- The last dance. El documental sobre la vida de Michael Jordan expuso ayer sus últimos capítulos 9 y 10 Netflix. Sin duda, ha sido el producto deportivo de más impacto en España durante la pandemia. Millones de personas han conocido por fin al auténtico Michael Jordan. Un tipo peculiar. Exigente, estricto, riguroso hasta el extremo con sus compañeros.

El gran acierto del documental es devolver la credibilidad al periodismo. The last dance no es un publirreportaje. El género del reportaje es algo muy serio que se estudia en las Facultades de Periodismo. A veces se manosea y se confunde.

Michael Jordan podía haberse prestado a un perfil narciso, a presumir del clásico ¡qué guapo soy y qué tipo tengo¡ y pasar por las cámaras del director Jason Hehir pidiendo un masaje por la espalda. Pero no. No quiso replicar lo que las celebrities cuentan en sus redes sociales, herramientas promocionales. No a los asuntos banales, triviales y sin sustancia.

Quizás porque Michael Jordan no lo necesita. Y el director le puso claro desde el inicio que ese documental, exhibido en EEUU a través de ESPN, no era un anuncio. El 23 de los Bulls habla sin filtros. Confiesa que era de Adidas. Se frota uno los ojos al escucharle. Luego fue hombre Nike y ayudó a la firma de Oregón a crear un imperio. Air Jordan es una marca registrada de fuste.

El último baile deja entrar a aquellos que tuvieron problemas con Jordan en un ejercicio de neutralidad sin precedentes. Aborda asuntos delicados como la muerte de su padre, asesinado en Carolina del Norte o su relación de odio con Isiah Thomas. El público lo aprecia.