Dicen de él que es el último combatiente de la canción de autor española. "Vaya desgracia, podían decir el penúltimo mejor", bromea Paco Ibáñez (Valencia, 1934), no sin después lamentar "el bajón cultural y la falta de curiosidad" que sufre hoy día en España. Eso sí, asegura con firmeza que a sus casi 87 años él va a seguir cantando sus canciones, esas donde habitan los poemas de grandes autores como Lorca, Alberti, Góngora... Porque, concluye, "cantar es una enfermedad crónica". Así que un pedacito de la historia de la música de España regresa este viernes a Pamplona.

Llega este viernes a Baluarte con Vivencias

-Si lo supiera... Empiezo por la primera canción y de ahí, hasta la última. Pero, ¿qué canciones? Las que salgan (risas). Se trata de reunirnos y pasar un rato a través de las canciones, soñando lo que uno quisiera que fuera, que no lo es, pero que lo será... Todo lo que una canción te puede sugerir. Por ejemplo, pienso en Euskal Herria y en su canción, que había tres que lo representaban profundamente, que son Imanol, Mikel Laboa y Xabier Lete. Entonces entrarán dentro del repertorio, como un homenaje.

Habla de una Euskal Herria a la que está ligado, ya que es hijo de una gipuzkoana y pasó sus primeros años de vida en Aduna, antes de terminar por mudarse a París. ¿Cómo ve ahora Euskal Herria?

-La veo siempre desde dentro, porque la he vivido... Hasta los 14 años viví en un caserío en Aduna, cerca de Andoáin, mi tío me mandaba al campo a cuidar a las vacas... Era una época que con mi madre siempre decíamos que iríamos a Francia. Como los judíos decían "el año que viene a Jerusalén", nosotros decíamos "el año que viene a Francia, el año que viene a Francia...". Mi padre era republicano y queríamos reunirnos toda la familia, hasta que eso se realizó, pasando la frontera clandestinamente. El más listo fue mi hermano, que pasó por Fuenterrabia-Hendaya y en diez minutos estaba en Francia, pero luego se puso la cosa más difícil y había que hacerlo por la montaña. Pero ya nos unimos con nuestro padre, que estaba en Perpiñán. Y todas esas vivencias las tengo, claro... Como el hecho de hablar euskera. Y en Pamplona cantaré en euskera porque también es mi idioma.

De hecho, prueba de ello está el disco Oroitzen

-Exactamente, sí. Ese disco lo hice junto a Imanol. Y lo cantaremos.

Son muchos los que le consideran el último combatiente de la canción de autor en este país. ¿Qué le parece esa etiqueta?

-Fíjate, vaya desgracia, por lo menos podían decir el penúltimo mejor (risas). Ser el último es tremendo, pero sí, es porque ha habido un bajón cultural tan grande... Con la historia esta de las redes, el chafardeo cotidiano de la gente, la falta de curiosidad y de querer saber el por qué de las cosas... Nada, pasa lo que pasa, que yo no me entero y ya está. Que pase lo que tiene que pasar y ¡Viva la Pepa!. Estamos viviendo en la era de Viva la Pepa y los que no lo aceptan pues tienen que aguantar el chaparrón.

¿Cree que somos una sociedad adormecida?

-Sí, pero no sólo España... En Francia también. Y fíjate que yo considero que Francia es la capital del mundo de la canción, porque no hay otro país en el mundo que tenga un repertorio de canciones como el suyo. Pero, ¿por qué? Porque desde los trovadores hasta después de la revolución, Francia se dedicó a componer canciones. 30 o 40 millones de franceses se dedicaron a escribir canciones y de tantas y tantas que había, las pasas por un colador y salen muchas y muy buenas. Por eso Francia es la campeona.

Y España no.

-No, porque no ha tenido esa oportunidad, porque los españoles más bien se dedicaban a la juerga seguramente (risas).

Mirando a España, en Vigo, en uno de sus últimos conciertos que ha ofrecido este año, animó a volver a cantar "no pasarán". ¿Son tiempos en los que sí, toca hacer frente al enemigo y que no pase?

-Hombre, ahora, no pasarán, después de que ya han pasado... Pero hay que ponerle una barrera y un tope a esos canallas que están ahora de repente reapareciendo. Y creo que lograremos apartarlos y que se pudran en sus ambiciones.

