De la mano del programa Zabal del Instituto Etxepare, dirigido a promover la proyección internacional de la creación vasca contemporánea, June Crespo participará en la próxima Bienal de Venecia, que celebrará su 59ª edición entre el 23 de abril y el 27 de noviembre. La artista navarra, que tras estudiar en la ikastola Amaiur, el instituto Biurdana y el Bachiller artístico en Iturrama, se licenció en Bellas Artes en la EHU-UPV y enriqueció su formación luego en Ámsterdam -programa De Ateliers-, donde residió de 2015 a 2017, vive entregada a la creación, y en especial a la escultura, que concibe como “una posibilidad de encuentro transformador, que puede hacernos más humanos y más libres”.

¿Qué supone haber sido seleccionada para la Bienal de Venecia?

-Es uno de los eventos internacionales más importantes en relación al arte, y es un honor. Sobre todo teniendo en cuenta cómo se plantea la exposición este año, la selección de artistas, los temas. Me hace especial ilusión formar parte de esa selección.

La Bienal girará en torno a interrogantes potentes y necesarios: ¿cómo está cambiando la definición del ser humano?, ¿qué diferencia al humano de lo no-humano?

-Sí, la exposición se organiza en torno a tres discursos: la representación del cuerpo y su metamorfosis, la relación del individuo con la tecnología, y la conexión entre el cuerpo y la tierra. Y hay un especial énfasis en la idea del posthumanismo, de cuestionar o trascender la idea de la medida de hombre blanco occidental como centro. Por el tipo de obras seleccionadas, la idea de cuerpo que emerge es más porosa, más híbrida, ambigüa, fluctuante, metamórfica, da lugar a cuerpos desobedientes; en mi caso también se engarza a través de la fragmentación y reconfiguración de la idea de cuerpo.

¿Va a producir obra nueva para este evento?

-En mi caso la invitación está un poco acotada, porque señaló una serie específica de mi trabajo, que entiendo que es la que mejor se alinea con el discurso de la exposición. Y también se me ha propuesto producir algo en la misma línea, pero es cierto, y esto hay que decirlo, que la Bienal no pone muchos medios para producción para ninguno de los artistas, que aunque vayan a generar proyectos nuevos y a gran escala, tienen que buscar su propia financiación, ya sea en sus países de origen, instituciones o galerías que les apoyen. Y en ese sentido, las comisarias, Cecilia Alemani y Marta Papini, se sienten un poco en la obligación de proponernos primero exponer algo existente porque saben que producir algo nuevo supone un trabajo extra de búsqueda de financiación. En mi caso son tres piezas, dos de ellas son nuevas que al final he decidido poner en diálogo con una previa de los últimos años. Me convencía el conjunto.

Vive años muy fértiles, con una monografía sobre su trabajo, grandes exposiciones como la que revisó en Artium su trabajo de los últimos años, premios -de la Fundación María José Jové, Catalina D’Anglade en ARCOmadrid-, y ahora la Bienal. ¿Es el fruto de la constancia?

-Es verdad que me siento muy afortunada y agradecida de que siempre he tenido la oportunidad de continuar trabajando. También soy tozuda, insistente, estoy a ello, pongo mucha energía en mi trabajo, he estado algún año fuera formándome para que mi trayectoria crezca, y de alguna manera creo que tengo suerte pero también que respondo. Eso va retroalimentándose. Pero es verdad que hay otra mucha gente que es igual de tenaz y trabajadora y no tiene la misma atención o visibilidad.

No será fácil ser constante en un mundo tan complicado y precario como el de las artes plásticas. ¿Se puede vivir del arte?

-Pues es muy complicado y ahora mismo sí que estoy full time, pero los últimos años lo he combinado con la docencia; ahora he tenido que interrumpirla porque no podía hacer realmente bien las dos cosas y puedo sostenerme con mi trabajo artístico, pero con los pies en la tierra porque puede que en un tiempo tenga que volver a combinarlo con otras fuentes de ingreso, que también son muy gratificantes, porque a mí la docencia me gusta mucho y me parece importante que en la Facultad de Bellas Artes, donde he ejercido desde 2017 hasta ahora, haya perfiles de todo tipo, más académicos, y más que están en la práctica al mismo tiempo que en la docencia; es la manera de que los alumnos tengan diferentes modelos y vean el arte como posibilidad de dedicación.

No acabamos de valorar las artes plásticas como una profesión en España. ¿Qué falta, conectarlas más con la ciudadanía en general?

-Esa es una tarea que sí que hay que hacer, pero el hecho de considerarlo una profesión que debe ser pagada tiene que empezar desde las propias instituciones que te invitan. Parece que sí hay una disposición a que haya unos horarios si te va a generar una dedicación importante, pero no sé hasta qué punto refleja todo el trabajo que realizamos. Es verdad que luego siempre hay la opción de que revierta económicamente a través de una compra, pero eso siempre es más incierto. Digamos que hay profesiones o agentes que tienen un sueldo y los artistas dependemos de si tenemos salida en el mercado. Aunque haya honorarios, cubren solo una parte de toda la dedicación, y siempre defendemos que haya un reflejo, que el mercado asuma o las instituciones compren algo, porque si no, no es proporcional todo el trabajo que se hace con lo que se remunera. Y creo que desde ahí, tomando eso en serio, si en todas las exposiciones a las que se invita se considerasen unos honorarios, sería una buena manera de empezar a valorarlo como una profesión y a darle esa seriedad.

