hablar de cine político en los tiempos en los que se abandera la idea de que todo loes puede considerarse casi un pleonasmo. Pese a ello, esa etiqueta es la que Costa-Gavras ha impreso siempre en sus producciones y por la que ayer fue reconocido en el Zinemaldia. Se podría hablar del cronista de la deconstrucción del mito europeo, sobre todo, en la última década. Solo hay que echar un vistazo a su última cinta, Adults in the room, en la que adapta las memorias que escribió Varufakis sobre su fugaz paso en la cartera griega de finanzas bajo el mandato Syriza, puesto que abandonó por las posiciones del Gobierno de Tsipras ante la coherción de la Troika. De familia humilde, republicana y de izquierdas, no es la primera vez que Konstantinos Gavras habla de quién es realmente el que ostenta el poder en el mundo. Ya lo hizo en 2012, con el meteórico ascenso de aquel joven ejecutivo sin escrúpulos en El capital, mientras que en la irónica y a la vez dramática Edén al Oeste (2009) arañó las costuras europeas que hoy en día están a punto de reventar, gracias a la epopeya de Elías, inmigrante ilegal que entra a Europa por el mediterráneo con París como su Ítaca particular, que es también la del propio Gavras. Nacido en Grecia en 1933, se trasladó a Francia con su familia en la década de los 50, convirtiéndose el Estado galo y su capital en su paraíso particular. El padre del director combatió al Fascismo durante la ocupación de las potencias del Eje en su país y fue etiquetado de comunista, cuestión que granjeó al clan problemas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y que impidió a Gavras acceder a estudios de educación superior, ni en Grecia, ni tampoco en Estados Unidos, lugar en el que el mccarthismo era ley. Asentarse en el país vecino le dio acceso a La Sorbona y, posteriormente, aprender con referentes como Jacques Demy, René Clement, Henri Verneuil y Marcel Ophüls -lleva doce años presidiendo la Cinemateca Francesa-. A partir de aquel momento y del estreno de su primer filme, Los Raíles Del Crimen, iniciaría un camino en el que, además de la economía, la inmigración y las relaciones de poder, ha tratado cuestiones sociales y, por lo tanto, políticas como el racismo en Estados Unidos -El sendero de la traición (1988)-, el aburguesamiento de la izquierda -El pequeño Apocalipsis (1992)- y la implicación política del Vaticano con el nazismo -Amen (2002)-.

sus dos joyas Z (1969) y, sobre todo, Desaparecido (1982) constituyen la trilogía de referencias para llevarse a una isla desierta -las tres fueron aclamadas por la crítica y premiadas por academias de cine y festivales-. Sus primeros dos Óscar y su primer premio en Cannes los ganó con la que sería su primera colaboración con el guionista Jorge Semprún -repetiría con él, por ejemplo, en su siguiente cinta, La confesión (1970), y en Sección Especial (1975)-. Con Z Gavras y Semprun adaptaron la novela Vassilis Vassilikos y se acercaron al asesinato del político griego de izquierdas y activista por la paz Grigoris Lambrakis, que fue ejecutado por un grupo de derechas vinculado al Estado.

El gran éxito, por otra parte, llegaría trece años después cuando, el realizador, sin pelos en la lengua, analizó en Desaparecido, una historia inspirada en un caso real, las conexiones entre la CIA y el Gobierno de Pinochet, obra, con Sissy Spacek y Jack Lemmon, logrando la Palma de Oro en Cannes y el Óscar al Mejor Guion adaptado. Spacek y Lemmon interpretan a la mujer y al padre de un periodista estadounidense desaparecido en Chile y es el perfecto ejemplo de cómo el realizador franco-griego capta historias que, como en la más cruel realidad, están llenas de injusticias.