Grupo vocal Kea. Javi Alonso, Olaia Montoya, Nerea Quincoces, y Abreu Rico: percusión. Ander Sánchez y Bittor Pastor, txalaparta. Enrique Azurza, dirección. Programa: Zurezko Olerkia, de Luis de Pablo. Programación: Museo Universidad de Navarra. Festival A.C. Lugar: Auditorio del museo. Fecha: 29 de octubre de 2020. Público: buena entrada.

o se ha olvidado el festival de música contemporánea de uno de los compositores que más ha influido en las jóvenes generaciones, Luis de Pablo (Bilbao 1930), enmarcado en lo que se llamó generación del 51. De Pablo posee los premios musicales más importantes, el último, este mismo año, el León de oro de la Bienal de Venecia. Para lo poco que se suele programar la música contemporánea, la obra de De Pablo, la hemos escuchado en varias ocasiones; aún recuerdo su obra cumbre Kiu, la ópera que se estrenó en el teatro de la Zarzuela en 1983. Hoy le homenajeamos con otra obra en la que la voz, también, es importante: Zurezko Olerkia, poema de madera, estrenada en Alemania en 1976. Partitura con un planteamiento más bien austero, el compositor no se sale de los dos elementos principales que la componen, a saber, la percusión siempre en láminas de madera; y el coro, que, sin texto, vocaliza el envolvente rumor de viento y bosque. Dos elementos que hacen buena aquella máxima depabliana, no exenta de alguna discusión, de que “forma y fondo son una misma cosa”. Este poema de madera parte de los dos instrumentos más antiguos de la humanidad: la voz y la percusión, de ahí que tenga un profundo componente étnico y universal, pues el compositor se inspira tanto en los aborígenes americanos y sus extensiones boscosas, como en sus lugares más cercanos. Musicalmente, la obra es un reto para el coro que debe mantener un sonido perpetuo, sin solución de continuidad, y, por supuesto, sin decaer, sin dar sensación de cansancio, porque la brisa nunca descansa, y así lo hizo, todo en un muy atractivo sonido de leves o fuertes choques armónicos. Bajo esa planicie sonora que surge del coro, la partitura evoluciona con cierta movilidad, por la flexibilidad rítmica que proporciona la percusión: tres marimbas, que aportan ese bello sonido un tanto ahuecado; xilófono con láminas de madera, con timbre más agudo; la txalaparta, muy activa y protagonista, que aporta una rica variedad de ritmos improvisados; y toda una serie de “secundarios”, -pero fundamentales en la evocación y la tímbrica-, que van de la caja china, a las maracas, pasando por temple, etc. Para el espectador, la evocación de los sonidos del bosque, es evidente, no se pretende otra cosa que sentir esa envoltura de cucos, viento y cierto misterio que siempre nos acompaña en el paseo por un bosque sin senderos. Porque De Pablo presenta esta partitura, casi para no ser dirigida, aunque, claro, Enrique Azurza, desde el podio, mantiene, con control, la estructura. No conozco las anotaciones de la partitura, pero, la versión, que fue impecable en la parte técnica, con unos soberbios ejecutores en toda la percusión; adoleció, a mi juicio, de un poco más de variedad en reflejar los acontecimientos del bosque; me dio la impresión de que se nos mostró un bosque más bien pacífico, que ciertamente, es su estado más natural; pero, a veces también se encabrita, y, en este sentido, el coro no pasó de un mesoforte tirando a piano; y, quitando, algunos acelerando de la txalaparta -ciertamente muy bien hechos-, se nos quedó todo un poco plano. Pero, insisto, quizás era esa la intención.

Un visual, elegante y discreto, enmarcaba la escena musical: entre la fotografía arbórea y la escultura. Muchas felicidades al maestro bilbaíno.