido hace unos años.
¿Quiénes son estas bandoleras del título?
-Son dos mujeres jóvenes que de pronto descubren que la vida es bastante más compleja, difícil y agresiva de lo que creían. Todas las condiciones sociales, políticas y religiosas en las que ellas viven de pronto las obligan a tomar partido y decidir sobre su propia existencia. El entorno les crea numerosas dificultades y adoptan una actitud beligerante con la situación establecida, defendiéndose por su cuenta contra todo y todos, desde el padre, los amantes que las humillan y hasta el rey. Consideran que no están siendo bien tratadas por su sociedad y lo ponen sobre la mesa, o sobre la espada, en este caso.
Más allá de pintarlas como ‘matahombres’ y como bichos raros, lo que era usual en la época, el dramaturgo y la directora las reivindican como vengadoras.
-Claro, los dos han realizado un trabajo muy importante, de mucha profundidad, sobre esta cuestión. Han hecho una versión en la que a Las dos bandoleras han añadido textos de otras dos funciones de Lope de Vega, La Serrana de la Vega y El asalto de Mastrique, planteando una situación muy generalizada con respecto a la mujer en ese tiempo. No es que sean dos casos aislados ni excepcionales. Tanto Portaceli como Rosich han investigado y reflexionado sobre lo que suponía vivir un momento así, con el añadido de que ambos piensan que las cosas no han variado mucho en estos siglos que han transcurrido.
Siempre se dice que los clásicos lo son porque atraviesan el tiempo con facilidad, ¿cuánto hay de vigencia en este argumento?
-La directora ha dicho con frecuencia que la situación que plantea la obra sigue planteada en nuestra sociedad, que el lugar que ocupa la mujer no ha variado lo suficiente y necesario en estos siglos. Y el montaje apoya, precisamente, esa idea de que no nos cae tan lejos como pudiéramos pensar, sino que a diario ocurren cosas que reflejan perfectamente el conflicto que se ve en Las dos bandoleras; no hay más que ver las noticias.
¿Opina lo mismo, cree que queda mucho por hacer para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres?
-Yo tengo un criterio no del todo concordante con la directora, pero sí que tengo claro que la situación está por resolver y muy, muy claro que no podemos dejar de buscar esa igualdad de posición social tanto de hombres como de mujeres. Otra cosa es que discutamos las fórmulas necesarias para conseguir esto. Yo ahí tengo mi propio criterio, que en este caso no viene a cuento.
Antes de hablar de su personaje, decirle que le he visto en una imagen vestido de falangista y me he quedado sin aire.
-Pues igual que yo cuando me dijeron de qué me iban a vestir (ríe). Esto entronca con la idea que acabo de comentar. Se trataba de acercar la función a nuestro tiempo y en lugar de ser un montaje clásico, barroco, con vestuario del siglo XVII, la directora pensó que era bueno trasladarlo en el tiempo y utilizar los símbolos equivalente en otro momento más cercano. Por eso, en lugar de ser un hombre de capa y espada, agresivo y violento y con gola, mi personaje es un falangista que representa ese lugar simbólico en la sociedad, con autoridad y con el poder en su mano.
¿Y cómo vive este hombre del régimen la rebelión de sus hijas?
-En esto sí que tengo una particular concepción de su conflicto. Todos los principios de tipo ético, político o religioso que las personas manejamos se desmoronan en el momento en que la vida te impone los hechos. A veces los acontecimientos no se pueden afrontar con esos principios porque todo se acabaría. En este caso, al padre, que es un hombre leal a sus principios, de pronto le ocurren cosas en su familia que provoca que todas esas creencias se vengan al suelo y tiene que buscar otras salidas para solucionar ese problema. Y no las encuentra. Porque una cosa es lo que pensamos y otra la que la naturaleza nos obliga a hacer. Él quiere mucho a sus hijas, pero cuando ellas toman una decisión que le parece inmoral pone a funcionar todo su mecanismo para encontrar un modo de arreglar la situación que no sea la imposible, que sería quitárselas de en medio.
Antes comentaba que le apetecía mucho volver al teatro del Siglo de Oro. ¿Qué le aporta la interpretación en verso?
-Cuando estuve hace unos meses en La Abadía reflexionamos sobre esto. Y es que el verso no consiste solo en colocar unas palabras de una forma determinada, sino que, además, es toda una fuente de sugerencias. Y así es como hay que tratarlo. Uno puede decir las mismas cosas en verso o en prosa, pero el verso te permite volar mucho más alto con respecto a los conceptos que barajas, con respecto a las emociones que expresas. El verso barroco español para los actores es un auténtico trampolín, es un placer enorme decir las cosas con esas palabras y de esa manera.
Alguna vez ha comentado que el teatro que le interesa no es el que solo pretende generar risas, sino que el que va más allá, ya sea en verso o en prosa.
-Siempre he considerado que una de las condiciones básicas que tiene que cumplir el teatro es ser útil. Y para que así sea, da igual si es comedia, drama o tragedia. Eso sí, hay que buscar un equilibrio, porque el espectador español en general no es muy exigente y prefiere divertirse a plantearse los conflictos de la vida. Este es un comentario muy frecuente entre el público y por eso la programación abusa de la comedia y del ocio.
Y ocio y teatro no son lo mismo.
-Por supuesto que no. Son dos cosas que pueden ir juntas, sin duda, pero que no iguales ni persiguen los mismos fines. El ocio tiene un componente escapista que está bien y es necesario, pero el teatro tiene un compromiso mayor con respecto a las partes oscuras de nuestra vida. En ese lado oscuro hay que poner alguna luz y el teatro se encarga de eso. A mí al menos es el teatro que más interesa.
¿Y es el que todavía le hace sentir nervios antes de salir a escena?
-(Ríe). Eso es inevitable y cada día que pasa es más tremendo. Parece una contradicción por los años de carrera, pero cada estreno es infinitamente más comprometido.
A cambio, quizá le compensa esa magia del directo, de oír cómo respira el público.
-Claro. Yo soy un actor de teatro, y eso que mi primera vocación era el cine, pero el teatro es el que me ha acogido y el que me enseñado lo poco que sé. Pasas por situaciones comprometidas a cambio de saber que estás haciendo algo útil no solo para ti, sino también para mucha más gente.
Obra. Las dos bandoleras.
Autor. Lope de Vega.
Función. Hoy, a las 22.30 horas, en La Cava de Olite.
Dirección. Carme Portaceli,
Dramaturgia. Marc Rosich.
Elenco. Helio Pedregal, Macarena Gómez, Carmen Ruiz, Gabriela Florez, Llorenç González, Albert Pérez, David Luque, David Fernández Fabu y Álex Larumbe.
Álex Larumbe. Nacido en Pamplona en 1986, el joven actor forma parte del elenco de este espectáculo, lo que supone un paso más en una carrera cuya chispa se prendió en el Taller de teatro del IES Navarro Villoslada, a las órdenes de Ignacio Aranguren, y continuó con los estudios en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD). Antes de llegar a Madrid, eso sí, cursó tres años de Derecho en la UPNA, en cuyo grupo escénico también participó, lo que le permitió pisar las tablas del Teatro Gayarre, donde desea volver pronto.