En septiembre de 2019 se cumplirán 500 años del inicio la primera circunnavegación, es decir, de la primera vuelta al mundo en barco. Una ambiciosa aventura financiada por la Corona española y capitaneada por Fernando de Magallanes a la ida y por Juan Sebastián Elcano en el retorno de la nao Victoria a Sanlúcar de Barrameda en 1522. Durante los tres años de travesía, la expedición vivió toda clase de vicisitudes, motín incluido, y sus componentes, muchos de los cuales nunca regresaron, visitaron lugares nunca antes explorados por los habitantes de este lado de la tierra. Mucho cabría hablar de lo sucedido a bordo de aquellos navíos, del miedo, el asombro, el peligro, el hambre, el frío, la codicia, la enfermedad... que experimentaron quienes vivieron una peripecia histórica que despertó la imaginación del pueblo e inspiró, en ese momento y siglos después, innumerables relatos que han alimentado, cuando no despertado, la sed lectora de niños, jóvenes y adultos. La literatura de aventuras y de viajes ha sido, y seguramente continúa siendo, una iniciación imprescindible en el universo de la literatura.

Aprovechando la efeméride y la celebración del Día del Libro, seis escritoras y escritores afincados en Navarra comparten con los lectores de estas páginas sus experiencias como exploradores de este tipo de historias y el rastro que han dejado en sus vidas y en sus obras.

Arantzazu Amezaga

‘Háblame musa...’

La vida de Arantzazu Amezaga “ha sido un viajar”. Nació en Argentina, se crió en Uruguay, pasó su juventud en Venezuela y su madurez y vejez en Euskal Herria. En Montevideo adoraba la geografía e “imaginaba recorrer mundos diversos, su colorido y aroma, la inmensidad del mar, la fuerza de la tormenta, el reto de la selva”. “Me gustaban Marco Polo y su Libro de maravillas; Alejandro Humboldt y su Cosmos; Mark Twain y Las aventuras de Tom Sawyer; T.S. Lawrence -Lawrence de Arabia- y sus Siete pilares de la sabiduría; Isak Dinesen y sus Memorias de África; Jan Morris y sus lugares... Además, “hay literatura que no es de viajes y viajas”. Por ejemplo, “Shakespeare te lleva a Escocia con Macbeth, a Verona con Romeo y Julieta, a Dinamarca con Hamlet...” La escritora recuerda perfectamente que fue su padre, “lector y traductor de los clásicos”, quien la incitó a leer poniendo en sus manos La Odisea, de Homero, un texto “que reflejaba con su épica el exilio que él padecía”. “Tras la guerra de Troya, Ulises deambuló por el Mediterráneo sometido a descalabros y seducciones, aunque nada le impide regresar a Ítaca. Es mi libro de viajes perfecto. La riqueza del lenguaje, el argumento de la saga, los elementos que componen. Obra de partidas y retornos. Pasión y muerte. Guerra y paz”, señala la autora de Veinticinco cartas para una guerra, Rebelión contra la Guipuzcoana, Vademécum o Irujo, una familia vasca.

Amezaga, experta en documentación y bibliotecaria durante muchos años, encuentra en la literatura de viajes los ingredientes que constituyen la complejidad humana: cultura, sentimientos, deseos, grandezas y vilezas, propias y ajenas. “En mis novelas mis personajes emprenden viajes y tratan de regresar al punto de partida. Son valientes, desafortunados, un poco, y salvando las distancias, como aprendí con Ulises en La Odisea. Precisamente, escoge el comienzo de esta gran obra como su párrafo favorito del género: “...Háblame Musa, de aquél varón de multiforme ingenio que después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando muchísimo tiempo...”

Durante sus años de bibliotecaria y después de escritora tuvo una vida más sedentaria, aunque no por ello dejó de viajar de la mano de los autores cuyas historias devoraba. “Tu espíritu vive con ellos otras realidades. Sin moverte de tu silla has ido y venido a Marte. Y tienes que sacudirte el polvo de estrellas que te impregna, el aliento cósmico que te agiganta y ver como sobrevivir en otra atmósfera. Buscar tu agujero negro. Así se empieza a escribir. Después de haber leído. Tras haber viajado”. A quienes se inician en la lectura les recomendaría todos los títulos que ha citado “y más”. “Les animaría a aventurarse en la lectura. Será un derrotero emocionante y profuso, la exposición valiente de su espíritu a emociones nuevas, a conocimientos infinitos”.

