Antena 3 ha estrenado un moderno modelo de telerrealidad que lleva el candoroso título de Casados a primera vista y que no deja de ser un jueguecito a caballo entre amor, sexo, pasión, sorpresa y familia. Esta incursión del canal del grupo Planeta en el mundo de los realitys responde a necesidad imperiosa de quitar el monopolio de la fórmula a Mediaset y la propuesta presente tiene un par de dificultades que lastran el producto para poder triunfar: el reality no es un directo y todo la tramoya está sometida a la mentira del casamiento, que no deja de ser engañufla, cebo y motor narrativo de las historias de ocho humanos sometidos a la cámara. La fuerza mediática del programa radica en el hecho de que en un par de jornadas, uno se ve casado/a con un/a desconocido/a en Cancún, tras pasar una serie de pruebas psicológicas que permiten el apareamiento televisivo, determinando niveles de tolerancia y coincidencia, como si esto del amor y el casamiento fuera un formulario de preguntas y respuestas bajo la atenta mirada de tres especialistas. Lo que estrenó la cadena a principios de semana, no deja de ser una versión ampliada de Quien quiere casarse con mi hijo o similares, y la incompatibilidad y necesidad de actuar frente a la cámara irá prodigando escenas más o menos jugosas que ya veremos si pasan la prueba del algodón de la audiencia. Las chispas saltarán en el segundo capítulo y los fracasos iluminarán la noche de un esfuerzo más de la tele por banalizar y hacer de la vida misma entretenimiento nocturno. La aventura de grabar momentos variados de una pareja de desconocidos que se enfrentan simuladamente al rito matrimonial tiene mucho riesgo por más ínfulas científicas y experimentales que quieran darle a uno de los ritos más importantes en la vida del común de las personas. Tiene pinta de boda-trampa.