Director: Robert Treviño. Programa: Sinfonía 41 Júpiter de Mozart; Tercera sinfonía de Sibelius. Programación: Ciclo de la Orquesta. Lugar: Auditorio Baluarte. Fecha: Martes 19 de enero de 2021. Público: Casi lleno, lo permitido.

eajustes y reencuentros, cuando se puede, marcan nuestra vida actual. Te despides hasta mañana y pasan tres meses. Así ha ocurrido con la Orquesta de Euskadi y su público. Un sin vivir, que obliga a cambiar programas y a dejar en vilo la próxima cita. Oriol Roch, el gerente de la orquesta, en una breve alocución, expresó su deseo de que haya más ocasiones de normalidad concertística. ¡Ojalá! Pena da no haber podido escuchar al pianista Abduraimov -que canceló por razones obvias-, en su doble reto Bartok - Beethoven. Treviño recurrió al gran repertorio, y la primera parte, que iba con pianista, por la sinfonía 41 de Mozart. Baza segura para el público, desde luego, pero más peliaguda de lo que parece para la orquesta, ya que la infinidad de versiones, los planteamientos historicistas o no del genio de Salzburgo, y el conocimiento que se tiene de la sinfonía, hacen que se la mire, y escuche, con lupa; y sobre todo que se descubra algo nuevo en ella. A mi juicio, Treviño acertó con una versión de sonido grande a veces, pero equilibrado siempre; de tempo tranquilo, en general, (a excepción del último movimiento), que nos dejó escucharlo todo, sin perder la fluidez, pero sin prisa. El primer movimiento comienza rotundo, dejando que se expanda el acorde, hasta recogerlo con el matiz piano que sigue. Plantea el segundo movimiento muy cuidadamente; perfilando una suavidad en la cuerda, ciertamente cantable; la incorporación del viento madera y metal se luce en los tramos a solo. El minueto es más lento que en muchas versiones, pero, al hacerlo muy marcado, no pierde el vuelo. La ventaja de esta versión es que se disfruta mejor de tramo camerístico de maderas. Y el cuarto, contrastado con lo anterior por el tempo más rápido, quizás resultó en algún momento, un poco confuso, pero se vieron cualidades esenciales, como la de no golpear los finales de frase, aun viniendo de entradas fogosas. Todo hermosamente recogido para disfrutar de un buen Mozart.

El sinfonismo de la tercera de Sibelius, sobre todo en su primer movimiento y después de escuchada la Júpiter, no nos introduce espectacularmente en las grandes sonoridades románticas y postrománticas; aunque el comienzo se plantea con un cresccendo de toda la orquesta, es el dominio de la cuerda -a veces agitada, pero de perfil grave- y los puntuales solos con el tema, lo que va rodando, hasta el final solemne. La cuerda se luce. El segundo movimiento, misterioso, nos aporta un agradable balanceo que comienza en flautas y sigue en los violonchelos -de bellísimo sonido-, donde uno se acomoda muy agradablemente. El tercer movimiento es, para mí el más complejo. Parece que no termina de prepararse para algo que no acaba de suceder; no puedes seguir un tema poderoso; a veces asoma una especie de coral, que se afianza más al final. Hay destellos orquestales, y, solo te somete a base del ostinato rítmico. Probablemente, este último movimiento se pueda dosificar mejor para que todo resulte más claro, más conclusivo.