Jon Arretxe

Kapuscinski, London

“De chaval, los libros de aventuras eran de los pocos que me gustaba leer. A partir de los 18 años empecé a viajar por el mundo, y al mismo tiempo que seguía leyendo literatura de viajes, comencé a escribirla yo”, cuenta Jon Arretxe, que ha publicado en este género libros como Tubabu, Hacia la Gran Muralla, El sur de la memoria o 7 colores. Durante la adolescencia reconoce que le emocionó El alquimista, de Paulo Coelho, “aunque años más tarde la intenté releer y ya no me transmitió nada. Ciertas obras, dependiendo del momento personal en que estés, te pueden parecer una maravilla o una birria”, dice. Sus referentes en este ámbito han sido autores de distintas épocas como Jack London o Ryszard Kapuscinski, “aunque mis obras favoritas eran las crónicas de los exploradores del siglo XIX; tal vez porque me identificaba en cierta medida con esos viajeros, a pesar de que algunos desprenden un cierto tufillo colonialista”. Y si tiene que escoger, se queda con fragmento de Ébano, de Kapuscinski, en el que el periodista polaco narra cómo una vendedora callejana africana está desolada porque le han robado la cazuela donde preparaba y vendía alubias. “Era todo lo que tenía en el mundo y el autor relata la desesperación de la abuela de manera magistral”, señala Arretxe, que si bien ahora no puede hacer viajes tan largos, “sigo con la costumbre de escribir gran parte de mis novelas en el lugar en que las sitúo”. A modo de recomendación, sugiere El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, y la ya mencionada Ébano.

Carlos Aurensanz

Viajes en el tiempo

Como muchas personas, Carlos Aurensanz se interesó por la literatura a través de los relatos de viajes y aventuras. Años más tarde, su interés se decantó por la novela histórica, “que no deja de ser un viaje en el tiempo y también en el espacio, y en muchos casos combina el viaje y la aventura”. Y pone ejemplos: “¿Qué es, si no, una novela sobre la tercera cruzada en Tierra Santa, la Trilogía de Escipión de Posteguillo o el viaje del protagonista de El médico de Noah Gordon?” Su experiencia iniciática tuvo que ver con la biblioteca de la casa parroquial de un pueblo de Teruel donde vivía un tío carnal y donde solían pasar vacaciones. Allí, entre libros de vidas de santos y papas, encontró las obras completas de Julio Verne, Robinson Crusoe, El Conde de Montescristo y Los viajes de Gulliver. “Sin lugar a dudas, allí nació mi gusto por la lectura, y aquellas heladoras tardes navideñas al calor de la lumbre con uno de esos libros en las manos tienen la culpa de que hoy sea escritor”.

A lo largo de los años, Aurensanz, creador de la Trilogía Banu Qasi y de Hasday, el médico del califa y de El rey tahúr, entre otros libros, ha leído “con gusto” a autores como Javier Reverte, a Juan Goytisolo y a Julio Llamazares. De este último conoce casi toda su obra, “con especial predilección por sus viajes a través de esa España vaciada de la que ahora hablamos tanto”. Y no puede dejar de citar “a mi paisano Benjamín de Tudela, nuestro particular Marco Polo del siglo XII, con su Séfer Masa’ot (Libro de viajes), en el que relata su periplo a través de unas noventa ciudades y juderías de Europa, Oriente Medio y África”.

Como fragmento escogido indica uno de El río del olvido, de Llamazares: “Si el viajero fuera ordenado y serio, y su cuaderno de viaje un diario como Dios manda, este libro quizá pudiera permitirse algún mediano vuelo literario y empezar, por ejemplo, de este modo: «Son las ocho de la mañana de un claro y caluroso día de agosto y León, la vieja ciudad gótica varada como un barco entre dos ríos, dos caminos y, ya pronto, dos milenios, se despereza con desgana bajo el primer rayo de un sol que ya asoma su cabeza ensangrentada entre los altos pinos de La Candamia»...( )...Pero, como ni el viajero es ordenado, ni su cuaderno de viaje un diario como Dios manda, sino un montón de hojas llenas de tachaduras y apresuradamente garabateadas, este libro ha de dejar a un lado los adornos literarios y comenzar su andadura de un modo menos poético...”

El escritor tudelano acostumbra a hacer viajar a los personajes de sus novelas, “pues los que me han atraído son aquellos que han actuado movidos por el afán de conocimiento, de descubrimiento y de saber”. Como Nicolás, el joven cantero y escultor que protagoniza El rey tahúr.

