El pasado sábado día 13 la compañía Larumbe Danza, heredera del proyecto que en su día inició la bailarina navarra Karmen Larumbe, celebró una gran gala en el Teatro Municipal de Coslada, municipio madrileño en el que es compañía residente, para celebrar un doble aniversario. Por un lado, los 50 años desde que Karmen Larumbe la fundase, tras una larga carrera que incluye aventuras artísticas como el Micro Ballet, el Ballet Contemporáneo de Bruselas o el Ballet Contemporáneo Karmen Larumbe, y por otro los 25 desde que se hiciesen cargo el hijo de la fundadora, Juan de Torres Larumbe, y su compañera Daniela Merlo.

Karmen Larumbe (Cascante, 1936-Bruselas, 1995) es sin duda la bailarina de contemporáneo más internacional que ha tenido Navarra, con un legado impresionante y una obra personal y reconocible que Larumbe Danza mantiene y acrecienta en la actualidad. Así que la gala fue momento de celebración, de recuerdo y de rearme para el futuro tras una época, la de la pandemia, nefasta para todas las artes escénicas y para la danza de modo especial.

Dividida en tres partes, estuvo presidida por autoridades locales, con la concejala de Cultura, la socialista Emilia Escudero, al frente, y registró una nutrida asistencia de público.

Arrancó el programa con Dkda’s, pieza que se creó hace ya quince años para festejar el décimo aniversario de la nueva andadura, perfectamente reconocible dentro del estilo Larumbe, un estilo que al margen de la danza puede transitar por otras disciplinas como el teatro gestual, la mímica, la exploración de la expresividad del cuerpo humano e incluso de sus posibilidades estéticas en lo postural llevado a extremos a veces inverosímiles.

La segunda parte consistió en la proyección de un documental en el que, además de repasar la trayectoria del grupo, se puso de manifiesto la conexión que hay entre su trabajo y la ciudadanía de Coslada. Parece difícil que esto suceda con una disciplina aparentemente hermética como es la danza contemporánea, pero se ha conseguido a base de trabajo, docencia, conexión con la calle y apertura a nuevos públicos.

El plato fuerte llegó en el cierre con la representación de Iceberg II, que resultó ser una muestra de madurez creativa y de investigación artística de Juan de Torres Larumbe, una obra con la que pensar, disfrutar y sorprenderse. Muy en la línea del estilo que ha marcado tantos años de trabajo, avanza notablemente en expresividad y recursos.

Los montajes de Larumbe Danza, además, suelen incluir mensajes actuales, algunos con la extraña habilidad de encajar a la perfección en el momento en el que se representan. El leit motiv de Iceberg II es la pésima situación de salud del planeta y el cambio climático, preocupación ya expresada en anteriores trabajos. Ver, en el mismo momento en el que de modo frustrante se cerraba la Cumbre de Glasgow, a siete bailarines retorciéndose sobre un bloque de hielo menguante a cuyo alrededor solo hay abismo, resultó mucho más aleccionador que bastantes de los discursos, postizos y en casos de compromiso, que se escucharon en la ciudad escocesa. Como lo fue la visión de algunos de los protagonistas de la obra abrumados bajo la basura plástica que llovía de los peines del teatro.

No obstante, el final de la obra incluye un mensaje esperanzador, con una bailarina, ya vestida frente a la desnudez de lo visto anteriormente, moviéndose dentro de una burbuja, esa en la que parecemos condenados a vivir todos, para resurgir en un renacimiento que invita a la reversión de las incomprensibles actitudes de agresión al lugar que habitamos, motivadas, en la mayoría de las ocasiones, solo por el dinero.

Otra de las características de Larumbe Danza es la exploración de las nuevas tecnologías, que incorporan asiduamente en sus obras, tanto las destinadas al público infantil como al adulto, cosa en la que Juan de Torres no hace distingos: “Todos son públicos”, dice. Iceberg II transcurre sobre una proyección que se ve en horizontal sobre el escenario y en un reflejo, con un pequeño retardo estético, en pantalla, y se inicia con una cámara cenital que descubre al ser humano como una hormiga que se desliza trabajosamente, en este caso sobre una plancha de hielo. Esto no quita para que haya también efectivos guiños a los recursos más clásicos, como la presencia de un coro en directo de casi una cuarentena de voces que pone epílogo al montaje con una composición de Tchaikovsky, en uno de los momentos de mayor emoción de toda la obra.

Juan de Torres desea repetir esta gala en Navarra, “donde nació mi madre y lugar al que me siento íntimamente unido”, reconoce.