Terram, Lurra, Solem, Egúzquia, Lunam, Ilarguía son algunas de las 57 palabras que el siciliano Lucio Marineo Sículo, cronista de la época de los reyes católicos, incluyó en De las cosas memorables de España, una crónica publicada en 1533 y encargada por Fernando el Católico. En ella se recogen estas acepciones en euskera y latín, siendo las primeras palabras impresas en esta lengua.

El responsable de la editorial Mintzoa, Aritz Otazu, hablaba de la importancia de este hallazgo, uno de esos “libros raros” de los que existen pocas unidades y que están repartidas por el mundo. Esta edición llegó gracias al aviso de un anticuario de París, que recibió de un particular italiano esta obra durante la Feria del Libro Antiguo de la capital francesa.

El capítulo V, titulado De veterum hispanorum lingua, en un momento dado, habla de los vascones, cita su lengua y empieza a nombrar palabras, entre ellas vocabulario y números, del 1 al 10 y después por decenas: 20,30,40...hasta llegar a 100.

La pregunta es... ¿Cómo llegó un cronista siciliano a aprender y plasmar luego en un libro palabras y expresiones en euskera? En la página y media en las que se dedica a presentar este vocabulario, incluye verbos en forma de una sola palabra, por ejemplo ‘bebo’ escrito como ‘eratendot’. “A él le ha llegado como una sola palabra, eso nos da a entender que no creemos que supiese euskera, tampoco sabemos con quién habría hablado o de dónde cogería esas fuentes. ¿Habría alguien que en 1533 una vez conquistada Navarra supiera euskera y trabajase en las cortes castellanas? Es la pregunta del millón. Será muy complicado saber quién le ha dado esa información, porque se la ha dado alguien que lo hablaba”, reflexionaba Otazu.

El responsable editorial comentaba que esta edición pone de manifiesto el prestigio del que ha gozado el euskera durante años, ya que es el único idioma que aparece en este ejemplar y, además, lo nombran como el veterum (el más veterano). “Esto lo pone en valor como patrimonio cultural y no como un arma política”, apunta. “Una vez conquistado Navarra el idioma se conocía y era de prestigio. Sino no aparecería en el libro”.

Esta crónica posee varias ediciones, cada una de ellas diferente. En 1496 se publicó la primera, sin nombrar las palabras en euskera. En 1530 se lanzó esta edición, pero en castellano, y en 1533 llegó éste ejemplar escrito en latín, que ha sido ela obra que ha podido encontrar Mintzoa. Existe una versión digitalizada, y que se puede consultar online, en la Biblioteca Foral de Bizkaia. Según Otazu, podría exisitir otra edición de 1539. Hablaba de que encontrar estos ejemplares era casi como “una lotería”, pues en muchas ocasiones se heredan y permanecen almacenados en casas de particulares. “Cualquiera puede leer esta noticia y darse cuenta de que tienen un libro impresionante, que han pasado de taatarabuelos a nietos”.

Diferencias con la obra de 1610

Hace poco más de un año, la editorial también fue noticia, después de encontar un libro suizo que hablaba de lenguas minoritarias, datado en 1610. En él se podían leer 100 palabras en euskera, sinónimo de que el idioma apenas había variado desde aquel entonces hasta hoy, pues la mayoría de palabras siguen en uso.

En aquella obra de 1610 se empleaba el euskera batua, con el uso de la forma tz. En esta edición de 1533, se emplea, en su defecto, la ç. “Podría ser un dialecto vizcaíno, al euskera también se le conoció un tiempo por ese nombre”. Además, en esta edición se ‘castellanizan’ las palabras, pues alguien se las transmitió al autor y éste las acentuó como si se tratase de palabras en castellano. Es también, en esta ocasión, la primera vez que se emplean números.

El impresor era navarro

Otra de las sorpresas que se llevó Otazu al estudiar esta crónica, fue que el impresor era Miguel de Guía, navarro miembro de la nobleza y dueño de una imprenta en Estella, que más tarde movió a Alcalá de Henares, donde se imprimió este ejemplar.

Sobre la existencia de esta obra fechada en 1533, Aritz Otazu comenta que las élites culturales ya conocen la existencia de estas ediciones, para las que no supone ninguna sorpresa, pero esta es la labor de la editorial, dar a conocer al público general la existencia de estas obras.

Esta crónica, que fue publicada ya durante el reinado de Carlos I y V de Alemania, gozaba de especial relevancia, pues era encargada por un monarca y, de alguna forma, servía para transmitir la grandeza de un reino.