Vital y apasionada por su trabajo. Así suena a través del teléfono Arantxa Aranguren Ilarregui (Pamplona, 1966). La actriz navarra apela a la necesidad de recuperar el cine, y la cultura en general, como ritual comunitario tras el duro golpe de la pandemia.

Con dos estrenos de cine como ‘Maixabel’ y ‘Madres paralelas’, está viviendo un año pandémico o ya postpandémico muy fructífero.

-Sí, la verdad. Maixabel la rodamos a finales de marzo en Donosti, en plena crisis y restricción: cuando terminábamos la jornada de rodaje a las ocho de la tarde casi había que correr para poder cenar. El proyecto arrancó con dificultades pero luego por suerte se estabilizó y ya no hubo que estar todo el día metiendonos el cacharrito en la nariz. Fue un rodaje maravilloso, muy especial, muy a flor de piel para todos los que entendemos ese proceso de tantos años.

Es una historia emocionante y necesaria.

-Sí. Icíar (Bollaín) es muy inteligente, sabía muy bien lo que quería contar y tenía el apoyo de los protagonistas. Contó con un elenco estupendo, y qué decir de los dos protagonistas -Blanca Portillo y Luis Tosar-. Y el final de la película, que fue un día muy especial en el que estábamos allá los actores más los testigos en la realidad, tanto Maixabel como toda su cuadrilla que estaban cada año en cada homenaje, y compartimos una jornada en Peñas de Aia y no te daba tiempo a recoger con los ojos todo lo que allí estaba pasando. Fue una experiencia maravillosa. Estoy muy contenta y orgullosa de ese trabajo.

¿Cómo valora lo que ‘Maixabel’ tiene que decir hoy a la sociedad?

-Es muy valioso, es una película que tiene un punto de restaurativa, de hacernos reflexionar, de juzgar o de valorar qué es lo importante, dónde debemos estar. Nos permite hablar de todo el proceso desde otro lugar y con un poquito de perspectiva del tiempo. La verdad es que he oído comentarios de todo tipo, pero, y no por defender la película sino porque creo que es así, Maixabel habla de una historia muy concreta, la historia de estas personas, tanto Maixabel Lasa como Ibon Etxezarreta, de todos los que iniciaron el proceso de la Vía Nanclares, que fue una historia muy interesante que se truncó; pero parece que cada vez que hablamos de este tema tenemos que hablar de todo, y tampoco es así. La película cuenta esta historia en concreto y creo que está muy bien contada por Icíar Bollaín.

Es un punto de vista intencionado sobre el valor del diálogo.

-Claro, una mirada hacia una serie de personas que iniciaron un proceso de reencuentro, de encontrar lo común, no sé si me atrevería a hablar del perdón, pero sí de iniciar un punto de encuentro. Creo que cualquier conversación entre víctimas y victimarios siempre es un buen punto de partida. Poder hablar. Y la película tiene ese valor. Y está muy bien contada, muy bien escrita, el guión es fantástico. En el estreno en Donosti tuvo una acogida fantástica y la está viendo un montón de gente. Y eso está bien.

Está funcionando muy bien teniendo en cuenta cómo está hoy el cine. Aunque una cosa no quita la otra, ¿no le da cierta tristeza ver las salas desangeladas y las terrazas y los bares llenos?

-Y eso que se nota que ya vamos a mejor. Yo estuve viendo el otro día El buen patrón y la salas ya están otra vez animadas... Al final hay una necesidad. Está muy bien tomarse una caña, pero también volver a la actividad cultural, y yo ahora estoy en Madrid y voy al teatro y al cine y me da mucho placer volver a ver las salas con gente. Hay que retomar ese pulso no sé si de normalidad, porque no sé si lo es todavía, pero volver a acudir a lo cultural, a lo social.

Porque con lo que cuesta hacer una película...