Patxi Irurzun

De tesoros y corsarios

Inmerso en la promoción de su novela Diez mil heridas, que llega después de Los dueños del viento, Patxi Irurzun confiesa que la literatura de aventuras ha sido “fundamental porque es la que me hizo lector”. En la adolescencia leía libros y a autores como Jack London, Emilio Salgari, Mark Twain y otros y se contagió del virus para siempre, padeciendo de una fiebre lectora que, en su caso, “ha rebrotado ahora con los últimos libros que he escrito, que en cierto modo son un pequeño homenaje a esas lecturas”.

Recuerda Irurzun una colección de novelas de aventuras de tapas blancas y duras que tenían en casa y que le permitió conocer a Miguel Strogoff, Robinson Crusoe, El Corsario Negro, El libro de la selva... Sumar esos relatos a las sesiones de cine de piratas o de Tarzán, y de series como Sandokán o Dartacán de los sábados por la tarde, conformó un estímulo enorme “para un niño fantasioso como era yo”. Entre sus referentes se encuentran clásicos como La isla del tesoro o El corsario negro, “porque despertaban esa idea de la vida como aventura y de los personajes que decidían vivir al margen de las convenciones”, y admite sentir predilección por autores como Jack London o Mark Twain, que “a ese componente de la aventura sumaban otros social o político, un posicionamiento del lado de los excluidos y los rebeldes”. Al autor le gusta mucho el episodio del barril de manzanas de La isla del tesoro, cuando el protagonista está escondido dentro y escucha a John Silver tramar el motín. También el inicio de Las aventuras de Tom Sawyer: “¡Tom! Silencio. -¡Tom! Silencio. -¡Dónde andará metido ese chico!... ¡Tom!” Es muy musical, casi como un redoble de tambor, que nos da una idea ya muy precisa de con qué personaje nos vamos a encontrar.

En su carrera, Patxi Irurzun ha podido viajar por los cinco continentes. Uno de sus trabajos más apreciados por él, “y creo que también por mis lectores”, es Atrapados en el paraíso, en el que cuenta un viaje a un basurero de Manila y que pudo realizar tras ganar un premio literario de El País. Después, ese título ganó otros premios que le permitieron hacer otros viajes. “Si no, creo que por iniciativa propia no habría conocido todos esos lugares ni escrito sobre ellos”, apunta, y recuerda que las novelas históricas que ha escrito recientemente le han permitido “viajar en el tiempo y con la imaginación”.

Maribel Medina

Malaparte y ‘El principito’

“En la adolescencia leí a Lord Byron. Su frase ‘tengo el mundo ante mí’ me pareció grandiosa. Luego Baudelaire y su poemario Las flores del mal me rompieron la cabeza. El verso ‘vuestros recuerdos enmarcados por horizontes’ se convirtió en un propósito de vida: debía comerme el mundo a bocados, sin otro límite que el mío propio”, cuenta Maribel Medina, que acaba de cerrar la trilogía formada por Sangre de barro, Sangre intocable y Sangre entre la hierba, en la que sus personajes viajan por todo el mundo. A pesar de los autores mencionados, la escritora pamplonesa subraya que Curzio Malaparte es “el autor que más me ha marcado literariamente”. “Sus libros forraban la mesilla de noche de mi padre. Tardé años en comprobar la excelencia de su narración poética periodística. Escribió sobre la miseria de la Segunda Guerra Mundial con una voz única”. Y cita una frase suya: ‘Tengo curiosidad por saber lo que encontraré yo, que busco monstruos”.

Rebuscando en su memoria para participar en este reportaje, Medina se ha dado cuenta de que su primer recuerdo literario es de Hans Christian Andersen y La Sirenita, “aunque siempre odié el final”. También de que toda su infancia estuvo ligada a las novelas de aventuras. “Con 10 años leí con adoración Los Hollister y Los Cinco. Yo soñaba con tener un perro y mil aventuras, con desenmascarar a los malos, tener una casa en una isla...” Pero llegaron Stevenson y Salgari “y todo cambió”. “Quería un tesoro, huir de los caníbales y de los piratas, aprender a navegar, comer con los dedos, trepar a los cocoteros, silbar, leer el cielo nocturno, ser capitán de barco. Me convertí en una chica noble, valiente y salvaje”, agrega la autora.

