econocido como Patrimonio Cultural de la Humanidad hace una década, el fado, la más viva expresión del alma portuguesa, se reinventa e incorpora instrumentos y letras que atraen a los más jóvenes sin perder su esencia.

Tradición e innovación se combinan en un género “vivo, con sentido de herencia, pero al mismo tiempo de búsqueda del diálogo con otros géneros de música contemporánea”, reflexiona el profesor y musicólogo Rui Vieira Nery.

Ejemplo de innovación es Lina, que trabaja con el catalán Raúl Refree sobre canciones de Amália Rodrigues, la “reina del fado”, y sustituye la guitarra portuguesa y la viola por instrumentos analógicos como el piano, teclados y sintetizadores bajos.

“Los instrumentos acaban por ser tanto o más fuertes y sentidos que en el fado tradicional”, explica la artista sobre el proyecto conjunto, nacido en 2019 y con más de 30 fechas internacionales para este 2022.

La fadista sostiene que con este “viaje de emociones muy fuerte”, donde se escucha y también se percibe, el fado acaba por entrar en festivales y en un público “que igual nunca escuchó hablar del fado y eso es bueno”.

La internacional Cuca Roseta escribe y compone sus propios fados desde muy joven, un paso al frente que han seguido varios fadistas. “Fue difícil para mí porque fui de las primeras”, recuerda la artista, que en 2020 lanzó su último disco compuesto íntegramente por temas propios. En su opinión, la raíz del fado se respeta, pero se lleva al lenguaje de las nuevas generaciones: “El fado no muere”.

“Ahora a los jóvenes les gusta el fado porque añadimos nuevos instrumentos y porque las letras que nosotros escribimos y cantamos son letras con las que los jóvenes se identifican. A pesar de que se moderniza, la raíz es la misma”, reflexiona.

Desde su nacimiento, hace dos siglos en Lisboa, el fado se ha transformado para acompañar los cambios sociales.

De la Lisboa popular se expandió a una más bohemia, para llegar después a los teatros y salones de la aristocracia y convertirse en canción nacional con el cine sonoro y la radio a partir de los años veinte del siglo XX.

Pero la figura que marca un antes y un después es Amália Rodrígues, la voz más conocida de Portugal, que universalizará el fado con una carrera internacional como nunca antes.

“Amália inventa un nuevo tipo de fado para llenar un concierto en el escenario de hora y media, no en la casa de fado”, introduciendo coplas y estribillo, cantando poemas e introduciendo instrumentos como el bajo, explica el experto. A la revolución de “la reina del fado” habrá que sumar la de los claveles el 25 de abril del 1974, que provoca “una especie de renacimiento”, con importantes figuras como la de Carlos do Carmo.

Y en los años noventa surgió la “generación del nuevo fado”, “viejóvenes” procedentes de todas partes del país que aportan al fado influencias y fusiones con otros géneros.