a fauna de personajes mediáticos se manifiesta en un sinnúmero de protagonistas de mayor o menor importancia, de mayor o menor presencia ante cámaras y micrófonos, que teóricamente enriquecen los programas a base de comentaristas, opinadores y tertulianos en el inmenso patio de Monipodio en el que pululan con soltura, en ocasiones gracejo y siempre con opinión, formada o no, enriquecedora o demagógica, apurada o suelta en las numerosas intervenciones de estos personajes que lo mismo valen para un roto que para un descosido.

Las actuales radios y teles han incorporado a multitud de comentaristas y tertulianos que sirven para apuntalar numerosas horas de emisión a base de una narración lineal que todo lo puede.

Nadie sabe de dónde han salido, nadie sabe quién les ha dado carnet de opinador, nadie sabe cuánto durarán en esta forma de hacer narrativa telerradiofónica, pero ahí están enhiestos como los chopos en la ribera de los ríos, firmes, seguros y parlanchines. Los bienaventurados tertulianos, colaboradores especialistas y otros innombrables del negocio que se mantienen en su cita mediática, seguros de su quehacer, firmes en sus opiniones más o menos fundadas y llenos de vitalidad dialéctica.

Son figuras imprescindibles para afrontar una crisis sanitaria como la que nos sacude, discutir sobre las medidas del gobierno sobre el salario mínimo interprofesional, o sobre la estética reluciente de las películas del manchego Pedro Almodóvar. Están dispuestos al combate, batalla, ruido y se manejan en el negocio con habilidad suma, llenos de prejuicios, descalificaciones y ataques inmisericordes a los que no comulguen con su ideología recalcitrante, que termina por hastiarnos, aburrirnos y agotarnos.