Los textos de Manu Leguineche y Javier Reverte fueron “una revelación” para Medina, encantada al saber que existían libros “que hablaban de lugares y de personas reales sin otra ficción que la que mi imaginación quisiera inventar”. De hecho, ya de adulta “ha programado viajes siguiendo los pasos de estos autores”. En cuanto a la literatura de aventuras, “adoraba a Pérez-Reverte y a Vázquez Figueroa”. En un rápido regreso a la infancia, rescata el inicio de La Sirenita: “Dentro, muy dentro del mar, el agua es tan azul como los pétalos de la más hermosa flor azul de los trigales, y tan clara como el cristal más puro; pero es muy honda, tan honda que ningún áncora la alcanza, y harían falta muchas torres de iglesia, unas encima de otras, para llegar del fondo a la superficie. Allá abajo habitan las criaturas del mar”.

En el capítulo de recomendaciones, opta por Alejandro Dumas si se buscan aventuras; en la literatura de viajes cita a Vikas Swarup, “que habla de la India como nadie”, así como a Javier Reverte y a Isak Dinesen en el caso de África; a Paul Theroux, en el de China, y a Marguerite Duras, en el de Indochina. Y no olvida a Antoine de Saint-Exupéry. “Tras un aterrizaje forzoso, él y su ayudante, André Prevot, pasaron cuatro días sin alimento ni agua hasta que un beduino los rescató. Lo narra en Tierra de hombres, y pudo ser el germen de El Principito, una gran novela de viajes, aventuras y vida”.

Julia Montejo

Fascinante ‘Moby Dick’

Para Julia Montejo, “una aventura es el comienzo de todo; incluso cuando se trata de aventuras domésticas”. Y recita de un tirón títulos como Los viajes de Gulliver, La isla del tesoro, Viaje al centro de la Tierra, La vuelta al mundo en ochenta días, La Odisea, la “fascinante” Moby Dick, El corazón de las tinieblas... “Incluso la Biblia encierra un sinfín de historias de viajes. De hecho, leerla con las gafas de la aventura fue lo que más me interesó de su estudio”, afirma la autora de Los abrazos oscuros, Violetas para Olivia o Eva desnuda.

Montejo reconoce que viajar con un libro en las manos ha sido a menudo “más emocionante que un viaje real”. Y recuerda en este punto “la impresión” que le causó El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. “Nunca la olvidaré. Recuerdo leerlo un verano, de adolescente, asfixiada de calor e imaginarme el infierno africano que describía? Hace apenas unos meses, mi hija de diez años ha terminado Lobo de Mar, de Jack London, y, repasando la historia con ella, me ha emocionado que se diera cuenta de que con algunos libros no sientes la necesidad imperiosa de pasar páginas, sino que saboreas cada una de ellas y que, el viaje para pacientes, puede resultar mucho más satisfactorio y enriquecedor que el viaje de los ansiosos, más habitual en el frenesí que nos rodea”, comenta. Cuando ella tenía esa edad, Julio Verne la atrapó “por su mezcla de viaje y fantasía”, y, más adelante, Moby Dick “pobló mi cabeza de animales mitológicos y de metáforas”. Tanto es así, que en su cuarta novela, Lo que tengo que contarte, “yo misma me embarqué en una aventura de balleneros vascos en la Islandia de 1615”. De la obra de Melville extrae un párrafo: “Pasead por la ciudad la soñolienta tarde de un sábado(?)¿Qué veis? Apostados como centinelas silenciosos a lo largo de toda la ciudad hay miles y miles de hombres mortales absortos soñando con el océano (?) Nada les hace felices excepto el límite más extremo de la tierra firme(?)Decidme, ¿acaso les atrae hacia allí el poder magnético de las agujas de las brújulas de todos esos barcos?” “Me encanta este párrafo porque habla de la necesidad de aventura en el corazón del ser humano. La búsqueda, a pesar de los riesgos”.

En estos momentos, no tiene tiempo ni para aburrirse ni para viajar demasiado. “Una frase de Flaubert preside mi estudio: ‘Sé constante y ordenado en tu vida para que puedas ser violento y original en tu trabajo’. Intento regir así mis días. Sin embargo, viajo cuanto puedo por ocio y, además, a veces utilizo mis libros como excusa para conocer lugares que de otra manera difícilmente visitaría. Me enriqueció e impresionó, por ejemplo, el recorrido por los asentamientos de balleneros vascos en los fiordos del oeste en Islandia. Y ahora estoy preparando otro por Argentina. Me gusta este planteamiento de viaje porque te saca de los circuitos turísticos”.

Como sugerencia, menciona Las solidaridades misteriosas, de Pascal Quinard, “con el que descubrí la Bretaña”, y que, aunque no es un libro de viajes al uso, sí lo es “de descubrimiento de una tierra que se introduce bajo la piel y ya nunca te abandona”, termina.