- Una venganza disfrazada de aventura amorosa, una tragedia provocada por el insolente complejo de superioridad de un grupo de turistas del primer mundo, un rollo sexual inesperado, la culpa de un hijo por no haber ido a aquella última salida...

Son algunas de las temáticas que aborda Aingeru Epaltza Ruiz de Alda (Pamplona, 1960), periodista, traductor y escritor, que en estos diez relatos que interesarán tanto a quienes no perdonan una semana sin ir al monte como a los amantes de la literatura de todo género.

El autor atendió a las preguntas de este periódico desde su confinamiento en Lekunberri, donde sigue con atención la evolución, siempre cambiante, de la crisis motivada por el coronavirus que de momento solo le permite disfrutar de las cumbres que tiene alrededor desde las ventanas. "Imagino que de estos días de reclusión saldrán unos cuantos libros, las editoriales no darán abasto", bromea. Él, por su parte, trabaja en su nueva novela.

Está escribiendo.

-Estoy metiendo muchas horas. Luego tengo que hacer ejercicios porque se me queda un dolor de espalda horrible. Llevaba una temporada escribiendo muy poco y ahora me ha coincidido esto con la jubilación.

¿Le ha coincidido la cuarentena con la jubilación?

-Pues casi, porque me jubilé de mi trabajo de traductor del Gobierno de Navarra hará un mes. Me da un poco de miedo decirlo porque de pronto empieza a revolotear a tu alrededor un montón de gente haciéndote proposiciones absolutamente deshonestas que muchas veces son marrones (ríe). Creo que de momento me está salvando la pandemia (ríe).

¿Durante un período de escritura acostumbra a leer también?

-Sí, y en estos momentos en que no hay mucho más que hacer estoy aprovechando para leer libros que tenía pendientes desde hace años. Por ejemplo, me he puesto con Vida y destino, de Vasili Grossman. Siempre leo varios libros a la vez, desde novela hasta ensayo, en euskera, castellano y a veces también en francés para que no se me olvide.

No se suele traducir a sí mismo, al menos últimamente.

-Las primeras novelas sí las traduje al castellano yo mismo, pero desde Rock'n'Roll dije que nunca más. Se me hacía algo extenuante. Tú ya has acabado el libro, pero si empiezas a traducirlo es como si no lo hubieras hecho, estás todo el tiempo dándole vueltas a la misma historia. Si traduces la obra de otro, te limitas a lo que estás leyendo, pero si el texto es tuyo, no puedes evitar cambiarlo. Cuando escribo una obra original, parece que no termino nunca. No sé si se ha hecho alguna vez, pero sería interesante realizar una investigación comparando la escritura del siglo XIX y de las primeras cinco o seis décadas del siglo XX con la que ha venido después. Recuerdo que cuando empecé, como usaba máquina de escribir me decía a mí mismo que no iba a volver a mirar el texto porque tenía que andar con el típex y aquello acababa hecho un desastre. Y ahora hago casi lo mismo, simplemente lo abandono. Pero, claro, ¿qué pasa si meses después de haber tomado esa decisión te pones a traducirlo? Pues que te dan unas ganas terribles de cambiar frases, párrafos, capítulos enteros... Y sigues y sigues, y eso se convierte en una obsesión.

¿Y cómo trabaja con Ángel Erro?

-Pues he tenido mucha suerte con él porque es un traductor muy competente. Él hace el trabajo bruto y luego yo lo miro; es decir, él me traduce, pero yo tengo derecho a roce (ríe). Y ya es otra cosa, porque ya vuelvo sobre el trabajo que ha hecho otro, lo que me ayuda a coger distancia del texto original.

¿Y qué diferencia encuentra, en términos de escritura, entre el relato y la novela?

-Todas las novelas, incluso las obras maestras, tienen altibajos. Es difícil mantener el ritmo y la tensión en una novela. Pero en un relato corto no puedes fallar, ahí no puede haber altibajos. Y el final en la novela quizá tiene menos importancia, porque al fin y al cabo lo relevante es cómo han ido avanzando en la historia, pero en un relato el final es con lo que se va a quedar el lector. Por ejemplo, ahora mismo no recuerdo el final de Cien años de soledad, pero sí me acuerdo de los cierres de los relatos de García Márquez.

¿Y cuándo opta por el relato?

-Yo empecé con esta serie de relatos porque había terminado una trilogía -El reino y la fe- que me había llevado diez años y necesitaba un período de desintoxicación, un trabajo que viera el resultado muy pronto. Y como esos tres tochos estaban anclados en los siglos XVI y XVII, también necesitaba volver al siglo XXI y moverme en un ambiente muy conocido, porque con las novelas históricas tenía que corroborarlo todo. Absolutamente todo. Terminé agotado de la documentación constante que me exigían estas historias. A veces me tiraba tres horas ante el ordenador y el resultado igual solo eran dos párrafos porque me pasaba mucho tiempo buscando detallitos. También es verdad que yo soy muy maniático y que quizá a otros autores esa verosimilitud no les importa tanto. Todo esto no pasa cuando escribes sobre tu tiempo, la escritura va a otra velocidad y es gratificante.

En el caso de estos relatos, en efecto, parte de un elemento conocido como es la montaña. ¿Qué significa la montaña para Aingeru Epaltza?