Habla de canallas que reaparecen, ¿la extrema derecha siempre ha estado ahí, pero ahora se ha quitado la careta y se ha agrupado bajo unas siglas?

-Sí, es que estaban ahí, pero antes estaban en plan pasivo y ahora están en plan activo. Y la gente sigue sin enterarse, mientras haya juerga y botellón... Nos vamos todos, no sé a dónde... ¿al infierno?

En ese sentido, usted vivió de primera mano la represión franquista, la censura y el recorte de libertades, ¿no somos conscientes del peligro que conlleva normalizar discursos de odio como el de Vox?

-Claro, como ya no hay lobos en el bosque... Porque se creen que no hay lobos en el bosque, pero en los bosques siempre hay lobos. Y se creen que pueden salir sueltos tranquilos, que no pasa nada... Hasta que pasa. Ahí es donde hay que tener el reflejo de ojo avizor.

De hecho, en los últimos meses han sido varias las acciones violentas en la calle, como el grupo de jóvenes que mató en una paliza a Samuel Luiz en A Coruña el pasado julio.

-Sí, cada vez hay más actos de violencia, hay más violencia y cada vez es más violenta. Y si no ponemos un freno, no sé dónde vamos a acabar. Pero mira, de tripas corazón y nosotros a lo nuestro. En todo caso, yo canto las canciones que considero que están presentes y que son para siempre, que son los grandes poetas.

Entonces, como diría Celaya, ¿la poesía sigue siendo una herramienta cargada de futuro?

-Claro y los próximos conciertos irán encabezados con ello: nuestros cantares no pueden significar un adorno. Esto lo voy a machacar hasta que la gente se vaya enterando... Y que sea como un ¿qué ha querido decir, qué ha querido decir...? Quiero decir que el 80% -o más- de las canciones que andan corriendo por el país son sinónimo de la nada. Es pura basura.

¿Se ha perdido el mensaje?

-Sí, se han perdido los autores. Han desaparecido y los consumidores también. Miras lo que consumen, abres la boca y venga... de grandes tragaleras. Hay un bajón cultural, no solamente a través de la canción, sino que no hay dinámica cultural, tragan todo, dan premios a cualquiera...

¿No cantaría algún poeta actual?

-Claro que los cantaría, pero, ¿dónde están? Es un año de vacas flacas, no sé... Qué más quisiera yo, pero es que o no los encuentro, o no me gustan, o no saben que existo, o yo no me entero de lo que han publicado... Échale la culpa a quien quieras, pero el hecho es este.

Si viajamos en el tiempo, usted vivió de primera mano el Mayo del 68 en Francia. ¿Qué echa en falta de aquellas movilizaciones y de esa lucha por la libertad?

-Es que ahora, ¿qué movilizaciones hay? No veo manifestaciones. Por ejemplo, deciden una ley con trampas o incluso lo que está pasando ahora con la historia de Gürtel, todo eso es una vergüenza absoluta. Y la gente sale a la calle como si no pasara nada... Van con una mano en el ojo.

De hecho, en su momento afirmó que "una juventud que no es rebelde es como un pozo sin agua". ¿España es entonces un desierto, o todavía queda algún oasis?

-España no es un desierto, pero se está desertizando y si seguimos así...

Si algo no ha cambiado en su trayectoria es que a día de hoy continúa sin aceptar galardones -en su momento rechazó en dos ocasiones la Medalla de las Artes y las Letras de Francia-. ¿La única autoridad que reconoce es la del público?

-Exactamente. Cuando me dicen que me van a dar un premio en no sé dónde, les digo que mi premio es el concierto y que si a la gente le gusta, aplauda.

Como ya ha dicho alguna vez, usted ya cantaba en el vientre de su madre. Así que ahora, a sus casi 87 años, ¿de la música y de la canción uno no se jubila?

-(Risas). Exactamente. Es una enfermedad crónica. Por ejemplo, recuerdo quitarle dinero a mi tía para comprar letras de canciones en San Sebastián y eran letras que ni sé cómo me sabía. En el caserío no teníamos ni agua, ni electricidad, ni radio... Nada, y tampoco me las inventaba, porque en aquella época cantaba boleros... ¿A quién se los escuché? No lo sé, es un misterio, todavía no he averiguado cómo llegaron al caserío donde yo estaba cuidando vacas.