Coral de Cámara de Navarra
Joven Orquesta de Pamplona (Directora: Mirari Etxeberría). Nerea Berraondo, mezzosoprano. Tomeu Biniloni, barítono bajo. Beatriz Aguirre, mezzo. Jesús Arrastia, tenor. Director: David Guindano. Programa: “Réquiem a la memoria de su madre”, de David. G. Igarreta (estreno absoluto). Programación: Coral de Cámara de Navarra. Lugar: Iglesia de los Carmelitas Descalzos. Fecha: 9 de noviembre de 2019. Público: Lleno (entrada libre). Incidencias: gran expectación ante el estreno, que se rubricó con fuertes aplausos, y diversos comentarios que no podemos desarrollar en su totalidad.
un estreno de lo que llamamos música clásica, en pleno siglo XXI, siempre suscita cierta prevención: será música rara, abstracta, incomprensible, se piensa. No es el caso del estreno del Réquiem, que el inquieto, y siempre interesante, David Guindano, ha dedicado a su madre. Es, ciertamente, una obra muy ecléctica -como él mismo la define-, que bebe de todas las fuentes -cercanas y autóctonas, unas; universales, otras- que tan bien conoce el autor, porque las ha cantado o dirigido; y ese eclecticismo lleva al oyente por un, casi siempre, amable recorrido, muy comprensible y asimilable, sin que por ello, deje de tener fuertes estructuras de modernidad. Hay episodios un poco caóticos -inherentes a la propia personalidad del compositor-; otros, de exuberante barroquismo o desahogo romántico, con vuelos, también, impresionistas; pasajes de austera destilación tímbrica -las maderas en el Hostias, por ejemplo-; o de búsqueda de nuevos y contrastados colores: dúos con el piano, la trompa o el arpa -muy presente, cosa que se agradece-, o algunos episodios corales, (mujeres con vocalizaciones entre angelicales y plañideras). En todo caso -y esta es la primera virtud de la obra-, este Réquiem mantiene en vilo al oyente, y no le aburre en su más de una hora de duración; aunque, también es cierto que, en una primera audición, le abruma un poco: todo se nos viene encima como un tsunami, muy hermoso, eso sí. Hay tantos mundos en este bello homenaje musical, que precisa de más audiciones, más asentadas y que, sin perder la enorme carga emotiva del que ocupa el podio, se libere un poco de la ansiedad del estreno. Entre otras cosas, también, porque la versión del nutrido elenco que lo ha estrenado, necesita algún ajuste; salvados, por supuesto, todos los cambiantes estados de ánimo, que, dentro de la magnificencia espiritual de su estructura e intención, tiene la obra; con un coro espléndido, una orquesta que -obviando el interludio- cumplió, y unos solistas, tanto vocales como instrumentales que destacaron.
En los catorce números que especifican este Réquiem, el compositor se comporta con una gran libertad de acción; y, ante la meditación profunda de la muerte, hay, sobre todo, mucha presencia de la vida. No falta el dulce acomodo de la memoria en la infancia, donde suena un frondoso y empastado tema, -casi villancico-, o la delicada cita -en estilo, no exactamente en notas- a la Infancia de Berlioz, en un francés fronterizo de la abuela. Sigue un cambio radical con las ásperas armonías del dolor, el miedo o el llanto; con tramos lúgubres en la mezzo solista; la entrada del coro. Un tinte stravinskyano envuelve el Pater Noster, donde se luce el coro de hombres. El In memoria es un pasaje de adorno fugado comprometido para la orquesta, sobre el que impera, poderoso, un canto firme coral. El Sanctus es muy original: un coro de sopranos (para mí, más un coro griego), se lamenta -o alaba- la potencia divina de la entrecortada marcha del resto del coro. Muy bien traída la cita a S. J. de la Cruz en esa estética, digamos, de la generación del los cincuenta, con la sólida y potente desnudez vocal del bajo solista -de un colorido francamente convincente-. En general, las introducciones a los números son muy interesantes; arpa y trompa se lucen en el Benedictus, una delicia. Grandioso coral vasco para el salmista (salmo 23). El Benedictus me resultó un poco barullo. Y el final se disuelve -angelical- en el arpa y la mezzosoprano -voz interesante, con un grave extraño pero atractivo-: une especie de Demoiselle elue original y resucitada.