-No sabía muy bien cómo titular la traducción en castellano. El original en euskera se tituló Mendi-joak, algo así como Locos por el monte, y en este caso lo he pasado a Mal de altura, usando un juego de palabras. Muchos de los personajes que aparecen en los relatos están obsesionados por el monte y quizá yo también lo esté. Es curioso, sobre todo a determinada edad ves que hay gente que se obsesiona con determinadas actividades y deportes y pasas de ver a algunas personas con la que acostumbrabas a coincidir a bares que de pronto se ponen a correr, a jugar al golf o a ir al gimnasio. Es muy típico de Occidente. En esa misma línea, también hay gente que si no va al monte una vez a la semana revienta. Yo no sé si reviento, pero quizá porque me dedico a escribir y paso mucho rato solo y sentado ante la pantalla es una actividad que me llena mucho, a veces incluso más que la literatura. Últimamente lo he necesitado mucho, tal vez tenga que ver con la edad o porque cada vez encuentras más gratificante hacerte una caminata que pegarte tres horas delante de un ordenador intentando que te salga lo que quieres escribir. Para mí ir al monte es un pasatiempos que tiene algo de pasión y de obsesión, aunque sé que puede llegar su vertiente insana e incluso puede llegar a ser ridículo.

¿A qué se refiere?

-Cuando uno se obsesiona y solamente vive para ciertas cosas puede alcanzar un punto ridículo. Pero, bueno, todos estamos enfermos de algo. Y la afición desmedida por una cosa, por la montaña, por ejemplo, es una característica de los hombres y de las mujeres de este siglo XXI. Por eso este libro quiere ser también una metáfora de nuestro mundo y de la modernidad. No hay que olvidar que la obsesión por subir montes es algo muy urbano, de gente de la ciudad. Recuerdo cuando hace unos años alquilamos una borda en un pueblo; alguna vez íbamos a la sociedad del lugar y nos miraban con unas caras cuando les preguntábamos si les gustaba ir al monte (ríe). Ellos van al monte a trabajar, a sacar madera, a llevar a los animales... así que lo relacionaban con trabajos y no muy gratos precisamente. Y nosotros les parecíamos unos marcianos. No hay cosa más urbana que el montañismo.

En estos relatos hay historias muy de andar por casa, nada de grandes cumbres.

-Es que no quería hablar del himalayismo ni nada de eso, sino de esa épica pequeñita de la salida de las cuatro horas. También he metido algo de viajes al Atlas o al Kilimanjaro, porque me interesa mucho cómo vemos al otro y cómo el otro nos ve, pero sobre todo me he centrado en las expediciones pequeñas porque quería escribir sobre las relaciones humanas. La gente que va al monte lleva su mochila cargada con toda su vida, sus relaciones, sus familias, sus problemas, y en el monte tiendes a mostrarte tal y como eres, y más en situaciones de riesgo. Ahí sale lo que realmente eres.

Y lo que sale a veces...

-Claro, es que en el monte a veces tienes que renunciar a determinadas expectativas y no todo el mundo lo asume del mismo modo. En esencia seguimos siendo críos y cuando no podemos hacer algo o lo intentamos aun poniendo en peligro a la gente que te rodea se ve quiénes somos. Yo quería escribir sobre este tipo de cuestiones. Y creo que por eso estos relatos le pueden interesar a cualquiera.

Aborda toda clase de géneros, desde el humor negro hasta el drama.

-Sí, incluso hay historias muy negras, policiales; hay otras más eróticas y las hay de puras relaciones personas entre padre e hijo, entre parejas... Y creo que en general hablo mucho sobre la vida y sobre la muerte. La montaña como escenario o el montañismo como obsesión da opción a hablar de muchas cosas, pero sobre todo a hablar de lo que somos, de lo que hemos querido ser y no hemos llegado a ser, de los anhelos, de las frustraciones... Algún montañero se me ha medio enfadado porque, según dice, hay muchos personajes negativos.

¿Y qué responde?

-Me parece exagerado decir eso, pero tengo claro que no he querido hacer una épica ni mitificar el montañismo. Si uno es un cabrón en casa, en el monte lo sigue siendo y es muy fácil que lo sea aun más. Y hay gente que es muy militante, muy alternativa, pero llegado el momento le sale el pequeño capitalista o el machista que llevas dentro.

¿Ha estado en todos los lugares que aparecen en la novela?

-Me falta el Kilimanjaro. Estuve a punto de ir, tenía el plan hecho, pero no pudo ser. Hay muchos sitios en los no he estado y a los que me gustaría ir, pero por la edad no creo que pueda ir a todos. También he estado en otros de los que no he escrito, así que igual sale otro libro de relatos. Si de aquí a unos años necesito otra descompresión literaria, volveré al tema (ríe).

Lo que está claro es que lo que le va a apetecer un montón cuando acabe el confinamiento es hacer una salida.

-Sin duda. Me ha fastidiado que ha coincido la temporada de esquí de montaña. Soy muy mal esquiador, pero me encanta. Pero, bueno, llegará el verano y ya saldremos.

"En un relato no te puedes permitir altibajos y el final es muy importante, es con lo que se va a quedar el lector"

"Ir al monte es una obsesión de gente urbana; los que viven en los pueblos no entienden que subamos por capricho"