-Evidentemente. No hay más que ver la presentación de las pelis, cuánta gente tiene que poner dinero para poder hacerla. Debemos cuidarlo. En este país sigue siendo una cosa que está menos protegida que en otros lugares. Mira, yo veía el funeral de Jean-Paul Belmondo en Francia, que fue casi un acontecimiento social, y decía, Dios mío, lo que nos queda todavía para que en este país valoremos la cultura. Y sin embargo ha sido una cosa súper consumida durante toda la pandemia. Todo el mundo se ha puesto morado de ver series y cine en su casa. Ahora hay que recuperar el acto social y volver a una taquilla.

No podemos vivir solo hacia afuera, y la cultura nos permite mirarnos hacia adentro.

-Claro, necesitamos reflexionar, que nos cuenten y nos hagan pensar. Es el instrumento para ponernos el espejo delante de nosotros mismos. Y de eso se trata. Siempre tiene que ser lo que vaya un poquito por delante, lo que nos haga pensar, reflexionar y hasta, en el caso ideal, cambiar de punto de vista.

Y celebrar lo comunitario.

-Sí. Pues mira, fue muy bonito porque yo estuve en el estreno de Maixabel en Donosti, pero luego fui un día a ver la película a Golem en Pamplona, a disfrutar de ella anónimamente, y me gustó mucho verla con el público general y ver lo que pasaba, cómo se respiraba. Porque al final respiras también ese rollo común, social, se comparte de alguna manera, y la gente al final cantaba la canción. Y era emocionante, la verdad.

¿Cómo ha sido la experiencia de rodar con Almodóvar ‘Madres paralelas’?

-Ha sido maravilloso. Es como tener la sensación de estar... Cómo diría yo sin desquitar a nadie... Almodóvar tiene algo más allá, es una figura internacional y se nota cuando estás trabajando. Es un maestro, no puedo decir otra cosa. Fue un honor y una delicia trabajar con él, me quedé con ganas de más. Es un señor encantador, educadísimo y que sabe muy bien y muy concretamente lo que quiere contar y cómo lo quiere contar, con toda su estética, su manera; y todo el mundo respira a su son porque es un maestro. Y claro, es gente que tiene tal recorrido... Porque parece a veces que las cosas son fáciles, y no. Cada uno tiene un lugar porque se merece ocuparlo. Y yo veía por ejemplo a Penélope Cruz, que rodamos la secuencia juntas, con todo lo que de estrella puede tener, pero luego me pareció una curranta y una señora con todas las letras. Fue un privilegio estar disfrutando de eso que estaba pasando ahí.

‘Madres paralelas’ es otra historia de mujeres de convicciones fuertes, como ‘Maixabel’.

-Totalmente. Mira, se dice que en todos los procesos de guerra en que los hombres no estaban, al final las mujeres son la voz de la memoria histórica. Y eso lo cuenta Almodóvar y es muy bonito, porque es en las casas donde se mantiene viva la historia, gracias a las mujeres. Y en la película está muy bien escrito eso, está todo hecho por mujeres, porque ellos se iban a luchar y a morir, y ellas mantienen el recuerdo vivo. Y eso hay que contarlo. El rodaje fue maravilloso, como anécdota te cuento que cuando llegamos ante la zanja que cavan y en la que descubren los restos de nuestros padres y abuelos, toda la historia común, estaba la cuneta cubierta por una lona, y en esa secuencia final Almodóvar nos hizo a todos los actores volvernos, ponernos de espaldas a esa zanja, y nos dijo: cuando yo diga acción, os volvéis y os encontráis con lo que ahí pase. Y fue maravilloso porque él se había montado todo, sin sonido, él nos iba contando la historia: éste es tu abuelo, este es tal... y fue un momento mágico, y final de película, además, que aunque ahora no se pueden celebrar como antes, fue una experiencia inolvidable.

¿Se van visibilizando ya en la pantalla como merecen los relatos de mujeres?

-Sí. Lo noto. Las mujeres no solo tenemos voz, tenemos muchas cosas que contar. Y tenemos nuestro punto de vista, y es maravilloso. A mí me encanta trabajar con mujeres. Mira, en el Zinemaldia el palmarés ha dado muchísimos premios a mujeres. Vamos ocupando por fin el lugar que no teníamos, el lugar que nos corresponde, porque hay creadoras en todos los campos. Llegó el momento.