Ha experimentado con múltiples materiales: cemento, hormigón, bronce, acero, cerámica, cera; y con objetos cotidianos. ¿Qué le interesa de esta experimentación?

-Primero, que me gusta experimentar y que hay un aliciente para mí de disfrute en el hecho de variar, combinar, poder articular diferentes materialidades; también está el hecho de que cada material habla desde su propia cualidad y su comportamiento, y añade algo a la obra. Y el hecho de combinar cosas que son más informes, con la forma, que obtengo a través de moldes o de objetos que ya existen y su transformación o fragmentación, va generando un lenguaje propio, no mío, sino del mundo de lo material, que también habla. Y yo estoy a la escucha de cómo me habla a mí eso, y entre forma y material y las operaciones que yo realizo, se trata de que ahí se vaya gestando algo que es finalmente autónomo, que adquiere su propia entidad. Es una negociación constante entre mí misma, entre lo que yo veo y cómo me habla aquello que tengo entre manos. Y también es muy importante en mi práctica el hecho de trabajar con varias piezas a la vez y cómo entre ellas se van respondiendo, resonando, de manera que nunca hay un plan fijo, no hay una meta muy clara a la que llegar; en esa circulación de elementos y combinaciones hay mucha prueba-error, mucho de recoger de lo fallido y reconstruirlo. Es, activa y pacientemente al mismo tiempo, esperar a que las cosas hagan un clic. Pero para eso es muy importante trabajar con varias piezas a la vez y mover las piezas de sitio, eso es para mí vital, de manera que yo las decisiones muchas veces las tomo a través de los encuentros que tengo en el proceso.

¿No son formas premeditadas?

-Generalmente no, aunque hay que iniciar de alguna manera. Yo siempre pienso, y así se lo traslado a los alumnos en clase, que el inicio puede ser cualquiera, tengo que sentirme libre y sin juicio para que cualquier cosa que me atraiga pueda ser invitada o convocada para iniciar una línea, y luego voy encontrando adónde me va llevando, a qué otro nivel más profundo resuena conmigo, personal o físicamente. Cada pieza es una aventura que tienes que estar dispuesta a recorrer y a gozar.

¿Qué papel juegan los accidentes, el azar, en este proceso?

-En mi caso son vitales, son muchas veces los puntos de inflexión que hacen que algo tome lugar, o que un proceso se decante hacia un lado u otro. Por ejemplo, igual he utilizado un tubo como molde, y cuando lo estoy desencofrando y hago un corte de repente pasa algo en ese tubo y algo que iba a ser un instrumento se vuelve protagonista... Es estar muy a la escucha, muy receptiva para incorporar todo aquello que pasa que no estaba previsto de antemano. Es como yo disfruto trabajando. Me encanta tener una idea motor, una intuición que me pone en marcha, y a partir de ahí casi todo lo que me encuentro es mucho mejor de lo que yo había planeado, entonces lo acojo. El único inconveniente de esto es que a veces sí que quiero probar cosas hasta el final y me cuesta llegar, porque me desvío gracias a que encuentro otra cosa, y me quedo con la curiosidad de qué habría pasado si hubiera cumplido hasta el final todos los pasos previstos. Una de las tareas ahora es forzarme a llevar el plan hasta el final, aunque luego tenga que deshacerlo, cortarlo o lo que sea.

Y el espectador, ¿qué lugar ocupa en el arte en el que cree y por el que apuesta June Crespo?

-Cuando trabajo no pienso tanto en el espectador como externo a mí porque yo misma me siento un poco espectadora, y a la expectativa también. Me interesa que quien lo vea, o más bien que quien se encuentre con el trabajo, tenga un encuentro real, una experiencia muy física o muy cuerpo a cuerpo con el trabajo escultórico, con la circulación entre las obras, con cómo se activa o se tensiona el espacio entre; para mí es muy importante que ese momento de encuentro sea propio, particular y genuino de quien lo tiene. No me interesa para nada que alguien lea en términos de interpretar mi trabajo sino que se produzca ese encuentro, y eso genere una impresión en el espectador, que es tan autor como yo, en el sentido de que en ese encuentro y su recepción, quien está percibiendo el trabajo está poniendo mucho de su parte. Lo mismo que a mí me habla y me mira el trabajo, me interesa que eso se pueda dar con otras personas, que a ellas les hable o mire el trabajo, con lo que cada uno trae.

Aunque no vive en Pamplona, es nacida aquí. ¿Cómo ve la ciudad en cuanto a producción e interés por el arte contemporáneo, y posibilidades de exhibirlo?

