el comentario del público asistente a este tercer concierto de la semana estellesa, ha sido unánime: hacía tiempo que no escuchábamos una polifonía llevada a tan altos vuelos. The Tallis -(seis voces femeninas y cuatro masculinas)- presentan un programa con el ordinario de la Misa -(Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Agnus Dei)- de Palestrina, como columna vertebral. Pero no de una misa concreta, sino tomando cada parte, de las varias que tiene el italiano. Una polifonía extraordinariamente luminosa, la de Palestrina, que va a contrastar con otras polifonías del resto de autores que se van intercalando: la, un poco más, austera de Morales; la delicadísima de Festa; la más terrenal de Carpentas; la celestial de Allegri; la recién compuesta (s. XX) de Campkin; o la extraordinariamente innovadora para la época de Després. Cada una con su colorido, con su luz, con su matiz de gloria o penitencia, con su tejido de voces -todas a la vez, y, sin embargo, cada una-, que acuna al oyente y lo eleva a otra dimensión. El director Peter Philips, conserva el criterio de esa interpretación pulcrísima, canónica, sin mover mucho los tiempos, creando un instrumento único a partir de las ocho voces, cuidando los finales que se resuelven -redondos e instrumentales- en esos acordes perfectos donde descansa todo. Pero, a la vez, hay soltura en la declamación del oficiante, en esas introducciones presbiterales, un poco rudas; y hay valentía en los fuertes, siempre controlados, pero sin miedo a aportar volumen, para acentuar esas dinámicas que arrancan del ataque de la primera nota, en casi la nada, y llegan a un clímax inconmensurable: por ejemplo en el dramático Crucifixus del motete de Antonio Lotti (1667-1740) que dieron de propina. Peter Philips tiene un instrumento coral extraordinario; con base en voces -en origen- muy buenas, sobre todo las agudas, que, por cierto, en los primeros compases abrumaron un poco a la sección grave, por otra parte, bien salvada por los hombres, pero nunca sobrada de pedal. Son voces limpias, en el estilo, que respiran a la vez, que tiene el diapasón puesto, o sea que, sin ningún apoyo instrumental, salvan siempre una afinación impecable. Todo funcionó muy bien; tanto el tutti, como en subdivisiones. Metidos en ese maravilloso oleaje totalizador, destacamos algunos detalles: Palestrina siempre deslumbrante -al principio casi cegador en sopranos-, y dos matices extremos: el pianísimo de Qui tolis, y el fuerte del Amén del Gloria. Morales, personalmente, me gusta un poco más austero y lento. Festa -dos sopranos, mezzo y tenor- nos dejó sin respirar en el piano agudo de las tres voces femeninas. Las Lamentaciones de Carpentras, se salieron de la luz, para quedarse en una penumbra sobrecogedora, penitencial, como cantada con capucha monacal. El famoso Miserere de Allegri -con eco de dos coros, uno en la sacristía- y el presbítero atrás, creó una atmósfera mágica. Muy bien traído el Miserere de Campkin, cruda polifonía contemporánea, muy dramática, con cita a Allegri. Y un Deprés, soberbiamente enriquecido por la versión. El público en pie.