- Interpretar a un asesino le valió el Óscar en 2008. Trece años después, Bardem se mete en la piel de una persona que sin matar a nadie podría estar a la misma altura que su Anton Chigurh de No es país para viejos, Julio Blanco. Un buen patrón de una fábrica de balanzas industriales que recuerda muy y mucho a incontables personajes de nuestra sociedad que no tienen inconveniente en cruzar todas las líneas inimaginables con sus empleados y que supone la tercera colaboración del actor con León de Aranoa tras la excelente Los lunes al sol y la pusilánime Loving Pablo.

Su personaje es el reverso del que hacía en 'Los lunes al sol'. ¿Tenía claro Fernando León de Aranoa que lo iba a interpretar usted?

-No, qué va. Fernando es muy perfeccionista y se toma sus tiempos. Nunca te da un guion si no es una sexta versión del mismo. Cuando me pasó este texto, pensé que qué maravilla de personaje era este. Me consta que él no se casa con nadie, pero nosotros tenemos una cercanía profesional y amistosa de hace 20 años y eso ayuda. Yo me atrevo con él porque sé que me va a cuidar. Es un grandísimo director y un grandísimo montador de actores. Todos los actores que trabajan con él están espectaculares. Yo sé que puedo hacer una burrada probando porque él me va a proteger.

Es una película muy divertida, pero también muy pesimista. ¿Cree que el mercado laboral lleva implícita su capacidad para corregirse a sí mismo?

-El mercado laboral es especialmente cruel y duro. Cada vez es más individualista y está más desprotegido. Una de las cosas que diferencia esta película de Los lunes al sol es que, a diferencia de hace 20 años, ahora hay una exposición mediática que hace que todo sea más cognitivo y castigable. Las personas pueden expurgar los demonios en las redes sociales pero tienen miedo a ser castigados por ello. Hay menos cohesión y menos frente social contra las cosas. Detrás de ti hay 500 más que van a hacer lo mismo más barato, y con eso juega el mercado laboral y con eso tragan los que tragan siempre. ¿El sistema y este tipo de personajes crean esto? Evidentemente. Hacen falta más santas y menos Julio Blancos. Hace falta gente que ponga la cara para que se la partan en nombre de algo común.

¿Se ha inspirado en alguna persona real para su rol?

-Cuando leí el guion me venía gente de todo tipo a la cabeza. Desde gente que lidera clubes de fútbol hasta gente que preside mesas de ayuntamientos pasando por incluso gente que tenía un bar en el barrio donde yo vivía. Es algo que tiene que ver con la cuota de poder y con la forma tan festejada en nuestra sociedad del carisma. Un carisma que nos entra por los ojos y cuando nos hemos dado cuenta hemos sido invadidos por un tipo de personaje que se mete en nuestra intimidad para controlarnos mejor desde dentro. Pero le excusamos porque es gracioso, divertido e ingenioso. Y desde ahí vinieron los Jesús Gil y Giles y los eméritos. Es verdad que hay muchos políticos que tienen eso y, por eso, precisamente los que no tienen nada de ello son quizás en los que tendríamos que confiar más porque son los que están haciendo el trabajo que tienen que hacer, que no es lo popular o populista.

A ese respecto, aunque la película está ambientada en el mundo de una empresa, podría ser extrapolable a cualquier ámbito. Incluso, quizás, al del cine. ¿Ha conocido intérpretes o directores que se obsesionen tanto con los reconocimientos como su personaje?

-Lo es, pero fíjate que el cine, que es una industria muy jerarquizada y es todo lo contrario a una democracia, es muy inclusiva. Todos los departamentos tienen mucho que decir y dicen. Un buen director es el que recoge las mejores ideas. En todos estos años de experiencia, algún atropello he visto, pero era antes, cuando empezaba, cuando era otra España. Hoy día, me cuesta más ver eso. Pero sí, no tiene por qué ser una gran empresa, tiene que ser un sitio donde haya un tipo con gran poder. En el festival se ha visto, por ejemplo, la película Competencia oficial, que es un sarcasmo exagerado sobre el cine, pero esos egos también pueden darse entre los cirujanos mismamente. Yo no he visto gente obsesionada con el reconocimiento en mi profesión. Alguno hay, pero es muy raro. He conocido a gente que está en niveles muy altos que son gente cojonuda. Luego hay un mundo que les rodea y que habla de ellos, pero no es él.

Para poder ganar el Óscar, usted tuvo que, como su personaje, sumergirse en ese ambiente para que le reconocieran. ¿Cómo es vivir en ese ambiente en el que debe ser constantemente políticamente correcto con todo el mundo?

-Es muy incómodo porque es una campaña política. Tienes que ganar votos. La primera vez que lo hice con Antes de que anochezca en el 2000 para mí era una novedad en la que te llevan de un sitio para otro y tienes los ojos como platos. Luego ya empecé a poner mis límites. Yo no vengo aquí a quitar el voto a nadie, vengo a presentar la película porque estoy orgulloso de ese trabajo. Lo que se ve en el filme es esa trastienda en la que, para que todo esté equilibrado y limpio, se coloca una bala.

¿Vivimos en una situación de bloqueo social a pesar de estar gobernados por una coalición de izquierdas?

-En primer lugar, estamos pasando una pandemia tan extraordinario que no es referencial. Estamos todos muy acongojados y dolidos. Vivir esto es un paréntesis que no sé a dónde nos va a llevar, pero sí que es verdad que es todo lo contrario a la unión. Es el aislamiento, la individualidad, el sálvese quien pueda. Aunque también hay cosas hermosas como que se haya podido encontrar una vacuna. Cuando las personas se ponen a trabajar al unísono, se produce un milagro. Luego ya la manipulación o el uso que se haga de ello es otra cosa. Estamos empezando a salir y cogiendo confianza. Creo, o espero, que todo esto dará la cara más adelante. Que nos demos cuenta de que necesitamos de todos para que se den derechos fundamentales.

Hablando de derechos fundamentales, el trabajo, que se aborda en la película, es uno de ellos. ¿Cree que ayuda contar con políticos que lo pongan todos los días en la agenda para que entendamos mejor que es eso, un derecho fundamental?

-Absolutamente. Y hace falta que lo reconozcamos. Que un mileurista sea una persona favorecida es terrible. El sistema ha creado una especie de empresa común que tiene el nivel de una apisonadora imparable. De seguir un ritmo de producción que no da tiempo a parar y a reconducir. O estás a favor o estás en contra y te va a aplastar. La gente que tiene menos conciencia social o los jóvenes a los que les ha tocado una pandemia y dos crisis económicas es normal que, en cierto modo, digan dónde está lo mío y que no luchen por lo de los demás. La mentalidad del joven de ahora no es la mentalidad del joven de hace 20 años porque no hay sitio para ello. En ese sentido, El buen patrón ofrece un reflejo de ello en el personaje de Almudena Amor, que va a por lo que va y representa a las personas que usan algo para su beneficio. Y eso es señal de que hay una forma diferente de pensar en los jóvenes y que no existe cohesión.