-Veo que cada vez hay más gente interesante trabajando en Pamplona. Cómo se ha desarrollado el Centro Huarte está siendo muy positivo; y parece que la Fundación Oteiza acoge cada vez más contemporáneo, cada vez hay más alianzas. Hay agentes que están haciendo gestos para que aquello esté más vibrante, y también artistas que viven allí y que están autoorganizando eventos o cosas que hacen que se genere un contexto. Aunque no tengo Pamplona tan presente a ese nivel, para mí el vínculo con la ciudad es ahora mismo más afectivo que profesional.

Quizá falta un gran espacio público en el centro para la exhibición de arte contemporáno.

-Sí. Está la Ciudadela pero son espacios muy connotados, muy cargados. Podría haber otro tipo de institución, sí. Y también quizá traer gente de fuera, lo que sí siento es que se queda todo muy local en Navarra y en Pamplona, y a lo mejor sí se podrían impulsar más cruces con comisarios o agentes de más sitios del Estado, que traigan a artistas de otros lugares. Desde hace tiempo también hay mucha gente que reclama que pueda haber unos estudios de Bellas Artes en Pamplona, en Navarra, porque muchísimo alumnado y profesorado de Bilbao viene de allí. Y aquí se queda más gente porque está la facultad.

¿Falta, en general, que el arte esté más presente en la educación, desde la infancia?

-Pero no se puede pretender que a los pequeños se les inculque eso si los propios adultos no creen en ello, no lo tienen integrado. Es un trabajo a los dos niveles. Se tiene que creer en ello para poder transmitirlo. A mí me sorprendió mucho la primera vez que salí a una residencia fuera, que fue en Estocolmo; estaba abrumada de la importancia que tenía yo como artista, se me escuchaba y se me daba una importancia que no había sentido en ningún lado antes. Sentí que había un respeto muy profundo y se le daba mucho valor. En el propio artista, me refiero. Aquí siempre estamos supeditados a las invitaciones, o a ponernos al servicio de tal agente, tal institución o tal comisario, cuando en realidad sin nuestra práctica, que es central en los programas, no se sostendrían muchas otras cosas. Tendría que tener otro valor, el que tiene. Está claro que en otras culturas el arte tiene un lugar mucho más central, o quizá no se pone en cuestión que es importante.

Nos puede aportar algo necesario y urgente, que se está perdiendo: reflexión. Vivimos muy deprisa y no ahondamos en las cosas.

-Sí. El arte puede propiciar encuentros transformadores a nivel individual, y eso también lo considero político. Tanto el que propone como el que va a recibir tienen que estar abiertos a que se produzca un encuentro. Eso sí que es transformador, aunque sea desde una experiencia estética. Puede llegar a ser un lugar de emancipación, también, y de reflexión, de hacernos más libres para proponer otros modos de vida. No en el sentido de adoctrinar o señalar críticas sociales, políticas o institucionales, sino que desde propuestas personales también se aporta algo a lo colectivo, a lo social, al encuentro, que es importante para que seamos más humanos.

¿Entonces concibe el arte como un encuentro transformador?

-Bueno, como la posibilidad de que eso se dé, sí. Y la responsabilidad es tanto de quien propone, hace o pone ahí algo en la plaza, como de quien va al encuentro. En ese sentido somos igual de autores y de activos.

¿Y dentro del arte, qué es para June Crespo la escultura?

-Me interesa algo que no es exclusivo de la escultura, y es el hecho de que sea un cuerpo existente en el espacio igual que tú y que yo. Un cuerpo volumétrico, físico. Da la opción de tocar más que otras artes en ese cuerpo a cuerpo. De alguna manera a través de la presencia de la escultura me hago más consciente de mi propia presencia.

Un libro...Ritual de duelo (Consonni), de Isabel de Naverán; o Sueños (Caniche) de Itziar Okariz.

Un disco... Kondaira eder hura de Verde Prato.

Una comida... El mole.

Una artista... Olga Balema.

Un museo... Museo Diego Rivera-Anahuacalli.

Una experiencia artística... Visitar la Tomba Brion de C. Scarpa.

Una ciudad para vivir... Bilbao.

Una ciudad para escapar... Ciudad de México.

Alimento vital. June Crespo reconoce entre sus influencias fundamentales la de Ángel Bados: “Me marcó como profesor para encontrar líneas que he desarrollado después”. También los textos de Txomin Badiola, artistas como Ana Laura Aláez, Miriam Cahn o Isa Genzken; y de entre sus compañeras, Elena Aitzkoa, Julia Spínola o Lorea Alfaro. “Podría seguir y nunca acabaría. El diálogo a través del trabajo de otros es vital. Es sentir que no estás tan sola, que hacemos entre muchos”, afirma.

“Es un honor ir a la Bienal de Venecia, y me hace especial ilusión por la selección

de artistas de este año”

“Si en cada exposición

se considerasen unos honorarios para el artista, se le daría seriedad a este oficio”

“En Navarra siento que se queda todo muy local, estaría bien hacer cruces con artistas y comisarios de otros lugares”