uando terminó este viaje faltaban dos días para acabar febrero, era invierno, y en España todo seguía como si nada. Nadie se imaginaba que lo de China o Irán llegaría a inundar de muerte, miedo y desesperación el mundo entero, y por eso en el campo la preocupación del momento era sacar adelante cada lote, cada animal de los mismos, dispuestos para que llegaran a cada plaza, a cada localidad sin percance, y sirviese para su propósito final.

Habíamos dormido esa anterior noche en Mérida, solo que esta vez el camino no era hacia el sol meridional. Volvíamos a casa, pero aún nos quedaba por visitar la ganadería de José Escolar, que se haya en Lanzahita. Y hasta allí, circulando por autovía y por carreteras de sierra, puntuales, al mediodía, nos llegamos a casa del viejo criador, que allí nos esperaba.

Solo, recién venido de Madrid, había recibido la noche anterior el premio a la mejor ganadería de Madrid de 2019, y el sarao en el hotel Wellington se alargó. Y agradecidos al bueno de José que allí estuviera para enseñarnos su camada.

Sus toros que con tanto mimo y cariño tenía preparados para Pamplona. De corazón, el lote nos dejó boquiabiertos a los tres. Ver esos cárdenos del encaste albaserrada preparados como si la cita fuera al día siguiente nos dejó impactados, y alegramos el ego del ganadero porque así se lo hicimos saber.

Y qué podía esperar entonces ni él ni nadie que esos toros no llegarían a finales de junio a los Corrales del Gas.

Saliendo de su casa camino de las nuestras, aún le hicimos caso, por no pasar por Madrid, y atravesamos la sierra de Gredos por el camino de la ancestral rúa de la calzada romana para llegarnos a comer a Ávila, donde queríamos comer una buena chuleta a la brasa, de la raza de esa tierra.

Y cuento esto porque volvimos un poco a la civilización porque allí, en aquel comedor ya se hablaba del coronavirus sin parar, y recuerdo al dueño hablar de sopa de pangolín y murciélagos fritos como menú para los chinos, riendo que eso les pasaba por comer esas cosas, como si nada fuese a ocurrir en España. Allí leímos ya que la OMS anunciaba una pandemia mundial para que todos nos preparáramos para los peor. Y esa cantinela fue larga mientras devorábamos hitos regresando a nuestra tierra. Eso, y pensar en todo lo que habíamos vivido esos días, y cómo afectaría al mundo rural aquello que anunciaban.

Ya habían comentado en algunas fincas esta situación, pero no en plan confinamiento tal y como estamos. El campo bravo simplemente se aislaba, como normalmente suele estarlo, para que el coste total no lleve todo al caos.

Pero el caos llegó. Y ya nada importó. Porque en estos momentos ya no importa SER, sino ESTAR. Y porque muchos nos están dejando por el camino desde que este viaje quedó para el recuerdo. Mención especial para Borja Domecq con quien pasamos un día estupendo esa semana final de febrero, y que poco más de veinte días después era un número más en las estadísticas de la pandemia.

Como él, miles están cayendo como para pensar que esto se acaba rápido, por eso lo lógico es que no haya Sanfermines. Pero tampoco puede haber ningún tipo de fiesta ni reunión multitudinaria. Y la pregunta es hasta cuándo. Sencillo. Hasta que tengamos una vacuna. O cualquier tipo de medicamento o lo que sea que garantice como mínimo que entre un sesenta y setenta por ciento de la población quede inmune. Y como tal caso, según los expertos, va a tardar más que unos pocos meses, este año no puede haber ningún tipo de fiesta, y menos de festejo. Y eso, en el campo ya se sabe.

Las ganaderías están muchísimas en periodo de extinción. Qué bien para los anti animalistas. Desaparece un bello animal, que antes del 30 de junio despachará más de 15.000 cabezas al frío matadero. Las cifras a día de hoy, fin de abril, son aterradoras. Cuánto cuesta un toro de lidia, me preguntan desde siempre.

Hoy en día, un animal que va a la plaza come algo más de dos euros diarios, así que si en una casa ganadera se tiene más de trescientas cabezas, que es lo habitual, multipliquen.

Por eso, a mí, que amo las fiestas de Pamplona como pocas cosas en el mundo, poco me importa que se suspendan, porque, primero la pandemia está aquí y se va a quedar con nosotros mucho tiempo, y segundo porque la ruina que trae encima no solo es si va a terminar la liga de fútbol o no.

Doloroso momento nos toca vivir a todos, y con muchos héroes lidiando a diario porque esto no vaya a más y vivamos lo mejor posible, por eso creo que tenemos que echar el cerrojo, pasar página este 2020, y centrarnos en seguir las instrucciones de sanidad, y que nuestros mayores, sobre todo en las residencias, no sean los olvidados y dejados de lado. Y sabedor de la ruina que deja en toda la ciudad, dirijo mi mirada hacia la vuelta del castillo, donde la Casa de Misericordia va a pasar, si no el que más, uno de los años de mayor penuria en sus más de trescientos años de existencia. Pero ahora es momento de cuidarnos todos, de salir de esta, y luego ya trabajaremos por solucionar el destrozo social y económico que esto deja. Y ya llegará el siguiente viaje e intentaremos contárselo. Eso será que hemos vuelto a la normalidad y que estamos todos. ¡Ojalá!